martes, 13 de marzo de 2012

Escapando hacia el terror


Había escapado de la cárcel, y amparado por la noche evitó un caserío que estaba cerca de la vía
del tren. Desde el caserío ladraron unos perros, cosa que lo puso nervioso, pero el tren ya estaba cerca, y su ruido ahogaba los ladridos.
Francisco se adentró en un matorral, y a pesar de la oscuridad, las espinas de los arbustos, y los
pastos que le enredaban los pies, pudo llegar hasta el tren, el cual había desacelerado en la curva.
Saltó dentro de un vagón abierto y se arrastró hasta un rincón, en la oscuridad.
Deseó tener un encendedor o algo con que iluminar el lugar en donde se hallaba, por lo menos
para ver qué había allí. No se atrevió a pararse, fue andando sobre sus rodillas y manos hasta que
dio con un obstáculo. Fuera del traqueteante tren la noche era oscura, mas dentro del vagón no se
veía ni las manos. Con la precaución del que no ve, Francisco fue tanteando hasta hacerse una idea
de lo que había allí.

Concluyó que eran cajones, le resultó algo lógico, era un tren de carga. Tanteó varios de ellos, y notó
que su largo excedía por mucho su ancho, y eran de madera lustrada, y el no estar apilados unos sobre
otros indicaba que su carga era valiosa, o delicada al menos; Francisco sonrió en la oscuridad.
Siempre tanteando buscó la forma de abrir uno, ilusionado con encontrar algo de valor.
Alcanzó a descorrer la tapa de uno, y cerca de un extremo introdujo su mano en el cajón.
Un terror súbito, como una descarga de electricidad, le arrancó un grito y retiró la mano velozmente;
había palpado una nariz y una boca, un rostro humano. Rápidamente se dio cuenta que los cajones
eran ataúdes, y que seguramente en todos ellos habría muertos.
Se arrimó al borde de la puerta; prefería saltar a quedarse allí, rodeado de muertos.
Alcanzó a ver que enseguida de la vía comenzaba un alto pastizal, algo que podía amortiguar la caída.
Tomaba impulso cuando sintió unos dedos fríos rozándole el cuello por detrás.

Lanzó un nuevo alarido de terror y saltó. Cayó sobre los pastos, rodó, y tras unas vueltas quedó tendido sobre la hierba. El tren terminó de cruzar frente a él y se alejó con su traqueteo, perdiéndose
en la oscuridad.
Francisco se levantó, y algo adolorido se alejó de la vía aplastando pastos, malezas, y sombras.
Más adelante el terreno se volvió menos duro, y escudriñando distinguió un sendero. Lo siguió hasta
que una reja oxidada le impidió el paso. La costeó unos metros hasta que alcanzó un portón que estaba
entreabierto. La oscuridad se había cerrado más, y por un rato caminó casi a ciegas.
En el cielo se apartaron unas nubes, y el débil resplandor de las estrellas le permitió ver que caminaba por un viejo cementerio.

2 comentarios:

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