viernes, 23 de noviembre de 2007

Sociología histórica

Sociología histórica: La sociología histórica es una etiqueta intelectual de definición difícil e imprecisa. Como suele suceder con todos los movimientos académicos, bajo ella se agrupan a autores muy diferentes procedentes incluso de diversas disciplinas, perspectivas epistemológicas y metodológicas muy distintas y en ocasiones hasta opuestas. Como también suele suceder en estos casos, algunos autores no se muestran de acuerdo en ser incluidos en este rótulo, otros lo aceptan e incluso lo abanderan, mientras que un tercer grupo podría encontrarse perfectamente incluido en el mismo pero no suelen ser nunca nombrados como parte del movimiento, caso de Richard Sennett. Finalmente, tampoco está muy claro si se trata de una "disciplina", un "movimiento", una "corriente", una "sensibilidad", etc.

La llamada sociología histórica es, en realidad, parte de un proyecto más amplio de confluencia de las diferentes ciencias sociales. Parte de una doble necesidad. Por un lado, la incapacidad de las ciencias sociales, y en especial de la sociología (por cuanto es la que más empeño ha puesto en intentarlo), de explicar satisfactoriamente el cambio y los procesos sociales. Por otra, la dificultad de los historiadores de entender los procesos históricos sin recurrir a conceptos procedentes de las restantes ciencias sociales. En este sentido, se trata de un acercamiento entre las aportaciones de diferentes disciplinas que se ha realizado desde diferentes contextos académicos y geográficos. Tres principalmente.

La primera, es la sociología histórica propiamente dicha, que procede fundamentalmente del campo de la sociología y es principalmente estadounidense. Habitualmente se entiende que el movimiento surgió de dos obras. Por una parte, el sociólogo israelí Samuel Eisenstadt y su magna "Los Sistemas Políticos de los Imperios" en la que a partir de un esquema estructural-funcionalista comparaba y analizaba el auge y caída de diferentes imperios. Por otro lado tenemos "Los Orígenes Sociales de la Dictadura y la Democracia" de Barrington Moore, en la que comparaba tres grandes revoluciones, argumentando que el papel del campesinado había resultado fundamental en el que las grandes revoluciones diesen lugar a sistemas democráticos o totalitarios.

A partir de estas dos obras fundacionales se produjo un importante movimiento que ha sido muy fecundo, en especial entre los años 70 y los 90. Entre los sociólogos históricos más destacados podemos citar a Charles Tilly, preocupado fundamentalmente de la formación del estado moderno y de las formas de acción colectiva y conflicto político (entre sus obras más célebres se encuentran "Coerción, Capital y los Estados Europeos 990-1992 AD", "Las Revoluciones Europeas 1492-1992", "From Movilization to Revolution" y "Grandes Estructuras, Procesos Largos, Comparaciones Enormes" en el que expone su proyecto intelectual); Theda Skocpol, alumna de Moore y a la que se suele considerar la portavoz del movimiento (su obra más destacada es "Los Estados y las Revoluciones Sociales"); Michael Mann, que desde una perspectiva weberiana realiza un amplio muestreo de situaciones históricas en busca de una definición satisfactoria de poder en su monumental "Las Fuentes del Poder Social"; e Immanuel Wallerstein, conocido por su teoría de los Sistemas-Mundo que elaboró sobre todo en los tres volúmenes de "El Moderno Sistema-Mundo". Como resumen amplio de lo que es y pretende la sociología histórica se suelen citar las obras de Phillip Abrams "Historical Sociology" y de Dennis Smith "The Rise of Historical Sociology".

El segundo gran contexto intelectual de acercamiento entre la historia y las ciencias sociales es el de la historia marxista británica, agrupada sobre todo en torno a la revista Past and Present. La cabeza visible de este movimiento es Eric Hobsbawn, probablemente el historiador más influyente del mundo, conocido por sus monografías sobre la clase obrera, las distintas formas de rebelión primitiva, los orígenes de la revolución industrial o las llamadas "Eras" que en cuatro volúmenes sintetizaba la historia de los siglos XIX y XX. Otros miembros de esta corriente son E.P. Thompson ("La Formación de la Clase Obrera en Inglaterra"), Perry Anderson ("El Estado Absolutista", "Transiciones desde el Feudalismo al Capitalismo"), Benedict Anderson ("Comunidades Imaginadas") o Christopher Hill.

El tercer contexto, al que sin embargo no suele citarse, nos remite a Francia. Allí se han producido dos grandes influencias del pensamiento histórico. Por un lado la denominada Escuela de los Annales (Lucien Fevbre, Fernand Braudel, Maurice Bloch, etc.), que en torno a la revista Annales Historie, Sciencies Sociales -probablemente la revista de historia más importante del mundo- refundieron el proyecto de la historia, oponiendo al positivismo alemán y a la historia política de los grandes hombres y los grandes acontecimientos la historia de los grandes ciclos económicos y sociales y la de la vida cotidiana de las sociedades. La otra gran influencia es la de Foucault y sus metodologías genealógica y arqueológica, en la que se rastrean las alianzas entre el saber y el poder en la configuración del presente. Fue Jacques Le Goff el primero en tratar de sintetizar ambas influencias, aunque sin duda quien más éxito ha mostrado en este proyecto ha sido Robert Castel, cuya monumental monografía "La Metamorfosis de la Cuestión Social" está unánimemente considerada uno de los últimos grandes clásicos de las ciencias sociales. No obstante, ambas corrientes disfrutan de gran influencia en Francia, y su influencia puede escudriñarse en otros títulos importantes aparecidos en los últimos años, como "El Nuevo Espíritu del Capitalismo" de Luc Boltanski y Eve Chiapello.

Estos tres proyectos intelectuales tienen en común una misma ambición: la confluencia de las ciencias sociales a partir de la atención a los grandes procesos históricos. Desde la sociología, se parte de la insuficiencia de los modelos teóricos que la disciplina habría elaborado para explicar el cambio social desde el siglo XIX. El acercamiento a los cambios sociales se ha dado bien desde modelos dicotómicos (del tipo lo que hay ahora-lo que había antes, por ejemplo solidaridad mecánica-solidaridad orgánica, comunidad-asociación, sociedades militares-sociedades industriales, sociedad industrial-sociedad postinduistrial, etc.) bien desde modelos de desarrollo lineal de la historia (la idea de progreso continuo pasando necesariamente por una serie de estadios cada uno superior al que le antecede, como los de Comte, Marx o Rostow), que han fallado claramente a la hora de explicar el cambio social. Los primeros además se acercan a la sociedad de un modo estático, conciben grandes modelos sociales contrapuestos, pero no el cómo se ha pasado de unos a otros, ni sus posibles interrelaciones o permanencias, algo que muchos teóricos actuales siguen haciendo al hablar del paso de la "modernidad industrial" a la "modernidad postindustrial" (o postmoderna, de consumo, etc.).

No en vano en ocasiones se ha considerado a la sociología histórica como heredera de Weber, frente al estructuralismo más estático que vendría de Durkheim. Esta afirmación es discutible, pero sí llama nuestra atención sobre la importancia que sociólogos clásicos como Tocqueville, Weber, Marx, Simmel, Elías o Foucault concedieron a la historia como forma de comprensión de la sociedad presente. Con mayor o menor fortuna, también dependiente de la calidad de los datos de los que disponían, todos ellos se esforzaron por recurrir al pasado como estrategia de investigación, entendiendo así que los fenómenos sociales no son tanto "hechos" como "procesos". En ese sentido, la sociología histórica es un retorno a, y profundización de esta estrategia.

Así, la sociología histórica, al contrario que las estrategias de modelos dicotómicos o de desarrollo lineal, ha preferido recurrir de forma profunda y sistemática a la historia para explicar los grandes procesos sociales. A tal fin, la sociología histórica ha puesto en juego tres estrategias de investigación. Una el análisis, por el cual se comienza con la elaboración de un modelo teórico que posteriormente se pondrá en juego a partir del material empírico (Eisenstadt, Wallerstein). Otra la narración, es decir, la exposición argumentada y concatenada de un determinado periodo histórico a partir del que deducir implicaciones teóricas (Mann, Wolf). Finalmente está la comparación de grandes procesos o acontecimientos históricos, de los cuales inducir, a partir de sus similitudes y diferencias, modelos explicativos (Moore, Tilly, Skocpol). En realidad, las tres están presentes en toda obra de sociología histórica, pero unos autores dan más peso a unas estrategias y otros a otras.

Precisamente a la sociología histórica se le ha criticado el no saber ensamblar correctamente estas tres estrategias en una metodología diferente y superadora, ya que por sí solas son insuficientes. Por ejemplo, la comparación corre el riesgo de recaer en un acercamiento estático a los fenómenos si no se acompaña de narración, y de comparar fenómenos diferentes si no se justifica adecuadamente la selección de los casos a comparar. La narración puede caer en un relato trivial sin teoría, y de no poder generalizarse sin una adecuada comparación con otros procesos similares. La teoría corre el riesgo de sobreinterpretar los datos de las narraciones y comparaciones, o de seleccionar solo aquellos que sirvan para confirmarla. En suma, los tres elementos se necesitan unos a otros, pero a la vez articularlos resulta muy complejo. Esta es la paradoja constitutiva de la sociología histórica, pero también actúa como estimulante de su producción, como ha señalado Ramón Ramos.

Otras críticas que se han realizado a la sociología histórica atañen a su determinismo estructuralista, es decir, a olvidar la agencia humana en favor de grandes explicaciones estructurales, o en términos históricos poner la history (gran historia) por encima de las stories (vivencias de los agentes particulares). Esto es cierto según que autores, pero no invalida el proyecto en su conjunto. También se ha criticado a la sociología histórica el carecer de datos empíricos suficientes como para contrastar generalizaciones tan amplias y ambiciosas como las que a menudo se pretenden. Esto ha sido respondido por parte de los autores afines al movimiento, escudándose en que, como toda investigación científica, se emplean los mejores datos disponibles para la máxima explicación viable. Además, las fuentes de datos históricos han venido ampliándose paulatinamente con el descubrimiento de yacimientos a los que anteriormente no se tenía acceso (caso de los archivos de países que pasan de regímenes autoritarios a otros más democráticos) o en los que anteriormente no se había reparado (como los registros de nacimientos y defunciones de las parroquias para la demografía histórica).

Independientemente de las críticas que se puedan verter contra la sociología histórica, y de si éstas son legítimas o no, su legado es indiscutible. Muy pocas estrategias de investigación han resultado tan fructíferas en las últimas décadas, y su aportación a la comprensión de procesos como la revolución y el conflicto político, la acción colectiva y los movimientos sociales, la formación del Estado-Nación y de las clases sociales, la transición del feudalismo al capitalismo, las formas de protección social, etc. ha sido inmensa. No parece posible hoy hablar de procesos sociales sin recurrir a esta particular forma de hacer ciencias sociales.

En lo que se refiere a nuestro trabajo cotidiano, podemos aprender de la sociología histórica la importancia de la dimensión diacrónica de los objetos de estudio, es decir, la necesidad de acercarnos a lo social no como un objeto estático, sino como un fenómeno en proceso, con una trayectoria anterior que le ha conducido a su configuración presente. Esto es importante tenerlo en cuenta no sólo en el análisis o interpretación de los datos, sino en las fases previas como el diseño del estudio o la selección de herramientas metodológicas.

No hay comentarios: