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Ouroboros

Ouroboros
Publicación semestral - ISSN:1988-3927 - Número 3, septiembre de 2008
Materia - Revolución
Un aposento para el fantasma: el androcentrismo en Medicina

Emilia Martínez Morante | Descargar PDF

Mrs. Alving: I almost think we are all ghosts, all of us, Pastor Manders. It isn’t just what we have inherited from the father and mother that walks in us. It is all kinds of dead ideas and all sorts of old and obsolete beliefs. They are not alive in us; but they remain with us none the less, and we can never rid ourselves of them. I only have to take a newspaper and read it, and I see ghosts between the lines. They lie as thick as grains of sand. And we’re all so horribly afraid of the light.

Henrik Ibsen. Ghost, 1881

Ghost es la historia de Mrs. Alving que, siguiendo el consejo del pastor Manders, vive con un marido violento simulando ser feliz y preservando la imagen respetable que la sociedad mantiene de él. El pasaje anterior marca un momento crucial para la protagonista. Mirando atrás, advierte que su vida nunca le ha pertenecido porque ha seguido un camino trazado por viejos y patriarcales fantasmas. Mediante la voz de este personaje femenino, Henrik Ibsen [1] denuncia que habitamos a la sombra de fantasmas ideológicos heredados del pasado. De los que es imposible librarse si tememos a la luz. Estrenada en Berlín la obra fue prohibida el día de su estreno; también fue prohibida en Noruega, durante quince años, al considerarla revolucionaria.

Seguimos a la sombra de fantasmas. La historia puede interpretarse como una especie de morada donde residen sucesivos cuerpos, vivos y espectrales. Desde la Antigüedad Clásica al siglo XXI, la Medicina se ha erigido como una disciplina con autoridad en los asuntos corporales, y de ahí su poder. En su recorrido, ha elaborado visiones sobre el cuerpo de las mujeres y de los hombres. Es un caso palpable sobre cómo la visión del cuerpo humano se construye y se transforma sumando las expectativas dominantes de cada época, y de cómo la sombra del androcentrismo se aposenta en los saberes.

Como actividad cultural que es la ciencia, hay una imbricación inseparable entre ésta y las humanidades. Al leer textos científico-médicos he ido descubriendo versiones sobre los saberes muy partidarias, y he sentido cierto mareo al pretender conocer la verdad acerca de un hecho y descubrir la fantasía androcéntrica que lo rodeaba. De ahí que piense que incluso los saberes médicos se desenvuelven entre lo ficticio y lo verdadero, y que no hay fronteras entre nuestro mundo y el de nuestros fantasmas.

La idea de este ensayo nace tras leer el artículo Men, Women, and Ghosts in Science [2], escrito por un célebre genetista británico, donde se nombra la existencia del «fantasma de la igualdad» para la ciencia. Ahora yo defenderé la presencia de un fantasma bastante más nocivo para la ciencia: «el fantasma del androcentrismo».

El «fantasma de la igualdad»

El artículo mencionado trata sobre el porqué no hay más mujeres en los altos cargos de la carrera científica. Como explicación, defiende la existencia de un fastidioso fantasma en la ciencia que no deja ver con claridad los factores implicados: «el fantasma de la igualdad». Este fantasma distorsiona una verdad científica referida a que, efectivamente, hay una diferencia sexual entre mujeres y hombres por nuestra biología y genética, y no una discriminación sexual.

El discurso, que presume ser neutro en valores, se inserta en una reciente polémica sobre la capacidad o no de las mujeres para prosperar en la ciencia. El escaparate de este debate online ha sido la revista Nature [3]. Peter Lawrence, su autor, es partidario de la «Hipótesis de Summers», donde es la falta de aptitudes intrínsecas y no la discriminación la causa de que las mujeres tengan menor éxito que sus compañeros en la carrera científica. Además, acuña una idea de masculinidad caracterizada por mayor agresividad, autoconfianza y autismo, atributos naturales necesarios para la actividad científica, según Lawrence. Su discurso es ejemplo de como en la comunidad internacional existe una peligrosa tendencia a pensar que las mujeres aún tienen que demostrar su capacidad para ejercer en el mundo científico; justo cuando se reclaman criterios de paridad. Se trata de un pensamiento arraigado y divulgado por personas muy galardonadas y en puestos relevantes en la comunidad científica [4].

Resulta un texto curioso. De forma elocuente, se inspira para la metáfora del «el fantasma de la igualdad» en la obra Ghost. Si Ibsen fue un abanderado del feminismo, ¿por qué Lawrence lo invoca para relanzar la «Hipótesis de Summers»? En sus propias palabras:

Unos cien años atrás, Ibsen ilumina los secretos de la vida contemporánea y se logran los derechos para las mujeres. Pero hasta hoy, la campaña feminista por la igualdad ha ayudado a dar forma a la creencia de que, por término medio, hombres y mujeres tienen exactamente las mismas aptitudes. Es tiempo de exorcizar este fantasma particular, y si lo hacemos, se ayudará a que los miembros menos agresivos de la sociedad, la mayoría mujeres, adquieran posiciones de poder [5].

Según el fragmento, interpreto que Lawrence cita a Ibsen no sólo para embellecer su texto sino para revelar con exactitud el “fantasma particular” al que teme y para el cual solicita exorcismo, el feminismo.

Desde mi punto de vista, el feminismo no es un espíritu obstaculizador para la ciencia; al contrario contribuye a hacer mejor ciencia (Keller, 1985; Harding, 1996). Los discursos científicos no son casuales ni todo el conocimiento es igualmente válido. La ciencia tiene el poder de decir y el poder de decir cuál es la verdad; y en este juego de poderes las mujeres han sido históricamente excluidas (Fee, 1979; Harding, 1996; Jagoe, 1998; Medina, 1999; Sánchez, 1999; Miqueo, 2001; Puleo, 2000; Ortiz, 2006). Pienso que la recuperación de una consciencia histórica en la ciencia es una de las vías de búsqueda de la verdad y puede ayudar a averiguar quién es el auténtico fantasma para la ciencia ¿el feminismo o el androcentrismo? Para ello, la historiadora Joan Scott (1990) propone estudiar el aparato simbólico y los conceptos normativos con los que la medicina y la ciencia crean, definen y legitiman como dicotómicas las categorías varón y mujer; de ahí la importancia de seguir el hilo que teje el pensamiento sobre la diferencia sexual.

El «fantasma del androcentrismo»

La sombra de Aristóteles ha planeado sobre toda la historia de la Filosofía y habrá que mirar a nuestro alrededor para ver si aún continúa proyectada sobre nosotras.

María Luisa Femenías. Cómo leer a Aristóteles, 1994.

Para describir al fantasma del androcentrismo y mostrar su existencia efectuaré un recorrido particular por la construcción histórica del pensamiento sobre la diferencia sexual, a través de textos científico-médicos, producidos y divulgados en distintos periodos.

El lenguaje científico es retórico y bastante simbólico [6]. El androcentrismo suele aparecer en los procedimientos metafóricos del texto, a través del uso, en concreto, de metáforas sexuales. El pensamiento sobre la diferencia sexual va unido a las concepciones que sobre el cuerpo humano ha ido acumulando la ciencia. Gracias a las aportaciones historiográficas, sabemos que ha habido dos formas históricas de entender el cuerpo humano: el modelo unisexual o isomórfico y el modelo de dos sexos o dimórfico (Schiebinger, 1989; Laqueur, 1994; Ortiz, 2002). El modelo isomórfico se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVII y el dimórfico desde ahí hasta la actualidad ¿Cómo se produce esta metamorfosis? Curiosamente, parece que el dimorfismo se radicaliza en paralelo al movimiento de emancipación de las mujeres (Fee, 1979; Jagoe, 1998; Puleo, 2000; Ortiz, 2006).

Cada época histórica ha aportado sus matices al modelo de cuerpo humano, y lo que entendemos hoy es un reflejo de todos ellos. El mundo del sexo único pervivió a lo largo de dos mil años, aproximadamente. Aristóteles, Galeno y todo el escolasticismo medieval compartieron una concepción isomórfica del cuerpo humano, divulgando metáforas sobre la imperfección y la pasividad femenina. Si bien Aristóteles y Galeno iniciaron esta tradición, la escolástica medieval la interpretó aplicando el prisma de la religión, en su versión judeocristiana.

El concepto de cuerpo antiguo poseía una impronta política. Ser hombre o mujer significaba tener un rango social, no ser orgánicamente de uno u otro sexo. El cuerpo era sólo uno, en versión más o menos perfecta según el grado de calor [7]. Claro que la versión más perfecta y activa era el hombre y la más imperfecta y pasiva la mujer. El patrón del cuerpo humano era el masculino y la descripción de la mujer se hacía subrayando sus carencias. El cuerpo de la mujer era accidental por no completar su cocción e inverso al tener los mismos órganos que los varones pero en lugares equivocados. Por ejemplo, tenemos el caso de la vagina traducida como un pene sin aflorar, al igual que los “ojos del topo” (Laqueur, 1994; Ortiz, 2002; Puleo, 2000; Rouselle, 1997; Schiebinger, 2004) (Imagen 1).

Con ello, el isomorfismo no promovió la diferencia pero sí la desigualdad al instalar en segundo plano las facetas femeninas ¿Por qué? La historiografía feminista considera que situar al hombre como modelo de perfección fue una fórmula usada para afirmar el patriarcado y el poder masculino [8] (Laqueur, 1994; Puleo, 2000; Schiebinger, 2004).

En el medievo, con la concepción cristiana imperante en Europa, ser mujer podía significar ser un cuerpo imperfecto pero también un cuerpo peligroso por su facultad de elegir el mal. Este largo período me parece interesante porque intuyo que podría haber cambiado la forma de entender el cuerpo y la ciencia. Resulta que, durante siglos, convivieron diversas teorías sobre la diferencia sexual [9] pero a finales del s. XIII se produce el llamado “triunfo de la revolución aristotélica”. Tal evento va de la mano del auge escolástico y se traduce en que la teoría sobre la diferencia sexual más misógina, la de la polaridad, arrasa. El conocimiento aristotélico y los escritos galénicos se instauran como autoridad en las universidades medievales; siendo compatible con la supuesta voluntad divina. Así se sembró el pensamiento de las oposiciones binarias, hombre-activo-superior y mujer-pasiva-inferior, como marco para la investigación del cuerpo humano. De paso se barrían los saberes de las mujeres, ya no legitimados [10], y otras teorías no basadas en la polaridad (Imagen 2).


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Los textos médicos se caracterizaban por: contemplar sólo la experiencia masculina como fuente de autoridad; promulgar la inferioridad y peligrosidad de la mujer; plantear cánones de belleza androcéntricos; centrar su discurso en la mujer fecunda, subordinada al hombre; y considerar que el útero condiciona el razonamiento, negando a las mujeres la posibilidad de conocimiento verdadero. Un ejemplo es el tratado anónimo Secreta mulierum (s. XIII, 2ª mitad). Veamos un fragmento:

... las mujeres están llenas de veneno en el tiempo de su menstruación que ellas envenenan animales con su mirada; infectan a los niños en sus cunas; ensucian el más limpio de los espejos; y cuandoquiera que los hombres tienen contacto sexual con ellas se convierten en leprosos y a veces cancerosos... [En: Lemay, 1992, traducción de Montserrat Cabré].

Frente a este discurso, algunas autoras se rebelan y escriben entrando en polémica. Éste es el caso de la obra excepcional de Christine de Pizán, La ciudad de las damas (1405). Con ella, se inició un debate público sobre el valor social de las mujeres en los siglos XIV y XV que se conoce como “la querella de las mujeres:

Conozco otro opúsculo en latín, llamado Secreta mulierum, que sostiene que padecen (las mujeres) grandes defectos en sus funciones corporales. Esta fue su respuesta (habla la «Señora Razón»): -La experiencia de tu propio cuerpo nos dispensará de otras pruebas. Ese libro es un puro disparate, una verdadera antología de la mentira... [Extracto de La ciudad de las damas, Christine de Pizán, 1405].

Con las concepciones humanistas del Renacimiento el pensamiento busca independizarse de la religión pasando el saber a círculos cortesanos, fundamentalmente. En medicina fue la época del pensamiento anatómico que supuso la quiebra con la fisiología galénica; pero no así con el discurso de inferioridad y pasividad de las mujeres y de su incapacidad para el conocimiento. Es más, tuvo lugar un proceso de objetivación del cuerpo femenino resaltando su pasividad por eso se le solía representar sentado y velado (Imagen 3). Esto se aprecia en la iconografía anatómica. El anatomista Andrés Vesalio es buen ejemplo. En su trabajo De humani corporis fabrica (1543), el hombre seguía siendo la medida del cuerpo humano y el cuerpo femenino era algo a desvelar por la mirada masculina aunque los órganos sexuales femeninos continúan repletos de prejuicios. (Imagen 4).

Es curioso que tanto Vesalio como sus seguidores, a pesar de lo visto en disecciones, continuasen fieles a la tradición isomórfica. Huarte de San Juan en el Examen de ingenios (1575) siguió en la misma tónica. Ante tal panorama, algunas pensadoras intentaron desmontar los discursos escolásticos y propusieron la superioridad femenina. Una de ellas fue Agrippa von Netteshein que, cansada de la interpretación bíblica dominante, planteó que la orden de no comer los frutos del árbol del conocimiento había sido dado por Dios sólo a Adán y que Eva lo desconocía; de modo que el pecador fue el primer hombre [11].

El siglo XVII dio forma al pensamiento científico moderno occidental y se considera punto de inflexión para el cambio de paradigma sobre el cuerpo humano. Es época de creaciones tecnológicas, como el microscopio. Crece el interés por la morfología y la fisiología, y se sigue completando la anatomía descriptiva desde el naturalismo resaltando la función reproductora femenina (Imagen 5). Descartes protagonizó una revolución científica al proponer un método, el cartesiano, basado en el cuestionamiento de los saberes anteriores. Esto influyó en la concepción de los sexos y condujo a una concepción dimórfica del cuerpo humano. Los médicos, como expertos, comenzaron a desplazar a las matronas de la atención sanitaria; y las mujeres fueron perdiendo la oportunidad de asistir sus propios cuerpos. Se fundaron las principales academias europeas de ciencias [12]donde no estaba previsto el ingreso de mujeres. Cuanto más prestigio iba adquiriendo la ciencia menos se las dejaba participar. Como contraste, se reafirmaba la idea de que el saber contenía un sesgo de género. Por ejemplo, el cartesiano Poulain de la Barre defendió la idea de que no es la naturaleza sino la costumbre la que subordinaba la mujer al hombre y expuso la relación entre poder patriarcal y saber, en su libro De l´egalité des deux sexes (1673). Esta situación se concreta en lo que Celia Amorós llama el círculo Poulain, según sugería el pensador: “El vulgo confirma sus prejuicios con la opinión de los doctos y éstos, en la cuestión de los sexos, no superan el estadío del prejuicio que reina en el vulgo” (reseñado en: Puleo, 2000).


Imagen 5

Sin embargo, es a lo largo del siglo XVIII y del siglo XIX cuando el modelo de cuerpo dimórfico se asienta hasta nuestros días. Según Consuelo Miqueo (2001), este nuevo planteamiento se debatió entre la teoría de la complementariedad y la teoría de la polaridad entre los sexos, con la aparejada inferioridad femenina. Evelyn Berriot-Salvadore (1992) añade que los primeros pasos de la diferenciación sexual sintonizaron con el neoplatonismo al asumir que el útero era el órgano principal del cuerpo femenino, el que gobernaba todos los impulsos y afecciones de la mujer. Entonces al útero se le endosaron dos características particulares: ser fuente de males y ser fuente de vida. La primera propiedad provenía de la metáfora platónica del útero como animal en movimiento que migraba por el cuerpo femenino de la cabeza a los pies y que sirvió para justificar las enfermedades nerviosas de las mujeres. Por su parte, la segunda propiedad derivó en que a la mujer se le considerara un ser que necesita protección, subiéndola a un pedestal ficticio. Así fue creándose la figura del ángel del hogar apartado de la vida pública. Todo esto se dio en el escenario del siglo llamado de la razón donde comenzaba a fraguarse el feminismo como movimiento social reclamando el derecho de las mujeres a la educación y al voto. La sede de la razón se situaba en el cerebro y la investigación médica fue volcándose en el estudio de la mente con el desarrollo en neuroanatomía. Poco a poco se entabla el debate sobre el sexo y la mente, hasta hoy [13].

El debate se radicaliza en el siglo XIX. Con el romanticismo, se despliega una morfología idealista y cobra vigor la fisiognómica [14]. Se basaba en el estudio de signos corporales que indicaban condiciones del alma en relación con el comportamiento humano (Imagen 6).

También se difunde la frenología que examina rasgos de la forma de la cabeza, bajo el supuesto de que el desarrollo desigual de las partes del cerebro interviene a la vez en el carácter y en la forma del cráneo. Entonces, el cerebro de la mujer era de menor tamaño y desarrollaba más las zonas encefálicas posteriores e inferiores, relacionadas con la afectividad, de ahí su hipersensibilidad y endeblez mental; mientras que el varón desarrollaba más las zonas anteriores y superiores, relacionadas con el raciocinio y la creatividad. Así el cerebro femenino, más débil, respondía mejor a la hipnosis. El antiguo método del magnetismo animal se transforma con el método de Braid, donde los palpamientos se abandonan en beneficio de la mirada fija y el adormecimiento. Algo apropiado para preservar la moral femenina (Imagen 7).

Al cerebro siguió una extensa enumeración de diferencias entre los cuerpos sexuados: los huesos, los músculos, el tejido celular, la estatura, los genitales, entre otras. Al final, las diferencias confluían en el temperamento, la moral y la mente. La diferenciación era la estrategia para excluir a las mujeres de lo público y político, en un contexto de controversia o cuestionamiento de la dominación patriarcal (Sánchez, 1999). Una metáfora muy usada por médicos del XIX era la de mujer como ser fisiológicamente no libre, esclava de su naturaleza biológica, desde la pubertad (Jagoe, 1999).

Además, el discurso de la diferencia recibe un fuerte apoyo por la teoría de la herencia de Mendel (1822) y la teoría evolucionista de Darwin (1871) en la que expresó:

… se admite que en la mujer los poderes de la intuición, la percepción y quizá la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de estas facultades son características de las razas inferiores, y por consiguiente, de un estado de civilización pasado y menos desarrollado.

En estos modelos el dimorfismo sexual no se queda en constatar las diferencias relativas de los cuerpos sino que es la clave para justificar las diferencias sociales entre mujeres y hombres.

Con el positivismo, la ciencia se autorizaba a sí misma a través de su método objetivo y neutro. Cada investigación confirmaba al saber científico como el garante de la verdad (Sánchez, 1999) y el discurso de la diferencia alcanzaba el grado de universalidad [15]. Todo tenía explicación científica. Por ejemplo, si las mujeres no podían desempeñar algunas actividades era porque su constitución femenina se lo impedía; y de empeñarse en ello podían caer en enfermedades exclusivas de su sexo, como la histeria -dominadas por el útero, mentalmente débiles, hipersensibles, pasivas, frías y, resumiendo, inestables-. Así, el cuerpo femenino va siendo reconducido hacia su función primordial, la maternidad (Simón, 1997). En cambio, la dedicación científica femenina cuenta con la oposición de la mayoría de los hombres de ciencia frente a la emancipación que propone el feminismo (Fee, 1979). Como muestra el discurso de Faustino Curós (1879) [16]:

¿Puede la mujer ejercer como el hombre los mismos trabajos, sufrir las mismas penalidades, arrostrar los mismos peligros, y su inteligencia es tan rica en cualidades como la del sexo masculino? (...) La mujer no puede salir de su sexo que domina su destino, mide sus funciones, sus derechos y sus deberes, hace su debilidad y su fuerza (...) La mujer tiene sobre todo desarrollados los sentimientos afectivos y las ideas que de ellos proceden. Por eso son pocos los ejemplos que en comparación del hombre, nos prueban sus aptitudes literarias, artísticas, industriales, políticas y menos que ninguna científicas, conociendo, como conocemos las diferencias fundamentales que distribuyen al hombre y a la mujer, el papel que han de desempeñar, uno en la vida pública y la otra en la privada, de la inferioridad media en volumen y peso que tiene el cerebro femenino... (Extracto del discurso inaugural Aptitud del hombre y de la mujer para los estudios científicos).

En el siglo XX, la diferencia sexual sigue vigente, teniendo a su servicio la genética, la endocrinología, la neurología, la psicología o la sociobiología. Por su parte, en Europa, el movimiento feminista va obteniendo sus frutos de libertad para las mujeres. Gracias a ello, muchas mujeres logran bajar, al menos un pie, del pedestal del ángel del hogar, votar, divorciarse, disponer de sus propios medios económicos e incluso dedicarse a la ciencia y a la medicina. Situándonos en España, y a mi modo de ver, la época franquista fue un caldo de cultivo para el pensamiento androcéntrico porque se fundaba en sostener una moralidad patriarcal. Aquella moral se recogía en el manual universitario de ginecología de la época (1945), de José Botella Llusía y José A. Clavero, usado hasta en decimocuarta edición. Estos ilustres ginecólogos, sintonizando con la ideología imperante dedicaron gran parte de su obra a reducir a la mujer a sus funciones de madre y esposa. A modo de ejemplo dicen frases lapidarias como: “la mujer es mujer desde la concepción hasta la muerte” (Botella y Clavero, 14ª edición, 1993: 61).

También se difundían manuales destinados a las mujeres recién casadas como el de Amar al marido (1961) firmado bajo el pseudónimo “Ángel del Hogar”. En su interior contenía los aspectos variopintos de la relación matrimonial, desde la decoración de la casa hasta el “abrazo sexual”. En las pautas recomendadas aparecían los siguientes mensajes:

Amar al marido es hacer que se beneficie con las invenciones de nuestra ternura y ahorrarle al máximo las molestias de nuestras susceptibilidades y depresiones... Y, recuerde, esposa amantísima, que si algo no funciona en la yacija la culpa será sólo suya: La frigidez femenina, sensiblemente más frecuente que la inapetencia masculina, expone a grandes riesgos a la pareja y al matrimonio [17].

Fuera de esto y avanzando un poco en el tiempo, a partir de la década de los sesenta comienza a denunciarse el sexismo y androcentrismo inherente en varias prácticas culturales, como la literatura, pero la alarma es mayor cuando el análisis feminista dirige su crítica al propio conocimiento científico.

Trasladándonos a la actualidad, estamos en el reinado de la llamada tecnociencia -biotecnología, robótica, nuevas tecnologías reproductivas, clonación y variantes-. También contamos con herramientas de gestión científica, como la Medicina Basada en la Evidencia y los protocolos avalados por estudios científicos. Todo parece tener el sello de calidad suprema, objetiva y neutral ¿pero lo es? Aquí se mantiene la sospecha feminista.

Conclusiones

A la luz de mi personal recorrido histórico por textos médicos he visto una estrecha relación entre las visiones del cuerpo femenino y la sujeción de libertad. Aunque a otro nivel, también me ha resultado injusta y molesta la polémica histórica sobre la capacidad o no de las mujeres para prosperar en la ciencia.

La ciencia contemporánea, y con ella la medicina, discurre sobre caminos ya transitados. En las ideas que expresa cotidianamente podemos reconocer el espíritu del auténtico fantasma: el «fantasma del androcentrismo». El feminismo es una herramienta potente para de detectar a tremendo espectro [18]. Ello supone algo muy bueno para que la ciencia cumpla su promesa de ser útil para todos y todas.

Con este trabajo he pretendido resaltar la carga ideológica del conocimiento científico en la creación de los estereotipos de género y el papel clave que ha tenido la ideología misógina en las afirmaciones que la ciencia ha hecho acerca de las mujeres y su supuesta inferioridad natural.

Pienso que hay que tener presente que cuando el conocimiento nuevo va de la mano del desarrollo de tecnologías éstas son producidas a partir de una elección de valores. Por ello habrá que velar porque en dicha elección no participe el mencionado «fantasma del androcentrismo», ni otros. También puede aparecer a través de los portadores del saber científico que lanzan mensajes y los introducen en la consciencia cotidiana. Y considero este punto muy importante porque podemos caer en una «manipulación técnico-científica». En la consciencia cotidiana de nuestros días, la ciencia goza de un crédito muy elevado, es autoridad. Según la filósofa Ágnes Heller (2004) la manipulación técnico-científica tiende hoy a asumir las funciones negativas de la religión, sin tomar para sí las positivas, sin sus valores, sustituye los viejos mitos por otros nuevos”, y a alta velocidad -añado-. No se trata de ver toda la ciencia como mala ciencia sino de despertar nuestro sentido crítico para actuar en el presente y que la ciencia nos lleve sólo donde queramos llegar. Más cuando nos jugamos nuestro propio cuerpo que también es el cuerpo social (Haraway, 1995).

¿Y entonces qué? Comencemos por enfrentar los discursos androcéntricos librando de su contaminación la consciencia cotidiana porque es ahí donde adquiere su fuerza la «manipulación técnico-científica». La medicina está rodeada de evidencia, entonces sometamos a discusión las verdades evidentes y tendremos el germen de nuevos saberes más justos para las mujeres; y en ocasiones, también para los hombres.

¿Soy o no pesimista? Aún no sé situarme. La humanidad ha encontrado siempre formas para rebelarse contra las formas concretas de manipulación. Donna Haraway (1995) ve la necesidad de que la ciencia revele los límites de su objetividad y propone como estrategia de reapropiación de la ciencia una alternativa para mirar los cuerpos: la metáfora del Cyborg. Según ella: “a finales del siglo XX seremos cyborgs, organismos cyberneticos, criaturas de ciencia ficción y criaturas de realidad social”. Con ello la autora me comunica que ya soy cyborg y hasta me alegro porque parece ampliar mis posibilidades. Por otro lado, puedo imaginar, como “fuerzas del mal”, a algunos científicos prestigiosos en red, muy ricos, jugando a crear vida, también seres de ciencia ficción. Siguiendo el hilo androcéntrico, me figuro que uno de sus deseos es el control de la sexualidad y la reproducción, el mundo de los órganos sin cuerpos, y su simpatía por los óvulos. Y no es simple imaginación, ya podría dar algún nombre.

Para terminar, es necesario conocer cómo la medicina está representando a los cuerpos y prever las consecuencias que el pensamiento de la diferencia sexual puede traer partiendo de tal representación. Hay que pensar con calma estas realidades nuevas y debatirlas, partiendo de la base de que el cuerpo no es una mercancía, ni objeto de sujeción.

En resumen

  • La ciencia médica no es neutra, es androcéntrica y sexista, y tiene poder.

  • La autoridad en la ciencia ha sido masculina. Una de las formas fundamentales de legitimar los discursos en medicina es a través de los avances tecnológicos.

  • Los momentos de mayor recrudecimiento donde se potencia el pensamiento sobre la diferencia sexual parecen ir paralelos a procesos de emancipación de las mujeres.

  • La historiografía es una herramienta para mejorar el presente, y para que el futuro sea el que queramos.

Notas

[1] Según la crítica, Henrik Ibsen fue el mejor dramaturgo y poeta noruego del siglo XIX. Sus obras se consideraron escandalosas para una sociedad guiada por valores victorianos, al cuestionar el modelo de familia y de sociedad dominante, y con ello la relación entre los sexos. Fue un abanderado del feminismo de la época.

[2] LAWRENCE, Peter. Men, women, and ghosts in science. PLoS Biol. 2006, 4(1): e19. Se puede localizar un extracto en español en: LAWRENCE, Peter. ¿Por qué no hay más mujeres en los altos cargos? El País, 8 de marzo de 2006: 39.

[3] El debate está disponible en: Nature y Ana Correas realiza una síntesis

[4] Peter Lawrence trabaja en el Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad de Cambridge y es miembro de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO), de la Royal Society y de la Real Academia Sueca de Ciencias. Está considerado una autoridad en biología genética o del desarrollo. Sus trabajos sobre el desarrollo genético de la mosca Drosophila melanogaster han resultado claves porque ésta comparte el 60% del genoma con la especie humana. El análisis de estos genes es el eje central del estudio de las enfermedades humanas de fuerte componente genético. Ha sido distinguido con numerosos premios: Medalla de la Sociedad Zoológica de Londres (1977), Medalla Darwin de la Royal Society (1994), Premio Vinci d´Excellence de Möet Chandon (Francia, 1996), Medalla Waddington de Biología del Desarrollo de la British Society (2000), entre otros. Recientemente, ha recibido el Premio Príncipe de Asturias (España, 2007), junto a Ginés Morata Pérez, por ayudar a establecer la teoría del compartimiento de Antonio García-Bellido. Según ésta, una serie de células construye un único territorio o compartimiento por un “gen selector” que dirige el clonamiento.

[5] Fragmento de Men, Women, and Ghosts in Science. Corresponde al inicio del apartado “Búsqueda de empleo en la Academia”, donde los mecanismos para que las mujeres adquieran mayor poder, como sugiere, no están claros. La traducción es mía.

[6] Como comenta Catherine Jagoe los discursos no se crean ni reemplazan de golpe, tardan en sustituirse décadas o siglos y son matizados por discursos anteriores o contemporáneos. En cada época hay un discurso dominante metanarrativo que se multiplica y perdura, y otros alternativos o disidentes sobre los que hay menor constancia; aquí está la mayor parte de la producción científica femenina. (Jagoe, 1998; Medina, 1999; Sánchez, 1999; Miqueo, 2001; Puleo, 2000; Ortiz, 2006).

[7] Este pensamiento parte de la Teoría de los Cuatro Elementos (Empédocles, s. VI ac.) donde todo se constituye por cuatro componentes: tierra, aire, fuego y agua. Hipócrates (s. V ac.) plantea en su Teoría Humoral que los elementos primarios corresponden a los humores corporales: bilis negra, sangre, bilis amarilla y flema; más un quinto elemento o pneuma vital. Además, cada humor poseía cualidades específicas según sequedad, humedad, calidez y frialdad. Siglos después, Galeno (s. II dc.) agrega a los humores los temperamentos (melancólico, sanguíneo, colérico y flemático) y pneumas según los tres órganos vitales. Se creía en una jerarquía natural donde las cosas calientes y secas eran más perfectas que las frías y húmedas.

[8] Autoras como María Luisa Femenías y Alicia Puleo consideran que la teorización de la inferioridad y exclusión de las mujeres de la polis, detallada por Aristóteles, fue una respuesta a los sofistas de la época que usando el ideal de isonomía, como igualdad natural, criticaban el sometimiento de mujeres y del resto de las personas esclavas. Aristóteles adoptó la teoría seminal frente a la biseminal como estrategia política: “las mujeres son a-genealógicas, no trasmiten la forma son sólo un accidente necesario para la procreación”. Puleo (2000), pp. 64-67. Consecuentemente, su lugar en la polis es secundario, no son auténticos sujetos.

[9] La autora Prudence Allen distingue tres tendencias: unidad entre los sexos, donde hay un modelo de cuerpo, y mujeres y varones son iguales ignorando diferencias; polaridad entre los sexos, donde mujeres y hombres son distintos y los hombres son superiores; y complementariedad entre los sexos, donde mujeres y hombres son diferentes pero iguales en valor.

[10] Las mujeres estarán excluidas de las universidades europeas hasta finales del siglo XIX, y en algunos casos hasta el XX; salvo contadas excepciones. La pregunta crucial es ¿por qué?

[11] Londa Schiebinger reseña otro planteamiento que expuso Agrippa en 1532 que me parece genial: “si la fuerza sola es la que da preeminencia, que los hombres cedan su lugar a sus caballos, reconozcan como amos a sus bueyes y rindan pleitesía a los elefantes”. (Schiebinger, 2004:35).

[12] Por ejemplo, la Royal Society de Londres en 1662, donde no se eligió a ninguna mujer como miembro de pleno derecho hasta 1945. Como comenta irónicamente Londa Schiebinger (2004), “durante casi trescientos años, la única presencia femenina permanente en ella fue un esqueleto conservado en la colección anatómica de la sociedad”. Peter Lawrence es miembro de esta sociedad.

[13] La polémica continúa en medicina: ¿tiene sexo la mente? De una mano tenemos autoras como Londa Schiebinger (2004) que concluye que no, y de la otra a autoras como la neurobióloga Louann Brizendine (2007) que piensa que la ciencia sugiere que el cerebro tiene sexo. Parte de su discurso se puede leer en la sección “charlas con” de la página web del divulgador científico Eduard Punset

[14] La fisiognómica influenció en las descripciones de novelistas como Charles Dickens, Thomas Hardy, Charlotte Brontë y Edgar Allan Poe. A fines del siglo XIX, también tuvo su papel en antropología criminal. Aquí en España, Concepción Arenal dedicó su libro La del porvenir a refutar la visión frenológica que sostenía la inferioridad intelectual femenina. Estos planteamientos androcéntricos siguen calando algunas disciplinas académicas, hoy día. Por ejemplo, en Psicología diferencial continúa la teoría de los tipos de personalidad a partir de la categorización de tipos faciales y corporales; aunque va perdiendo credibilidad.

[15] La universalidad del discurso de la diferencia se vinculaba a los cambios profundos que las sociedades contemporáneas experimentaron en los siglos XIX y XX -colonialismo, industrialismo, nación-estado, entre otros-. El discurso científico de élite no sólo marcaba la inferioridad de las mujeres, sino también la de personas de otras razas o de baja clase social. Esta manera de pensar inflamaba el deseo de hacer marchar a las naciones bajo un Nuevo Orden Mundial, siendo la ciencia un instrumento al servicio para mejorar la raza (como fue la eugenesia, también vinculada a los procedimientos de control e intervención médica en la natalidad). Aquí se fragua el espíritu de guerras como la II Guerra Mundial.

[16] Para profundizar en el discurso médico del siglo XIX sugiero la recopilación de textos de Jagoe (1999), p. 369-444.

[17] Ángel del hogar

[18] Las personas que utilicen el feminismo como herramienta crítica, bien pueden llamarse “cazafantasmas”. Es una imagen que me gusta.

Bibliografía

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ÍNDICE

Materia - Revolución

Un aposento para el fantasma: el androcentrismo en Medicina. Emilia Martínez Morante

La revolución en medicina. Tengo un amigo diabético... Alfonso Lluna Carrascosa

Reflexiones sobre el Viejo Mundo. Antonio Martínez López

Revolucionarios. Hilario J. Rodríguez

Revolución rusa y revolución mexicana. Hilario J. Rodríguez

De La Marsellesa a Eurovisión. Pablo Pacheco Torres

Varia

El nuevo cine rumano o la pasión por la verdad. Sandra Istambul y José Ángel Martínez

Un ejemplo de análisis de una obra barroca: la Fuga BWV 856 de Juan Sebastián Bach. Enrique Lacárcel Bautista

Una aproximación analítica al primer movimiento del Concerto de Manuel de Falla.
Olga Domínguez de León y Enrique Lacárcel Bautista

La traducción de un pregón callejero: la ópera El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla. Laura Santana Burgos

Dos miradas poéticas: dos mundos poéticos actuales (José Antonio Mesa Toré y Juan Carlos Abril). Mariano Benavente Macías

Breve paseo por los confines: la península de Kamchatka. Carlos Sánchez-Cantalejo Jimena

Anomia: explorando el territorio... sin mapa. Lorenzo Higueras Cortés y Judit Bembibre Serrano

Glosario de (contra)psicología y guía de conversación: (II). Adaptación. Lorenzo Higueras Cortés y Judit Bembibre Serrano

Galería

Revolución. Sandra Istambul

Instantáneas. Marta Iglesias

Lecturas y relecturas

Il Sant’Alessio de Stefano Landi. Francisco José Comino Crespo

RILKE, Rainer Maria. Poemas a la Noche (y otra poesía póstuma y dispersa). Barcelona, DVD, 2008. Juan José Ramírez

Sobre Echado a perder de Carlos Pardo. J.J.R.

La novela perversa. Rodríguez, Hilario J. (2004). Construyendo Babel. Salamanca: Ediciones Témpora. Judit Bembibre Serrano

La espiral del mito.
Calasso, Roberto. (1990). Las bodas de Cadmo y Harmonía. Barcelona: Anagrama. J. B. S.