lunes, 13 de octubre de 2014

CONSTELACIONES [y XIX]

CONSTELACIÓN DE LEO
La pulsión del deseo de explorar y gozar del cuerpo amado no se aprende. Es manifestación natural del conocimiento que ciertos amantes desarrollan en pos de la sabiduría de los argomantes. Durante las siestas, por ejemplo, el argomante de Leo, dotado de las altas magnitudes de los soles que incendian su melena, ilumina con sus caricias la piel de la amada quien intuye bajo su alcochada ternura la acechanza de sus garras sobre sus muslos, gemelos arqueados por el deseo de la luz, por donde él se adentra. En esa exploración y empujado por el fuego de la pasión, el argomante atraviesa cúmulos de miradas, nubes siderales, nebulosas y sueños dejando tras de sí rastros de saliva para no perderse hasta llegar al nudo constelar, donde deja ir su lengua al interior de la galaxia y bebe del clítoris primordial de Géminis. Es el instante en que la conjunción se produce, Cástor y Pólux estallan y del cuerpo de la mujer surgen los gemidos de gozo que, a millones de años luz, astrónomos asirios observarán y confundirán con cometas orbitando en el espacio según las incógnitas leyes de la mecánica celeste.

1 comentario:

Diana H. dijo...

Qué maravilla, Antonio.
Pasé y no me pude ir hasta leer desde la primera hasta la última constelación.
Un abrazo.