lunes, 3 de diciembre de 2012

4.1 FORMULACIÓN E IMPLANTACIÓN DE UNA ESTRATEGIA




Se trata de decidir cuál es la estrategia que la empresa desarrollará. Para ello es necesario seguir los tres pasos necesarios en cualquier decisión: generación de un conjunto de posibles estrategias, evaluación de las distintas opciones y selección de la alternativa más conveniente.

La generación de alternativas debe asentarse en dos pilares. Por un lado, el resultado del análisis externo e interno, que se ha traducido en la determinación de las oportunidades y amenazas del entorno y de las fortalezas y debilidades de la empresa. El análisis suele sintetizar esos elementos en una matriz DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades). A partir de esta matriz es posible identificar algunas de las acciones estratégicas que la empresa puede emprender.

Por otro lado, las opciones que se consideren deben enmarcarse dentro de la dirección y orientación establecidas por la misión de la empresa. El propósito o intención estratégica, recogidos en la declaración de misión, establece un camino a seguir en el futuro.

Las alternativas estratégicas pueden ser muy numerosas y variadas. No obstante, es posible agruparlas en dos grandes categorías que no son independientes.

a) Por una parte, opciones estratégicas que están relacionadas con alcanzar una ventaja competitiva respecto a los rivales. En este caso, la empresa trata de desarrollar aquellas iniciativas que le permiten lograr y mantener una cualidad o atributo que no poseen sus competidores. Característica que es apreciada por los compradores y que proporciona a la empresa un rendimiento superior a sus rivales (precio bajo, superior calidad, rapidez en la entrega, amplia distribución...)

b) Por otra parte, las alternativas estratégicas vinculadas al desarrollo o crecimiento de la empresa. Dentro de este conjunto se consideran opciones relacionadas con la dimensión y el ámbito de actuación de la compañía. Incluyen decisiones sobre los productos a ofrecer, los mercados a atender, las fusiones o adquisiciones de empresas, las inversiones en equipos e instalaciones,...

Las opciones estratégicas generadas normalmente responden a enfoques y prácticas anteriores. Las actuaciones que han funcionado en el pasado tienden a repetirse en el futuro. Un cambio radical en la estrategia no es frecuente y suele responder a una situación crítica. No obstante, en un entorno cada más dinámico y complejo, los esquemas del pasado dejan de ser válidos con relativa rapidez. Por esta razón, la innovación estratégica se ha convertido en una de las cuestiones de mayor interés para la dirección de empresas. Los directivos deben proponer y recoger nuevas actuaciones en el conjunto de alternativas estratégicas a considerar.

Una vez generado un conjunto de alternativas estratégicas, el paso siguiente es su evaluación. Son tres las cuestiones principales que deben evaluarse.

1. En primer lugar, se ha de considerar en qué medida las estrategias son coherentes con los resultados del análisis externo e interno. Se trata de determinar las alternativas que mejor aprovechan las oportunidades y evitan las amenazas del entorno, y que en mayor medida se apoyan en las fortalezas de la empresa y minimizan sus debilidades.

2. En segundo lugar, hay que preguntarse sobre la posibilidad de llevar a la práctica la estrategia con los recursos disponibles o que se puedan conseguir. ¿Se puede disponer de la financiación necesaria? ¿Es posible contar con el personal cualificado para la implantación de la estrategia?

3. En tercer lugar, es preciso analizar si las estrategias son aceptables para los diferentes grupos de interés de la empresa. Esta aceptabilidad depende del grado en que la estrategia satisface los objetivos e intereses de esos grupos.

Tras la evaluación de las opciones estratégicas se procede a la selección de la alternativa que se llevará a la práctica. En todo el proceso previo se han llevado a cabo dos análisis de diferente naturaleza. Un análisis de naturaleza más económica y racional, que comprende el análisis externo e interno. Un segundo análisis de naturaleza más subjetiva, que se centra en el examen de los valores y expectativas de los diferentes grupos de interés.
Según el análisis predominante, la estrategia seleccionada será de naturaleza diferente. Si domina el análisis político, la estrategia será más aceptable para los grupos de interés, aunque puede no ser la alternativa económicamente más apropiada. En este caso las actuaciones futuras suelen ser una continuación de las estrategias pasadas. La causa es el deseo de los grupos dominantes por mantener el statu quo. Por el contrario, si domina el análisis interno y externo, la estrategia puede ser la más adecuada desde la perspectiva de las amenazas, oportunidades, fortalezas y debilidades, pero puede que no sea aceptable por alguno de los principales grupos de interés. En consecuencia, es conveniente seguir un proceso de selección equilibrado entre ambos tipos de factores.

La tercera etapa en el proceso estratégico es la implantación o puesta en práctica de la alternativa estratégica seleccionada.

La puesta en práctica de la estrategia implica determinar qué hace falta para que ésta funcione y alcance los resultados previstos. Es preciso alcanzar un ajuste entre la forma de hacer las cosas en la empresa y los recursos necesarios para la implantación de la estrategia.

La reflexión acerca de la implantación de la estrategia exige, pues, el examen de tres cuestiones o aspectos. En primer lugar, la posibilidad de que la estructura de la organización permita la puesta en práctica de la estrategia. En segundo lugar, los recursos de todo tipo que se precisan. Este análisis se traduce, normalmente, en la elaboración de planes, programas y presupuestos que determinan temporalmente la utilización de los recursos necesarios. Finalmente, la implantación debe tener en cuenta el cambio estratégico. Es preciso considerar la capacidad de los directivos para gestionar el cambio. También hay que evaluar la aceptación del cambio por parte de los empleados, lo que exige un examen de la cultura de la empresa.

La última fase del proceso se refiere al control estratégico. El control está inmerso en todo el proceso. No sólo se controlan los resultados de la implantación de la estrategia, sino también su análisis y formulación. También puede ser conveniente modificar los objetivos o las estrategias. Pueden haber surgido problemas en la puesta en práctica, pues algún aspecto no funciona tan bien como se había planeado. Todos estos cambios conectan con la naturaleza continua de la dirección estratégica, que anteriormente apuntamos. De ahí la opinión de algunos expertos de no considerar el control como una etapa del proceso.
Por tanto, la empresa debe diseñar los sistemas apropiados para el control de todo el proceso estratégico. Se trata fundamentalmente de sistemas de información que permitan a la dirección un control permanente. Se precisa información cuantitativa (sobre costes, rendimientos, ventas,...), pero, también información cualitativa (sobre satisfacción de los clientes, iniciativas de los competidores, situación de los mercados), acerca de un conjunto amplio de variables.

La dirección general de una empresa debe contar con una serie de indicadores sobre estas variables. Los sistemas de información deben estar diseñados para actualizar los valores de estos indicadores tan rápido como sea posible. Ese conjunto de indicadores constituye el denominado 'cuadro de mando' de la dirección. Es el instrumento que los directivos utilizan para controlar sobre todo la implantación de la estrategia.

De lo expuesto podemos afirmar que el proceso estratégico es un proceso sistemático, lógico y objetivo para tomar decisiones importantes en una organización. Igualmente implica que la formación de la estrategia sigue un proceso de arriba abajo.



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