viernes, 6 de marzo de 2015

LOS 88 DE GABO




Hoy, Gabriel García Márquez cumple 88 años. Cuando alguien ya está muerto ¿puede cumplir años de vida? El mundo festeja cumpleaños, incluso de los muertos. El año pasado, México celebró el centenario de Octavio Paz y de José Revueltas; el mundo celebró el centenario de Julio Cortázar. ¿Para qué se celebra un nacimiento cuando el festejado ya está ausente? En vida esto no ocurre. Sería un absurdo hacer un gran guateque sin la presencia del festejado. Por lo regular la casa se llena de juncia y aparece la marimba para gusto del cumpleañero. Desde temprano se pega una reja de papel de china en el cuarto del festejado, para que, al ritmo de Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David, el celebrante salga y rompa ese papel translúcido en un acto simbólico de “salir a la vida”. ¿Cómo celebrar los ochenta y ocho de Gabo si ya Gabo no anda de parranda sino que anda bien petateado?
Hay una idea de compensar algunos agravios. En las casas, cuando es cumpleaños de alguien ya fallecido, las abuelas prenden veladoras frente al altar donde están las fotos de los abuelos ya idos. Las abuelas rezan, mientras pasan las cuentas de los rosarios entre sus dedos. Los hijos y los nietos cargan cubetas de plástico, escobetillas y compran atados de flores (nube y claveles rojos), acuden a los panteones y limpian las tumbas y echan agua a los floreros y los adornan con flores. Y, a veces, llevan mariachis o alguna marimba y, en medio de lágrimas, cantan las estrofas de hoy por ser día de tu santo te las cantamos aquí. Y el festejado ni se entera, porque ya anda bien muerto. Pero los vivos siguen celebrando la ausencia, porque algo se quedó pendiente. Siempre es así. Los vivos cargan algunas piedras y tratan de hacerlas polvo para que se integren al polvo infinito del difunto.
Porque, todo mundo lo sabe, pero no lo acepta, la vida es una y termina cuando el individuo lanza su última exhalación. Algo sucede en ese instante, el fuelle que funcionó sin pausa cada segundo suspende su labor y todo queda como una piedra, como un páramo. La muerte es tan tonta, tan cruel. Un segundo antes todo es vida (aunque sea un poco gris) y un instante después todo es la oscuridad infinita. Pucha, qué tramposa la muerte.
¿Para qué festejamos a los ausentes? ¿Qué cordel de luz nos hace falta amarrar al vacío? El año pasado, alguien se aventó la puntada maravillosa de exigir “Menos Paz y más Revueltas”, porque la derecha quemó más cohetes a la figura de Octavio Paz y fue menos generosa con la de José Revueltas. ¿Qué exigimos hoy, en los ochenta y ocho de Gabriel? Si fuese un reclamo literario diríamos: “Menos Putas tristes y más años de Soledad”, y digo esto porque parece increíble que un hombre que escribió ese prodigio de novela llamado “Cien años de soledad” también haya escrito ese bodrio llamado “Memoria de mis putas tristes”.
El propio Gabo contó que una vez soñó con su muerte y se dio cuenta que “morir es no estar nunca más con los amigos”. En efecto, ahora, que conmemoramos sus ochenta y ocho, Gabo ya está bien muerto y no está más con sus amigos. Pero y ¿sus amigos? ¿Acaso la muerte es también esto: estar siempre con los ausentes? Porque los vivos lo recuerdan, lo leen, lo festejan. No faltará algún lugar de Colombia, alguna escuela, donde los niños lean un fragmento de su obra y, al final, soplen mariposas amarillas de papel. Ojalá que la lectura sea un fragmento prodigioso (tuvo varios) y no vaya a ser una basura como la de la ya mencionada “Memoria de mis putas tristes”. ¿Cómo es posible que un Premio Nobel de Literatura haya escrito una novela tan mediocre, tan malita? Bueno, hoy, en sus ochenta y ocho celebramos el numen de sus mejores líneas y construimos una pira donde se consuman sus peores oraciones. En sus ochenta y ocho le colocamos una reja de papel de China a Gabo y cantamos De las estrellas del cielo tengo que bajarte dos, una para saludarte, otra para decirte adiós. Adiós, Gabo, adiós.