jueves, 20 de marzo de 2008

El gusano y el águila

Érase una vez un hombre que solía reservarse el momento central de las manifestaciones para contar la fábula del gusano y el águila. Se le conocía en el gremio periodístico por su capacidad de oratoria, su actitud siempre dispuesta a hacerle el quite al trabajo y cierta tendencia a ver a los demás un poco por encima de sus hombros. Celebrárase lo que se celebrase y despidiérase a quien se despidiese, el hombre se ponía de pie y hablaba a una mesa que a esas alturas exigía circo, satisfecho ya el apetito, mas no aún la sed. Su relato arrancaba grandes aplausos a quienes escuchaban la historia por primera vez, y alegres carcajadas a quienes se la sabían de memoria y comprobaban una vez más con qué ingenio lograba acomodar la moraleja a la ocasión.
Tratábase la fábula del clásico gusano de esfuerzo, aquél que se empeña en subir y llegar al pico más alto de la montaña, donde sólo las águilas pueden tener su nido. Tras mil peripecias -en las cuales el orador impajaritablemente aludía durante un recoveco de la historia al mito de Sísifo- el gusano lograba llegar a la cima, con humildad y firmeza, no arrogancia, no soberbia. Era el gusano de la misión cumplida, con el que por arte de magia terminaba identificándose toda la asamblea y por supuesto el festejado, en cuyo honor había resucitado la fábula.
En cuanto al águila, la podía pintar con caracteres humanos virtuosos o malvados. Desde luego se trataba de un animal poderoso. A veces incrédulo, a veces soberbio, a veces realista. Representaba el papel de los que piensan que ellos y sólo ellos nacieron para estar en la cima, y que por ocupar dicho sitial durante generaciones se les antoja absurdo que alguien de diferente naturaleza siquiera aspire a intentar el trayecto.
Pero el gusano llegaba, después de años de sangre, sudor y lágrimas. Y al llegar, el águila todopoderosa aprendía la lección. No recuerdo bien si lo felicitaba, le hacía un espacio o le dejaba su puesto para que hiciera lo que quisiera. Pero no se lo comía, que habría sido lo lógico.
Hace pocos días vi caminar a este rey de la palabra por el Paseo Huérfanos. Lo hacía con extrema dificultad y unos 30 kilos menos, debido a un mal incurable que ya me habían comentado que padecía. Lucía verdoso y huesudo y ocultaba bajo las cuencas cavernarias unos ojos que apuntaban al suelo con pesar. Su mirada pícara y firme se había marchado para siempre. Era evidente que el águila, que resplandecía en la montaña, le había ganado esta vez el duelo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el aguila subio a la cima x sus cualidades, el gusano x arrastrado