sábado, 3 de abril de 2010

LA LIGA DE LAS NACIONES

La Liga de las Naciones se formó después de la Primera Guerra Mundial, enfrentamiento que duró de 1914 a 1918. El presidente estadunidense, Woodrow Wilson, fue una de las parteras de ese organismo. Quería proteger los derechos de las minorías, dar independencia a los pueblos. Sus "14 puntos" fueron una inspiración para todas las futuras naciones del mundo. Exigió un nuevo orden internacional -que posteriormente evocó George Bush padre- e igualdad entre los países. "Europa está siendo liquidada", anunció el general Smuts en 1918, y añadió: "La Liga de las Naciones debe ser la heredera de este gran Estado". Fue así como se llegó a una nue-va Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia, a una Europa reformada, y, por supuesto, a un nuevo Medio Oriente.

El Estado moderno de Irak (presidente Bush, por favor tome nota) debe su creación a la Liga de las Naciones, cuyos mandatos británico y francés nos dieron, para bien o para mal -más bien para peor-, a Palestina, Siria y Líbano. Otros también querían estados. Los kurdos querían un Estado, los armenios querían regresar a Turquía para revertir el genocidio turco del que fueron víctimas.

Pero el presidente Wilson cayó enfermo. El Congreso estadunidense declinó unirse a la Liga de las Naciones y Estados Unidos optó por un aislamiento del que sólo salió después del bombardeo japonés en Pearl Harbor, pero antes de dicho ataque (tome nota otra vez, presidente Bush) se vivieron dos muy redituables años de neutralidad en tiempos de guerra. Los estadunidenses no querían ser parte de ese organismo mundial. La futura superpotencia, cuya influencia por la paz pudo haber sido muy benéfica para el mundo -y cuyo creciente poder económico y militar podía haber hecho que Adolfo Hitler revisara sus planes- le dio la espalda a la Liga de las Naciones. Los kurdos nunca obtuvieron un Estado y los armenios nunca volvieron a casa.

Otras grandes potencias se unieron a la liga. Los franceses querían que fuera poderosa, que contara con una fuerza militar multinacional -no del todo distinta a las actuales tropas de mantenimiento de paz-, pero los británicos, que querían permanecer como la primera superpotencia mundial, rechazaron la idea.

El primer desafío real provino de Japón, quien sería en el futuro nuestro enemigo en la Segunda Guerra Mundial; propuso una cláusula en los principios de la Liga de las Naciones en la que se impulsara el concepto de igualdad racial. El mismo asesor de Wilson, en momentos en que Estados Unidos todavía estaba dispuesto a unirse a la organización, le dio la espalda a la idea. "Levantará la cuestión racial por todo el mundo", escribió.

Finalmente, a la cuestión "racial" sólo se le permitió entrometerse cuando la Liga de las Naciones quiso exigir protección para las minorías en estados pequeños o de reciente formación tras la Primera Guerra Mundial. Los estados más grandes no te-nían que preocuparse de esas garantías. Por lo tanto, cuando Hitler comenzó a perseguir a los judíos de Alemania, después de 1933, la Liga de las Naciones no pudo hacer nada al respecto.

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