El
problema de la contaminación de las aguas dulces es conocido de antiguo. Uno de
los primeros testimonios históricos lo constituye el relato de las Sagradas
Escrituras (Éxodo, 7, 14-25) acerca de una de las diez plagas de Egipto, en la
que se describe la transformación en "sangre" de las aguas del río
Nilo. Dicho fenómeno fue sin duda debido a la contaminación biológica producida
por microorganismos (algas, bacterias sulfurosas o dinofíceos). Con el
incremento de la población y el surgimiento de la actividad industrial la
polución de ríos, lagos y aguas subterráneas aumenta constantemente. La
Organización Mundial de la Salud define a la polución de las aguas dulces de la
siguiente manera: "Debe
considerarse que un agua está polucionada, cuando su composición o su estado
están alterados de tal modo que ya no reúnen las condiciones a una u otra o al
conjunto de utilizaciones a las que se hubiera destinado en su estado
natural".
De
acuerdo a la definición que da la OMS para la contaminación debe considerarse también,
tanto las modificaciones de las propiedades físicas, químicas y biológicas del
agua, que pueden hacer perder a ésta su potabilidad para el consumo diario o su
utilización para actividades domésticas, industriales, agrícolas, etc., como
asimismo los cambios de temperatura provocados por emisiones de agua caliente
(polución térmica).
En
realidad, siempre hay una contaminación natural originada por restos animales y
vegetales y por minerales y sustancias gaseosas que se disuelven cuando los
cuerpos de agua atraviesan diferentes terrenos.
Los materiales orgánicos,
mediante procesos biológicos naturales de biodegradación en los que intervienen
descomponedores acuáticos (bacterias y hongos), son degradados a sustancias más
sencillas. En estos procesos es fundamental la cantidad de oxígeno disuelto en
el agua porque los descomponedores lo necesitan para vivir y para producir la
biodegradación
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