Un cementerio de elefantes en la facultad

Cuando la crisis ya ahoga y no aprieta y la agonía se convierte en el mejor sinónimo del déficit presupuestario es el momento de pensar en lo que nos rodea, de buscar soluciones y de ser un poco solidarios. Esa es la teoría, pero no la práctica. Y no estoy hablando de políticos agarrados a su escaño y familiares reconvertidos en consejeros delegados: hablo de la universidad, de la mayoría de los miembros de la junta de facultad de filología de la Universidad Complutense, que ya ni se merecen que lo escriba en mayúscula como debería ser, de la cual yo era miembro como representante de alumnos y he dimitido por cuestiones morales.

En la junta del día 25 de abril, en el punto 16, el Departamento de Estudios Hebreos  y Arameos proponía la no renovación del contrato como profesor emérito del doctor Sáez-Badillos. ¿Por qué? Las razones por las que dicho departamento había tomado esa decisión no eran caprichosas: este buen señor, como tantos otros doctores jubilados, había pasado a ser emérito de su departamento, entre otras razones, por la labor que había desempeñado en el Real Colegio Complutense en la universidad de Harvard; sin embargo, su vinculación laboral con este departamento era inexistente puesto que ni residía en Madrid, ni colaboraba en la docencia ni en ninguna otra tarea relacionada con la vida académica de esta universidad. En diferentes ocasiones, el director del departamento se puso en contacto con él para que ejerciera como emérito y su respuesta siempre era la misma: no podía, puesto que ni siquiera tenía ya casa en Madrid. Ante esto y con la situación presupuestaria que padece la Complutense, el departamento decidió no renovar su contrato. El problema: que ciertas decisiones departamentales han de aprobarse en junta.

Los catedráticos y los titulares más veteranos ven peligrar sus «privilegios» y deciden rechazar esta propuesta, alegando que sería una vergüenza hacerle eso a este señor, que es una manera de distinguir a los «diferentes» y que desde cuándo es un problema que un profesor emérito no aparezca por el departamento, que existía el campus virtual y el correo electrónico. Antes estas razones yo me pregunto: si hay profesores de mediana edad que se resisten a los medios digitales ¿es razonable pensar que un jubilado los usará?; ¿cómo se puede tener la desfachatez de ser tan elitista cuando todos padecemos los problemas presupuestarios?; ¿es más vergonzoso eso que una progresiva pérdida de alumnado por cuestiones de poder adquisitivo?; ¿no puede pagarse un alojamiento en Madrid con su sueldo de emérito?, ¿es que acaso no conoce la existencia de las dietas?

Pero más allá de estas preguntas, lo que queda es la hipocresía de toda esta gente, que se queja de lo ahogado de los presupuestos, de las políticas educativas de Lucía Figar y Esperanza Aguirre y de la subida de tasas del señor Wert pero no ven más allá de sus intereses y se agarran a su plaza y a sus beneficios con uñas y dientes, que no piensan en que, por cada titular que se jubila se contratan dos asociados o dos ayudantes doctores, de que estos últimos contratados tienen una precariedad laboral que pueden verse en la calle en cualquier momento, de que con la subida de tasas que nos espera el alumnado menguará progresivamente y que, si siguen así, quizás la facultad tenga que cerrar sus puertas. Y entonces, ¿qué sentido tendrán sus méritos académicos?

Ninguno. Sólo quizás convertir la facultad en un cementerio de elefantes, donde morir aburridos pero llenos de méritos.

[Imagen: Just Dada]

Esta entrada fue publicada el 26/04/2012 a las 9:37. Se guardó como Reflexiones y etiquetado como , , , , , , , , , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.