Simone Weil. La
memoria de los oprimidos.
Emilia Bea, Ediciones Encuentro, 1992 (286 pp.)
Como Jiménez
Lozano guarda muchas complicidades con Simone Weil, llevaba un tiempo con ganas
de conocer más a esta filósofa francesa. Por circunstancias que no vienen al
caso ha caído en mis manos una biografía filosófica de Weil, que me ha servido
como primera toma de contacto con ella. Aquí dejo la idea general que de ella
me he formado.
Simone Weil nace
en Francia, en una familia de raíces judías pero bastante secularizada. Su
hermano mayor es un matemático brillante, lo que lleva a Simone adolescente a
una crisis vital, ya que comprende que nunca será capaz de alcanzar las cuotas
de conocimiento y verdad de su hermano, lo que le lleva a considerar la
posibilidad de suicidarse. Sin embargo, pronto entiende que cualquier ser humano,
si presta la debida atención a lo que le rodea, puede conocer las más altas
verdades del mundo y de la vida. Esta extraña vivencia juvenil refleja bien el
carácter de Weil: una persona enamorada de la Verdad y del conocimiento,
extremadamente sensible y muy auténtica.
A continuación
compendio brevemente algunos hitos de su breve biografía (apenas 34 años).
Estudia filosofía. Tiene profundas filias marxistas, aunque no formará parte
del partido comunista y desde muy pronto desconfiará de la “escatología
revolucionaria”. Da clase de filosofía. Durante un año deja su empleo para
trabajar en una fábrica (creo que de la Renault) a fin de entender cuál es la situación
real de los obreros. En 1936 viene a España a luchar en las brigadas
internacionales, aunque su estancia resulta muy breve por un accidente que
sufre, que le obliga a volver a Francia. Lo que ve en el frente le produce una
honda impresión. En los últimos años de su vida experimenta una conversión de
carácter místico que le acerca al cristianismo, aunque decide no bautizarse
para estar al lado de quienes están fuera de la Iglesia. En la segunda guerra
mundial se ve obligada a abandonar París. Reside un tiempo en el sur de
Francia. Tras un viaje a los Estados Unidos con sus padres, vuelve a Londres,
ya que no quiere estar lejos de su patria. Durante los últimos meses de su vida
se niega a comer más de lo que comen racionadamente en Francia y suele dormir
en el suelo, para solidarizarse con los soldados del frente. Allí fallece de
tuberculosis en 1943.
Weil fue una
filósofa apasionada y comprometida, radicalmente honesta, que siempre procuró vivir de forma
coherente con sus ideas. Su querencia hacia los desfavorecidos, los pobres y los humildes le dan un inconfundible aire de familia con Jiménez Lozano.
En cuanto a las
ideas de Weil que me han resultado más interesantes, apunto las siguientes.
1. Importancia de
la atención. Tras su crisis juvenil, Weil llega a la convicción de que quien
mira a la realidad, quien atiende a ella, termina conociendo la verdad. En uno
de los ensayos finales de su vida, sobre la educación, afirma que la misión más
importante de un profesor es la de enseñar la atención.
2. Importancia
del trabajo. Weil piensa que la deshumanización y alienación de los
trabajadores de la sociedad moderna tiene que ver con la escisión que éstos
experimentan entre su trabajo y el producto final del mismo. El trabajador
moderno, en una fábrica, no conoce el proceso de producción ni puede recrearse
del fruto de su trabajo. En este sentido, durante toda su vida Weil reivindica
la educación de los trabajadores y una espiritualidad del trabajo, a través de
la cual el trabajador pueda percibir la belleza del mundo, desarrollar su
creatividad y comprometerse con la mejora de la sociedad.
3. Al lado de los
oprimidos. Toda la vida de Weil está marcada por su voluntad de estar al lado
de los oprimidos, de los pobres. En este sentido, reivindica el arte románico
como la época de esplendor de Occidente: un arte humilde, pobre, sencillo. Frente
al vencedor y el poderoso, Weil se posiciona siempre al lado del perdedor y del
humilde. En el cristianismo –particularmente en la figura de Cristo y en la Eucaristía-
Weil descubre que Dios también renuncia a su poder de forma absoluta. Dios no
se comunica, no se impone, no abusa, sino que en su ausencia invita al hombre a
buscarle, a esperarle. Esa ausencia de Dios es la manifestación más potente de
su amor, ya que implica su renuncia a ejercer ningún poder sobre nosotros. Weil
se planteó la posibilidad de bautizarse, pero prefirió quedarse en el umbral,
del lado de aquellos “desgraciados” que no conocen a Cristo y no pertenecen a
la Iglesia.
4. El enraizamiento.
La sociedad moderna desenraiza al ser humano. El afán de productividad, la
beligerancia, el desprecio a la tradición… todo lleva al ser humano a una
profunda soledad. Frente a ella, Weil señala como la primera necesidad del
hombre el recuperar sus raíces: su amor a la naturaleza, a la obra de sus
manos, su atención a Dios, su conciencia de la propia historia y la tradición.
Aquí van algunas
citas sueltas de libro. Casi ninguna es propia de Simone Weil.
18. Revolución
como opio del pueblo. En este sentido, pueden entenderse las reflexiones de
Weil sobre la revolución como auténtico opio del pueblo, y en general su
desconfianza hacia las grandes palabras que aseguran un futuro de libertad e
igualdad pero que hipnotizan y dispensa de pensar en las circunstancias
estructurales y existenciales que cotidianamente impiden la emancipación
humana.
p. 37. La
sociedad se funda en un contrato anti-social. En la perspectiva alainiana sólo
el pensamiento individual puede resistir a la tiranía de la opinión colectiva;
el individuo contra el cuerpo colectivo es el eterno combate, el fundamento de
la democracia.
p. 38. Alain
propugna un modelo de sociedad descentralizada, basada en una organización del
trabajo de tipo artesanal y campesino, que atienda a la satisfacción de las
necesidades elementales, en una especie de “democracia frugal, rústica, enemiga
del lujo, del derroche y de la rapidez”…
p. 53. Weil
visita la Alemania nacional-socialista. “Su impresión inmediata de la vida
cotidiana del pueblo alemán es la de que “el margen que separa lo privado de lo
público tiende a reducirse al mínimo, y que no hay problema personal que no se
plantee también en términos políticos”. Es la nota evidente del régimen
totalitario que se avecina.
p. 70. Falta de
sentido en el trabajo. Nadie conoce la finalidad y la naturaleza de lo que se
fabrica; no se puede tener conciencia de la obra acabada. Se borra así el
carácter personal del trabajo y la posibilidad del trabajador de vivirlo como
una actividad creadora.
p. 83. Crítica de
la velocidad. “Simone Weil habla constantemente de la obsesión por la
velocidad, por acelerar el ritmo de las acciones para responder a los
imperativos de la producción, que exigen el mayor rendimiento lo más
rápidamente posible. El tiempo es valorado en términos exclusivamente
económicos con una indiferencia absoluta hacia la dimensión lúdica y
contemplativa de la existencia”.
p. 90. Critica la
“escatología revolucionaria” que hace de la confianza en la revolución un
auténtico opio para el pueblo.
p. 99. Resistir
al estatalismo. “Así, dado que el Estado no es más que un poder voraz sin otra
ley que la de su propio desarrollo, hay al menos que resistirle si no se puede
disolver. Una vida social y profundamente diferenciada del Estado debe crear
ese límite al poder estatal”. (…) “La búsqueda de una cultura que el trabajador
pueda sentir como propia, con la creación de un tejido social de resistencia y
límite al poder, es el gran reto de toda la evolución de S. Weil, desde su obrerismo
inicial hasta sus reflexiones sobre el trabajo manual como medio de contemplación
de la belleza del mundo, que le llevarán a desear “una civilización constituida
por una espiritualización del trabajo que sería el más alto grado de arraigo
del hombre en el universo”.
p. 160. Lo
pequeño, los vencidos. Weil “pretende superar una visión dominante de la
historia que la identifica con la historia de los vencedores, de los poderosos,
que desprecia todo aquello que por rehusar la fuerza ha acabado por sucumbir”
(…) La idea central de su obra sobre el enraizamiento es la oposición entre una
falsa concepción de la grandeza –la que confunde lo grandioso con lo grande,
con lo potente- y una concepción auténtica de la grandeza, que se fija en lo
sencillo, lo puro, lo escondido, y que nunca ha sido tenida en cuenta por los
historiadores.
161. Es mejor
conocer la historia de la gracia más que la de la gravedad.
p. 162. GRACIA Y
GREVEDAD; BARBARIE Y ARRAIGO. “Hay pues, en efecto, dos historias mezcladas en
un mismo transcurso del tiempo, pero dos historias en la que una, “la historia
de la fuerza”, es infinitamente más visible aquí abajo, que la otra, que es “la
historia de la gracia”… Comprender el sentido de la historicidad será, por
tanto, buscar que, más allá del espectáculo de la fuerza, se revele una
historia frecuentemente escondida y poco aparente, per que es la “única
historia que cuenta”, la hisotira de los pueblos y las civilizaciones que están
abiertos a la gracia, se han dejado irrigar por ella y han extraído de ella sus
actos creativos”.
Habla del
románico como del verdadero renacimiento.
Cercanía con los
dioses griegos y el paganismo. P. 181. Hay un valor del paganismo, como
percepción de la dimensión simbólica y sacral del cosmos, al que Weil fue
profunda y legítimamente sensible, y que temía ver destruido irreparablemente
por la civilización moderna y técnica. (Cita de Danielou).
Alerta contra la
desacralización.
p. 197. La
esencia de una civilización cristiana es la penetración mutua de lo religioso y
lo profano, huyendo de dos idolatrías: la que diviniza el poder (laicismo) y
aquella en que la religión toma el poder (clericalismo).
200. La
privatización de la religión y la conciencia tiene consecuencias funestas: el
Estado se convierte en la única instancia de referencia. “Convertido en la
única exterioridad que permite a los individuos afirmar algo que sea común a la
totalidad de la sociedad, el Estado se impone como único objeto de fidelidad”.
“En la sociedad secular moderna, la política llega a ser el único lugar público
y colectivo en que la sociedad expresa su búsqueda de una (o de la) verdad
social e histórica”.
214. Con Platón,
Weil considera que “el conocimiento auténtico de la realidad solo es posible a
través de la conversión”. Esta intuición “supone la primacía del amor sobre la
inteligencia”.
216. Dios abdica,
renuncia a imponerse. Weil postula una actitud vital en la que la humildad y la
gratitud adquieren un protagonismo incomprensible desde el prisma occidental,
pues nuestro mundo ha olvidado que “lo bienes más preciosos no deben ser
buscados sino esperados”.
225. En este mundo
la verdad es una suplicante muda.
230 y ss. Dos
formas de encontrar a Dios. El trato con los desheredados y la contemplación de
la belleza. “Las últimas consideraciones weilianas sobre el trabajo, la técnica
y la ciencia, arrancan de este punto de partida fundamental, pues la voluntad
de poder y el afán de lucro, dominantes en el “desencantado” mundo del progreso
técnico, dejan poco lugar al contacto fruitivo, espiritual y desinteresado con
la naturaleza.
239. “El
predominio de los criterios de utilidad y de eficacia atenta contra la
dimensión de la gratuidad en la que pueden articularse la búsqueda de la
Belleza, del Bien y de la Verdad”.
249. Al final de
su vida habla del arraigo: necesidad humana especialmente olvidada en la
modernidad.
250. No tenemos
otra vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos,
asimilados, recreados por nosotros. De todas las necesidades del alma humana,
no hay ninguna más vital que el pasado.
257 y 258. Esta
pérdida de la memoria histórica (…) es un elemento característico de nuestra
civilización, especialmente agudizado bajo regímenes totalitarios, donde el
Estado recaba para sí la máxima fidelidad y niega toda realidad a otras
comunidades territoriales de mayor o menor extensión y a cualquier comunidad humana
que pretenda limitar su poder omnímodo. Como es sabido, frecuentemente los
teóricos del totalitarismo señalan entre sus rasgos definitorios la destrucción
de las entidades intermedias entre individuo y Estado, llevada a cabo para
impedir que la sociedad pueda estructurarse más allá de las coordenadas
estatales”.
259. “La denuncia
de este proceso de centralización y uniformización crecientes denota una cierta
nostalgia de la sociedad medieval, en cuanto grupos sociales diversos, como la
aldea, región, familia o corporación que contenían su propio código de
fidelidades y eran ejes de la vida política, económica y cultural”.
264. La educación
es, ante todo, formación de la atención.
285. Civilización
del trabajo. Párrafo largo pero interesante: “La creación de una civilización
del trabajo es el gran reto del hombre contemporáneo. Las palabras de S. Weil
son una vez insustituibles: “nuestra época tiene por misión propia, por
vocación, el constrituri una civilización fundada en la espiritualidad del
trabajo. (…) Esta vocación es lo único suficientemente grande para proponer a
los pueblos en lugar del ídolo totalitario… Una civilización constituida por
una espiritualidad del trabajo sería el más alto grado de arraigo del hombre en
el universo, y, por tanto, lo opuesto al estado en que nos encontramos que
consiste en un desarraigo casi total”.
Durante la
lectura del libro aproveché para leer un par de artículos sobre Weil. En uno
sobre la atención pesqué las siguientes citas:
“Aunque hoy
parezca ignorarse, la formación de la facultad de atención es el objetivo
verdadero y casi el único interés de los estudios”
“siempre que un
ser humano realiza un esfuerzo de atención con el único propósito de llegar a
ser más capaz de captar la verdad, adquiere esta aptitud más grande, aun cuando
su esfuerzo no haya dado frutos visibles
ATENCIÓN, DESEO,
ALEGRÍA. Y explica que la atención no consiste en ningún esfuerzo muscular o
físico, que es el que se lleva a cabo en muchos casos cuando se cree estar
prestando atención; tal esfuerzo resulta estéril, pues da la impresión de que
se ha trabajado, y en realidad es la voluntad la que realiza ese esfuerzo, que
lleva a “apretar los dientes”; la voluntad –escribe Simone Weil− es el arma del
aprendiz en el trabajo manual, pero no sucede lo mismo en el trabajo
intelectual, ya que para la filósofa “la inteligencia no puede ser movida más
que por el deseo”. Y para que haya deseo se precisa alegría, que tiene que ver
eminentemente con la realidad: “La alegría es el sentimiento de la realidad”20,
escribe en sus notas. Y en el texto que nos ocupa: “La inteligencia crece y
proporciona sus frutos solamente en la alegría. La alegría de aprender es tan
indispensable para el estudio como la respiración para el atleta