domingo, 4 de marzo de 2012

PLURIDIMENSIONALIDAD DEL HOMBRE

Hay veces que creemos que nosotros tenemos una manera de ser y juzgamos a aquellos que se comportan diferentes con unas y otras personas. Lo que pasa es que son dos cosas diferentes. Lo primero, consiste en que el hombre tiene varias facetas en la vida, propias de sus relaciones sociales. Lo segundo tiene que ver con lo que comúnmente se llama “ser doble”. Los actos y las actividades, que realizan las personas, son manifestaciones de lo que quiere, realiza y es el hombre mismo. A estas manifestaciones de ese núcleo de conciencia profunda, la persona, las denominamos dimensiones de la vida personal.

La vida humana total está orientada hacia el bien moral, que encierra la perfección, la bondad en sumo grado. La conducta es buena o mala, mejor o peor, según se acerque o se aleje de él. Toda la vida moral está definida por el ideal o bien moral que la oriente. ¿Cuál es esa realidad transcendente, ese ideal, ese bien último que sustenta todos los bienes inmediatos? Nosotros creemos que es la vida personal. La máxima aspiración del hombre es vivir, y que todos defendemos por encima de cualquier cosa. Sin embargo, se es capaz de percibir la persona como un algo bien definido, pero lo que sí se pueden percibir son las acciones, los actos en la vida, los cuales son expresión de la persona misma. Los actos constituyen la pluridimensionalidad del hombre y se manifiestan mediante:

La interioridad: nuestra vida está dotada de una dimensión de profundidad que nos permite ser consciente no sólo de nuestros propios actos, sino de nuestro mismo ser. Somos sujetos dotados de una vida interior que nos invita a recogernos y renovar las fuerzas en la intimidad de nuestro ser. La perfección de la vida personal crece a medida que el hombre se diferencia del medio y se recoge sobre sí mismo para autoimprimirse una vida de conciencia y autodominio. La meditación es el motor que impulsa el desarrollo de esta dimensión profunda.
Encarnación: el hombre no es sólo interioridad, sino exterioridad, lo cual se denomina corporeidad. Esta es más común por que la sociedad ha centrado en ella el bienestar del hombre. Frente a la naturaleza física tenemos la capacidad de transformarla y adaptarla de acuerdo a nuestras necesidades. El progreso técnico y económico encuentra aquí su pleno sentido. Debemos luchar con la naturaleza o contra la naturaleza para hacer de nuestra vida una vida más humana. Nuestro deber es contribuir al desarrollo de la sociedad.

Comunicación: se alcanza sólo cuando se han adoptado una serie de aptitudes que ponen a una persona al servicio de la otra, lo que implica salir de sí y estar abierto para comunicarse con la otra persona. El sentimiento de que todos somos iguales y de que todos somos hermanos constituye una de las mayores conquistas de la humanidad. Hacerlo real en nuestras vidas y en la estructura social es la mejor prueba de que cada hombre y la humanidad se han acercado a su perfección. He aquí una tarea ardua pero necesaria.

Afrontamiento: Sólo el hombre que da la cara, que no vuelve la espalda a los acontecimientos, alcanza la singularidad de su vida personal. Es el mismo esfuerzo por superar las dificultades lo que hace de cada persona un ser singular, original frente a los demás.
Libertad: no crece expontáneamente sino que se conquista. No nacemos libres, sino con capacidad de ser libres. Nos hacemos libres a medida que luchamos constantemente por mantener la autonomía de nuestras decisiones. La libertad es ante todo una capacidad y una actitud. Cada opción concreta supone una renuncia y un compromiso. El hombre verdaderamente libre es aquel que responde, que se compromete consigo mismo y con los demás. De otro modo, su libertad se vuelve anarquía y aislacionista; se vuelve en libertinaje inútil y pernicioso.

Transcendencia: lo que permite al hombre no estancarse en un determinado modo de vida es su capacidad de descubrir realidades superiores por las que se es atraído. Sin estas realidades, que le proporcionan nuevos horizontes de vida, su necesidad de superación se estremecería sobre sí misma en una actitud de rumia masoquista y destructiva. Las manifestaciones de perfección –en Dios o fuera de él- son las que al ser apetecidas por el hombre se convierten para él en valores. El bienestar, la ciencia, la verdad, el amor, el arte, la comunidad, la vida sobrenatural, la libertad, etc. La perfección del hombre depende de su cuadro de valores.

Acción: para que una acción sea personalizadora debe promover la realización del hombre en todas sus dimensiones. La acción plenamente humana debe transformar la naturaleza, perfeccionar al agente, enriquecer el universo de valores trascendentes, intensificar la comunicación humana y facilitar la liberación. La razón humana está capacitada para descubrir nuevas formas de perfección del ser en cualquier campo y nuevas leyes en la combinación de fuerzas naturales. Con todo, la acción del hombre puede perfeccionarlo o degradarlo. Depende de que en ella se desarrollen con equilibrio todas las dimensiones del ser personal que hemos venido analizando. El hombre que es consciente de ellas proyectará su acción como un compromiso de perfeccionamiento propio y colectivo. Su acción dejará de ser un distractivo o un medio penoso para conseguir el sustento diario y se convertirá en la expresión gozosa de toda su fuerza creativa. En otras palabras, su acción dejará de resultarle un elemento de opresión para convertirse en el instrumento eficaz de su liberación y realización.

Actividad:
 1. Qué opiniones tienes con relación a los dos primeros párrafos de este documento.
2. Explica dos ideas por cada una de las dimensiones o manifestaciones de las acciones del hombre.
3. Dibújate a ti mismo, e indica cinco acciones tuyas que te engrandecen y cinco acciones tuyas que te degradan.