sábado, 6 de abril de 2013

El latín clásico y el latín eclesiástico

La pronunciación del latín utilizado en la terminología del cónclave que eligió al papa Francisco no es la misma que empleaban los autores clásicos romanos, como Virgilio, Cicerón, Plutarco y Horacio, debido a que el latín de la Iglesia católica es algunos siglos posterior al de la época clásica y la pronunciación cambió en ese lapso. (1)

Se consideran autores “clásicos” aquellos autores que brillaron en el apogeo de la civilización romana, en los siglos I a. de J.C. y I d. de J.C. Cuando la Iglesia se tornó religión oficial del Imperio, durante el reinado de Teodosio (378-395 d. de J. C.), habían ocurrido varios cambios fonéticos que fueron recogidos y mantenidos por la Iglesia pero no por la mayoría de las universidades, que se mantuvieron fieles a la pronunciación antigua.


Así, el nombre de Caesar se pronunciaba cuando este era dictador como /káesar/ de donde vino después el nombre del káiser alemán y el del zar (czar) ruso, mientras que en el latín eclesiástico ese nombre se pronuncia /čésar/. (2)


Análogamente, el nombre del 'cielo' caelum era pronunciado /káelum/ por los antiguos y /čélum/ por la Iglesia. Tanto en /čésar/ como en /čélum/ percibimos que secuencia vocálica ae era un diptongo para los romanos (aunque para los hispanohablantes de hoy sea un hiato), pero en los tiempos de la toma del poder por la Iglesia se había reducido al fonema /e/.


La palabra magister (maestro) era /maguíster/ para Cicerón y Virgilio, pero cuatro siglos más tarde los discursantes de la Iglesia pronunciaban (tal como hoy) /mažister/ (3), donde el fonema ž equivale a la pronunciación sonora de la y en el Río de la Plata. (4)


La Constitución Apostólica, que contiene las normas para la elección de un papa, se llama en latín Universi Dominici Gregis, que los antiguos hubieran pronunciado /universi domíniki greguis/, en el latín de los cardenales suena como /universi domínichi greži/.


Por lo expuesto más arriba, el antiguo adjetivo latino pontificium 'pontificio', que era muy anterior al cristianismo, se pronunciaba /pontifíkium/ en la Roma clásica, mientras que para la Iglesia es /pontifičium/ según la notación fonética académica. (5)


Sacræ Bibliæ tomus primus in quo continentur, Quinque libri Moysi, Libri Iosue, et Iudicum, Liber Psalmorum, Proverbia Salomonis, Liber Sapientie, et Novum Testamentum Iesu Christi. London: Thomas Barthlet, July 1535.

Cuando el papa aceptó su designación, respondió Vocabor Francesco, que Virgilio hubiera pronunciado /Uocábor Frankesco/ puesto que la v no existía como consonante en su tiempo sino solo como vocal. El papa pronunció como /Vocábor Frančesco/.

En preciso aclarar que ninguna de las dos pronunciaciones —latín clásico y latín eclesiástico o bajo latín— es mejor que la otra en ningún sentido; ambas son igualmente válidas, cada una en su ámbito.

 

NOTAS
(1) Es interesante notar que la Iglesia cristiana primitiva utilizaba, INCLUSO en las áreas latinizadas, no el latín, que era la lengua oficial del Imperio romano, sino el griego, que era el idioma internacional de aquellos tiempos. Y no el griego clásico, sino el griego vulgar o común. Solo mucho más tarde, la Iglesia comenzó a utilizar el latín, pero la lengua latina usada por la gente común en forma cotidiana. De hecho, la primera traducción de las Escrituras al latín se conoce como Vetus Latina, y refleja un latín que es diferente al que utilizaban los grupos más educados de la sociedad romana. Posteriormente, cuando Jerónimo, en el siglo IV, hace la traducción de las Escrituras al latín, la primera traducción erudita y oficial, utiliza también el latín común, del pueblo, por lo que la versión resultante es conocida como Vulgata, es decir, del Vulgo o del Pueblo.

(2) El grafema č corresponde al fonema africado sordo que en español representamos con el dígrafo ch.

(3) El grafema ž el fonema sonoro de la j en francés, tal como en janvier o déjeuner.

(4) La pronunciación sorda o no sonora es la que a veces vemos representada mediante el dígrafo sh.

(5) Desde los tiempos de Julio César, el título y el oficio de Pontifex Maximus o Sumo Pontífice, que correspondía al jefe de la religión pagana oficial romana, quedó en manos de quien detentaba el máximo poder político. Tal título y funciones fueron detentados por César Augusto, Calígula, Nerón, Claudio, etc., y también lo detentó Constantino I el Grande, en cuya capacidad citó y presidió el I concilio de Nicea, en 325, concilio al que no asistió ni estuvo representado oficialmente el obispo de Roma. El emperador Graciano (375-383) se rehusó a llevar el título de Pontifex Maximus por considerarlo incompatible con el cristianismo. Posteriormente, el obispo de Roma lo asumirá como propio de su oficio y a pesar de la innegable y enorme carga pagana que conllevaba.

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