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La moral y valores como moda postmodernista (o una historia de perros)

veganJamás he tenido mascotas, lo más cercano a ello podrían ser mis hermanos de menor edad a los cuales, por unos cuantos dulces, a manera de soborno, puede uno hacerlos ladrar o gatear, por el puro placer.

Aunque ahora que lo recuerdo bien SI tuve una mascota, que tristemente me duró un mes. Una simpática, pero al parecer enferma coneja, de raza «lop de Cashemira» a la cual mi mujer y yo llamamos guya, una cursi y pedante mezcla entre nuestros nombres personales porque, bueno, uno es cursi cuando es adolescente.

Mi corta experiencia con seres vivos irracionales

Guya era una bonita mascota, de pelo largo, gris, y con grandes orejas, muy al estilo de un bugs bunny, y no es que infiera que el hecho ser ser de una raza en especial la hacía mejor mascota, pero un conejo «común y corriente», o más corriente que común, de esos salvajes que se encuentra uno en los parques, mas parecidos a una liebre, no son buenas mascotas, no están domesticadas pues. Guya era una coneja domesticada y además bastante cariñosa.

Por alguna razón, un mes después de recibir dicho regalo de parte de Yari, un día me levanté y la encontré tieza, o sea a la coneja, no a Yari. La noche anterior me pareció curioso que, contrario a lo que hacía todos los días (dormir conmigo, en la cama, ya que era invierno y hacía mucho frio en el pasillo donde tenía su jaula) esa noche la criatura decidió dormir fuera, la tome y la llevé de vuelta de nuevo al cuarto y se salió, no le tomé importancia, quizá ya había predicho su muerte, así como dicen que los perros necesitan estar solos antes de que se los lleve la catrina.

Obviamente, al ser mi primer y única mascota me tomó por sorpresa, y aunque no le lloré como se le llora a un muerto si que me sentí de alguna manera triste, era pues un ser vivo que comenzaba a ser parte de mi vida, quizá no le guardé un duelo extenso porque no hubo siquiera tiempo de encariñarme, la tomé y la enterré en el patio de mi entonces casa. La vida continuaba.

Empatía por lo indefenso

La anécdota anterior es parte de una premisa importante sobre este post: no soy la persona más «animalera» que vas a conocer, aunque alguna vez, tuve una mascota.

De hecho la razón principal por la cual en mi infancia no tuve un perro, por ejemplo, es porque a mi abuela, con quien crecí y me crió no le gustaban los animales; ni los perros, ni los gastos, pajaros del amor o cualquier otra creatura destinada a ser domesticada y entretener a sus dueños.

Aunque no tuve mascotas propias de pequeño, conviví con infinidad de perros y gatos, esos que rondaban en las casas de mis amigos o de otros familiares, más en la ciudad de donde soy originario, donde era casi regla tener un perro que cuidara el hogar.

Conforme crecí desarrollé una especie de empatía por las mascotas, en especial por estos perros, que veía, cabizbajos, con facciones tristes, después de estar toda una tarde a mas de 45 grados centigrados en el patio de la casa de algún amigo, los menos, resguardados debajo del carro «yonkeado» que tenían, como tratando de encontrar un poco de humedad y sombra.

Así que cuando fui lo suficientemente grande como para poder tener un animal como mascota en mi casa decidí simplemente no hacerlo, ¿Para qué? De alguna manera me sentiría culpable. No me gusta la idea de tener un perro, por ejemplo, en casa, solo para tener una mascota o sentirme dueño de algo, si no puedo invertirle tiempo de calidad me parece injusto ser «dueño» de una mascota, por que eso es lo que se termina siendo: amo y dueño de un ser viviente, donde uno decide a que hora come el perro, se divierte, descansa, etc.

Incluso para los animales mas pequeños, como roedores o reptiles, me parece algo injusto. Aunque muchas personas piensan que estos animalillos, por ser de menor dimensión, necesitan menos espacio, simplemente no estan en su habitat y para mi eso es deprimente, ni que decir de los pobres pececitos dorados que dan vuelta en una pecera del tamaño de una jarra de kool aid, como esperando morirse pronto.

Aunque durante mi vida he generado esta empatía no me siento especial, es decir, no aporto a la causa de la esclavitud animal, lo cual me parece correcto, pero tampoco soy activista en peta ni realizo actividad alguna para evitar su maltrato. Soy pues, uno mas.

Los que sí

Me parece que quienes respetan a los animales no nos merecemos una estrellita dorada en la frente, es nuestra responsabilidad para convivir y coexistir.

Quienes respetan a los animales pero además los cuidan, protegen, y luchan por sus derechos merecen todo mi respeto y admiración, cualquier persona que haga más de lo que es nuestra responsabilidad «basica» sí se merece la estrellita en la frente y sobre todo apoyo, mucho apoyo por cualesquiera que sea su causa.

Los que no

A pesar de respetar a quienes buscan el bienestar de los animales he notado durante los últimos años una especie de sobreexplotación en la aplicación de filosofías y actividades pro-animalia, ej:

  • Se vegano
  • Adopta, no compres
  • etc.

¿Existe algo negativo en alguno de los puntos anteriores? No, por el contrario creo que son buenas propuestas para quien desee apoyar. Por ejemplo, yo personalmente no adoro la carne, puedo pasar días sin comerla, pero tampoco la dejaría, sin embargo, respeto a quien (con todo y mis bromas y humor agrio) decide no alimentarse de ella ya sea por razones de salud o morales.

Del mismo modo respeto a quienes adoptan una mascota de algún refugio en vez de comprar, aunque tampoco estoy en contra de quien hace lo segundo, es como si me molestara que la gente adoptase bebés o por el contrario, que me molestara quien decide tener los propios, ambas opciones se deben de respetar y cada quien tiene derecho moral y legal de hacer cualquiera de las dos cosas.

Pero existe un problema cuando cualquiera de estas acciones está impulsada por las razones equivocadas: es la moda.

Podría casi asegurar que más de la mitad de quienes se han convertido en veganos o apoyan causas en pro de los animales son personas clasemedieras, «trendy» y sobre todo en búsqueda de una razón existencialista para su vida, ser cool pues, o bueno de alguna manera, una manera que no requiera un gran sacrificio más allá de dejar de consumir carnes o darle un like en facebook a una página de adopción de perros y gatos.

Mi vida con ellos

Todos los días de mi vida he convivido con «vagos». Algunos por problemas de abuso de sustancias, a los que llamabamos «tecolines» en mi pueblo o bien a los que por alcanzar el viejo sueño americano, ese donde había un chingo de dólares y trabajo, se quedaban varados en alguna ciudad fronteriza sin trabajo, dinero, con hambre y desesperados.

Al igual que con los perros que veía asoleados en los patios de las casas de mis amigos, desarrollé una especie de empatía por estas personas. Y al igual que con los animales, aunque nunca puse un centro de rehabilitación, una casa del migrante, les brindé alimento, medicamento o cualquier tipo de ayuda cuando pude, más porque aunque a veces a uno le pasa por la cabeza «no se si realmente tiene hambre, o solo quiere dinero» mi abuela tenía un motto que era «Haz el bien y no veas a quien» y al final uno se comporta conforme la educación que recibió en casa.

Al igual que darle de comer a un perro o simplemente «mantenerlo» vivo no es suficiente, había momentos en los cuales abrirle la puerta a alguien que tocaba en casa para pedir ayuda, sacar dinero de la bolsa, darselo pensando por dentro «no me vayas a asaltar» y aventarle la puerta en la cara para volver a sentirse seguro no me parecía suficiente. Desgraciadamente cuando uno es menor de edad está limitado a hacer estas cosas pero conforme tiene uno fuerza física y seguridad tiene uno la oportunidad. Así que cuando mi hermano y yo tuvimos esa edad solíamos no solo compartir el alimento y bebida de la casa a quien veíamos necesitado sino que además conversabamos con esa persona, por alguna extraña razón sentíamos esa necesidad de hacer algo extra, mostrar un poco de simpatía por la situación de alguien más jodido que nosotros. Igual pues, que no solo darle de comer a nuestro perro sino sacarlo a correr.

Habiendo vivido toda mi vida en frontera y una vez que cambié mi residencia a Tijuana esta situación no solo no cambió, sino que no mejoró: a diario, en cada crucero se encuentra uno a alguien vendiendo chicles, a un ex-adicto pidiendo apoyo, a una «oaxaquita» con sus dos chamacos y un vaso pidiendo monedas, al inmigrante con cobija en mano pidiendo «pal pasaje»… Tijuana es un «hub» de historias  de fracaso y soledad para quienes viven más marginados.

Tratar de ayudar a cada una de estas personas, al menos en Tijuana se vuelve imposible, por dos razones:

  1. No están todos los que son, ni son todos los que están
  2. Capacidad

Por una parte, y el primer punto es simple: hay mucho pinche vaquetón, por ejemplo, he encontrado vagos que me cuentan la misma historía y tengo viendolos 2 años en el mismo crucero, y tienen esos dos años juntando para un pasaje para regresarse a sus ciudades natales, a veces ya no puede uno confiar. Y por otra parte, si cada que me piden ayuda en un crucero diera 5 pesos por persona por día, creo que tendría un gasto fijo de unos 100 pesos diarios solo en el tramo de mi casa a la oficina, y es literal, he sacado cuentas.

A pesar de no poder ayudar a cada una de las personas que me piden algo, me quieren vender chicles, ensuciar el carro con un trapo sucio o simplemente dinero gratis, trato de hacer lo posible por, según mi juicio y mi disponibilidad económica ayudar, no como manera de sentirme especial, sino como obligación, porque, quienes me conocen, saben que soy una persona que desea hacerlo por pura convicción. De hecho creo que ayudar por ser observado por los demás para recibir palmaditas es una manera bastante pobre y mediocre de llamar la atención y sentirse aceptado. Si uno desea hacer el bien al prójimo lo hace y ya, como diría alguna vez un viejo amigo ser un «Héroe anónimo».

La doble moral de los socialmente responsables

La razón de este largo, pero interesante y sabroso artículo es apuntar a ciertos seres que considero de doble moral y que navegan con bandera de ser «socialmente responsables». Esa responsabilidad que nos auncia la coparmex y otras agrupaciones y empresas que tienen menos ética y moral que una prostituta dando clases de enfermedades venereas.

En alguno de esos transcursos por algún boulevard de la ciudad, repleto de vagos, ví alguna vez una camioneta con placas de California (Estados Unidos), de modelo reciente y con una mujer joven manejando, iba justo frente a mi, noté que en su vidrio posterior tenía una calcomonía de una asociación o grupo muy famoso aquí en Tijuana el cual se encarga de promover la adopción de mascotas en vez de comprarlas.

El semáforo de nuestro carril, para dar vuelta a otro boulevard dura bastante así que vendedores de chicles, inmigrantes, drogadictos, rehabilitados y demás aprovechan para hacer acto de presencia y pedir algún tipo de ayuda, conforme una persona, de aspecto sucio y cargando una mochila se acercaba a la camioneta de enfrente, como pensando que la situación económica deducida por el modelo del auto iba a ser un factor de posibilidades para recibir ayuda, la conductora comenzó a subir el vidrio, y volteó su cara, como avisando que no quería ser molestada.

Pero seguramente esta persona, dentro de su cabeza tiene un sentido de responsabilidad social, donde cada que puede «comparte» por redes sociales algún anuncio para adoptar animales en vez de comprarlos o pega calcomonías para apoyar una causa. Es la misma persona que vive cómodamente y «cruza al otro lado» a comprar toms en un centro comercial de San Diego porque le darán otro par a un niño «pobre» de algún país del cual jamás ha escuchado, es la misma persona que compartió el artículon de Alemania y la cadena Wal-Mart y que dice que hay que consumir local pero que jamás va a ir a comprar ropa a una tienda que no esté en Estados Unidos porque es naco o que no comprará un vaso de fruta en la calle porque está sucio, es la misma persona que corrió un maratón para una fundación contra el cancer para salir en la foto y subirla a instagram, es la misma persona que levantará el vidrio la próxima vez que alguien le pida ayuda en la calle porque considera que ese no es su problema y que quien le va mal en la vida es por que así lo quiere y porque es un huevón, que no trabaja y que no le echa ganas, es la misma persona que nos va a saturar en redes sociales con citas filosóficas y de positivismo sobre lo bella que es la vida y sobre como los obstáculos son parte del aprendizaje cuando el obstáculo más grande en su vida es no saber que ponerse, tener acné antes del evento de la semana o hacer fila. Es la misma persona que quiere cambiar al mundo sin un solo sacrificio.

La próxima vez…

Pareciera solo una queja más, pero no lo es. Más que una queja es una observación general, de mi entorno y de lo que vives día a día. Quienes me conocen bien sáben que predico con el ejemplo y aunque como cualquier ser humano no soy perfecto, pongo mi granito de arena.

Nos hace falta sensibilizarnos más por las cosas importantes, pero sobre todo, reaccionar ante dichas situaciones, no es suficiente solo impresionarse y hablarlo, es necesario actuar.

Y contrario a lo que muchos piensan no hace falta una revolución, ni salir a las calles a hacer marchas, ni derrocar al gobierno, hay muchas formas de transformar ese cliché tan masticado por todos pero tan poco comprendido, el poner nuestro granito de arena. Compartir algo en Internet no ayuda a nadie.

Así que, la próxima vez que te encuentres en el crucero como yo, muestra un poco de empatía hacia un ser humano, un ser vivo, que merece respeto y dignidad al igual que el perro, el perro que adoptaste para cambiar el mundo.

Publicado enGeneralPolítica, Historia y Sociedad.

Un comentario

  1. Emmanuel Emmanuel

    Gustavo, no podría estar mas de acuerdo contigo, como siempre excelente Post amigo.

    P.d.

    Por esa hipocrecia, me salí de coparmex.

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