jueves, 25 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Rafael Muñoz Zayas

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Muñoz Zayas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Seguramente mi casa, contiene todo lo que necesito.

¿Prefiere los animales a la gente? No necesariamente.

¿Es usted cruel? Supongo que tengo momentos en los que actúo con cierta crueldad, pero no son una constante ni un rasgo definitorio de mi carácter.

¿Tiene muchos amigos? No, muy pocos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Algo parecido al amor, pero más templado y no sé si más duradero.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, normalmente soy más de decepcionar que de ser decepcionado.

¿Es usted una persona sincera? Sí.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Divagando, pasando de libro a libro, escribiendo un poco, viendo películas y estando con las personas que quiero.

¿Qué le da más miedo? La condición humana.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La cobardía de los violentos que atacan a los débiles, la ostentación de los que ejercen el poder, la falta de empatía entre seres humanos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Mi condición de escritor es muy reducida. Me dedicaría a la vida contemplativa o a algún trabajo manual.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Si pasear es un tipo de ejercicio físico, sí.

¿Sabe cocinar? Cocinar es uno de los grandes placeres de la vida, me entretiene y me ayuda a pensar.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Les propondría escribir sobre Gabriel Bagradian.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Libertad.

¿Y la más peligrosa? Dogma.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí. Simenon decía que todo hombre puede llegar, en las circunstancias adecuadas, convertirse en un asesino. También hay que tener voluntad y, sobre todo, no tener nada que perder.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy más bien un librepensador con tendencias socialdemócratas, aunque la política, por su falta de altura ética e intelectual, me decepciona mucho.  Es posible que sea un idealista, en más de un sentido.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un ángel de cobre de la catedral de Berlín.

¿Cuáles son sus vicios principales? Vicios menores y cada vez más reducidos: café, alcohol, tabaco.

¿Y sus virtudes? La constancia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Espero que solo me lleguen imágenes felices.

T. M.

miércoles, 24 de abril de 2024

Guerrear a través de la violencia sexual

Es el país más grande del mundo, ya se llame Imperio Ruso –como se conoció desde 1721–, República Socialista Federativa Soviética de Rusia, su nombre de 1917 a 1922, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hasta 1991, o el que recibe desde entonces la denominación de Federación Rusa. Comoquiera que se llame, lo político ha empapado la vida del país en todo momento de la historia; sus diferentes gobiernos han intentado influir, controlar, dirigir y hasta eliminar a su población, encarcelando, desterrando, esclavizando o asesinando a gentes de todo tipo, de ambos sexos, de cualquier edad.

En contadas ocasiones, sin embargo, el azar o la desesperada necesidad de escapar de una nación obcecada en destruir la existencia de sus habitantes, o en sustraerles lo que tuvieran, ha llevado a milagrosas salvedades, plenas de sacrificios y traumas. En concreto, quiere referirme a la escritora brasileña Clarice Lispector: a aquella mujer de pasado familiar increíblemente sufriente en su tierra ucraniana dentro de una comunidad judía masacrada, y que había nacido en el pueblo de Chechelnik.

Como tantas otras, la casa de la familia Lispector fue arrasada por los bolcheviques; el abuelo fue asesinado y la madre, violada por un grupo de soldados rusos que, para colmo, le contagiaron la sífilis. Por entonces, una superstición decía que una enferma de tal dolencia venérea podía curarse si se quedaba embarazada de nuevo, y así fue concebida la que llamaron Chaya, que significa «vida» en hebreo. Dos meses después de haber sido alumbrada, la familia consiguió pasar a Moldavia y de allí a Rumanía, donde pudieron obtener pasaportes rusos en 1922 y dirigirse a Brasil, donde la criatura sería renombrada como Clarice.

Este caso particular ejemplifica cómo era vivir una guerra en tierras rusas, en su guerra civil, de 1917 a 1923, entre el Ejército Rojo de los bolcheviques, tras la disolución del Imperio ruso, y el Movimiento Blanco, compuesto por los militares del exejército zarista y los mencheviques. En el año del nacimiento de Clarice, 1920, hubo al menos mil pogromos cometidos por todos los bandos de la guerra; la Cruz Roja rusa estimó que al menos 40.000 judíos fueron asesinados y, por otra parte, también se encontraría lo que Benjamin Moser da en llamar la prevalencia de la violación, otra característica de los pogromos al igual que el robo a los judíos de todas sus propiedades. 

Vaginas apuñaladas

«Esto no es inusual; la violación es el elemento esencial de la limpieza étnica, diseñada tanto para humillar a las personas como para matar y expulsarlas. La Ucrania del momento de la guerra civil no era distinta», dice  este biógrafo de Lispector Y en verdad, la estampa ofrece una imagen tan infernal que estremece pensar en cómo «miles de muchachas fueron sometidas a violaciones colectivas; después de un pogromo, “se encontraba a muchas de las víctimas con una navaja y heridas de sable en sus pequeñas vaginas”». Asimismo, derivada de la guerra, estaba sucediendo una hambruna devastadora: en los años 1921 y 1922, se calcula que murió un millón de personas en Ucrania de pura hambre.

Un siglo después, esa misma zona sufre calamidades atroces, tras dos años de duración de la guerra con motivo de la invasión rusa del país. Las mismas de antaño, comprobamos al leer –con un nudo en la garganta en muchos momentos– el libro de Sofi Oksanen “Dos veces en el mismo río. La guerra de Putin contra las mujeres” (traducción de Laura Pascual). Ella, también, pese a haber nacido en Finlandia en 1977, proviene de una de aquellas familias con un pasado monstruoso por culpa de las contiendas y los totalitarismos. Empieza así hablando de su tía abuela estonia, la cual padeció una agresión sexual una noche por parte del ejército soviético en 1944 que la llegó a enmudecer para siempre.

Ya en “Purga” (Salamandra, 2011), su tercera novela, y superventas, Oksanen ya había abordado cómo en una zona rural de una recién independizada Estonia, una anciana encontraba en su jardín a una veinteañera rusa, víctima del tráfico de mujeres, que había logrado escapar de sus captores. De hecho, la autora hace referencia a esta obra suya al comienzo de su nuevo trabajo, en que ya deja claras las concomitancias del presente con lo ocurrido en la década de los cuarenta: «Esto es así porque Rusia ha estado empleando en Ucrania el mismo manual que en sus anteriores guerras de conquis­ta: el terror de la población civil, las deportaciones, la tortura, la rusificación, la propaganda, los procesos judi­ciales simulados, las falsas elecciones, la culpabilización de las víctimas, los flujos de refugiados, la destrucción de la cultura». 

Destruir la memoria

Al hilo de lo ocurrido en la tierra de sus antepasados, Oksanen cuenta cosas tremebundas con respecto a los extremos, realmente psicopatológicos, a los que llegó el sistema opresor soviético. Por ejemplo, dice que para cualquier familia estonia, la ocupación sovié­tica “significaba, entre otras cosas, que había que quitar de los álbumes todas aquellas fotografías que pudieran considerarse peligrosas y destruirlas, enterrarlas o escon­derlas detrás del papel pintado, como hizo mi familia. Y si las conservaban de un modo u otro sólo podían en­señárselas a la gente de más confianza”. Esas simples imágenes eran una amenaza: testimonio de la memoria de los difuntos, y la Unión Soviética pretendía destruir la memoria porque “mantienen vivo el recuerdo de experiencias que se quieren erradicar, el de las víctimas de los crímenes que ha cometido y el la propia Ucrania independiente”.

Pero, por supuesto, lo más estremecedor del libro serán los casos que se van documentando de los abusos de los soldados rusos, que en medio de la guerra se sienten impunes para perpetrar atrocidades a las mujeres. Ejemplo de ello es Mijaíl Romanov, marido, pa­dre y soldado del ejército ruso que, en la primavera de 2022, entró en un edificio de Kiev, mató a su propietario y violó durante horas a la mujer a la que acababa de dejar viuda. “Según se ha sabido, el hijo del propio Romanov tiene la misma edad que el de la víctima, que estaba llo­rando en la habitación de al lado durante los hechos”, apunta Oksanen. Cuando menos, Romanov fue juzgado “in absentia” por violación en Ucrania en lo que constituyó el primer juicio de este tipo, y la investigación sobre las brutalidades rusas, añade la escritora, no ha hecho más que empezar.

Por supuesto, se trata de una situación, esta de la violencia sexual, que “traumatiza y destroza a familias y a comunidades enteras durante generaciones, y trans­forma la estructura demográfica, de ahí que esa arma ancestral sea un instrumento de conquista tan popular y que Rusia siga utilizándola”. En el caso de Ucrania, Oksanen se pregunta si se está utilizando la violación como instrumento de genocidio. No en vano, Rusia, junto con la afirmación constante de que Ucra­nia no es un Estado, ha reconocido que “violan a la víctima para que ésta ya no quiera mantener relaciones sexuales con ucranianos, o que castran a los prisioneros de guerra para que ya no pue­dan tener hijos”. Una crónica esta, en definitiva, que no puede tener más actualidad y ser más oportuna para informar y concienciar a la sociedad, y ojalá, a los llamados a impartir justicia y castigar a los culpables.

Publicado en La Razón, 16-III-2024

martes, 23 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Sergio Waisman

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sergio Waisman.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Amsterdam.

¿Prefiere los animales a la gente? No.

¿Es usted cruel? En general, no.

¿Tiene muchos amigos? No.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Chispa.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No.

¿Es usted una persona sincera? Sí.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con música.

¿Qué le da más miedo? La cárcel.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Es un poco larga la lista. Hoy en día, la situación en el Medio Oriente.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Inteligencia artificial.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? ¡Sí! Fútbol. Tenis.

¿Sabe cocinar? Un poco. Lubina. Langostinos. Y asado.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Joseph K.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Home.

¿Y la más peligrosa? Todo depende del contexto.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Estoy siempre a favor de los derechos humanos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro migratorio.

¿Cuáles son sus vicios principales? No creo en el concepto.

¿Y sus virtudes? Ni idea.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? I would prefer not to.

T. M.

lunes, 22 de abril de 2024

Dos rivales para descifrar un jeroglífico

El alma inglesa isleña siempre ha anhelado salir al mundo, conquistar los mares, hacer suyas nuevas o incivilizadas tierras, y ese afán ha sido atravesado por el interés por otro tipo de viaje, el que gira alrededor de la historia y el mundo: saber sobre la antigua Italia, el misterioso Egipto, el origen de la agricultura en África, la Edad de Bronce, los descubrimientos en Tierra Santa. Todo desde la perspectiva arqueológica, en que fueron pioneros algunos científicos británicos. Esta disciplina, siempre llena de misterio y exotismo, puede asociarse a una autora que llevó al entretenimiento más audaz el suspense en los lugares más recónditos como Agatha Christie.

Esta fue haciendo viajes a Oriente de joven y, sobre todo, tras conocer a Max Mallowan, un arqueólogo con el que compartirá una misma pasión por la historia y el legado material y oculto que hay que desentrañar bajo la tierra. Así, en 1930, la escritora conocería las excavaciones que estaban teniendo mucha repercusión en los medios: el yacimiento de Ur, en el Irak actual, donde se había descubierto un cementerio. Surgió allí el amor entre ella y el que era el principal ayudante de Leonard Woolley (que algunos califican de primer arqueólogo moderno y que halló evidencia geológica del diluvio que cuenta el “Gilgamesh”, la obra épica más antigua conocida). De aquel tipo de visitas Christie encontraría inspiración para novelas como “Muerte en el Nilo”.

Sir Mallowan y Woolley empezaron a excavar en 1922, el año en que el célebre Howard Carter escudriñaba la tumba de Tutankhamón por primera vez, después de cinco años de búsqueda, en el Valle de los Reyes, al otro lado del célebre río, frente a la actual Luxor. En total, Carter dedicaría diez años a excavar la tumba más famosa de la historia y a trasladar los objetos encontrados a donde están todavía hoy, en el Museo Egipcio de El Cairo. De este gran descubrimiento han pasado ya poco más de cien años —tuvo lugar el 4 de noviembre de 1922, lo que dio origen a la publicación de “Tutankhamón. Howard Carter en España. El duque de Alba y las conferencias del egiptólogo en Madrid” (Almuzara, 2022), de Javier Martínez Babón y Myriam Seco Álvarez.

Tres lenguas distintas

Carter impartió cuatro conferencias con Tutankhamón como tema principal en España, gracias a Jacobo Fitz-James Stuart, duque de Alba y amigo del arqueólogo, el cual explicó sus avances en el estudio de la tumba y el ajuar encontrado. El libro, además, contaba con una presentación del editor Manuel Pimentel, escritor y exministro de Trabajo y Asuntos Sociales, que decía que «el emocionado “Veo cosas maravillosas” de Carter supuso el auténtico eureka de la egiptología moderna». Este descubrimiento, que hizo de Carter una celebridad mundial, había tenido un antecedente igualmente llamativo, el de la piedra de Rosetta, en 1799, en un tiempo en que Egipto “era un páramo sofocante y empobrecido. Pero eso poco importaba. Era el antiguo Egipto lo que cautivaba a Occidente, y este nunca había perdido su poder de seducción”.

Así comienza Edward Dolnick (Marblehead, Massachusetts, 1952) su estupendo “La escritura de los dioses. Descifrando la piedra de Rosetta” (traducción de Victoria León), en que muestra los entresijos que condujeron al hallazgo en el Delta del Nilo de esa losa de granito que, para los investigadores, era la puerta para desentrañar una lengua perdida. De hecho, podía distinguirse en ella un mismo texto grabado en tres idiomas: egipcio, demótico y griego. Dolnick cuenta cómo fue la rivalidad, a este respecto, de dos arqueólogos, ambos con un gran don para las lenguas (griego, latín, árabe, hebreo, persa, caldeo, sirio): Thomas Young, “uno de los pensadores más versátiles que hayan existido jamás, deseoso de asumir cualquier reto en cualquier campo”, y Jean-François Champollion, “incapaz de llevar su mirada a ninguna materia distinta de Egipto”.

Champollion escribió, en 1824: «La escritura jeroglífica es un sistema complejo, un alfabeto al mismo tiempo figurativo, simbólico y fonético en un mismo texto, en una misma frase y hasta en una misma palabra». Y es que, ciertamente, los caracteres jeroglíficos eran dibujos, “muchos de ellos trazados con meticuloso cuidado. Esos dibujos habían evolucionado hacia formas simplificadas, aunque reconocibles, y esos dibujos más básicos habían dado origen a su vez a las líneas y barras de la escritura demótica, que apenas insinuaba sus versiones originales”, apunta Dolnick. Este va aportando toda clase de datos relativos a la piedra de Rosetta, como el hecho de que el primer experto en lingüística que se ocupó de ella fue un académico francés llamado Silvestre de Sacy, un profesor de árabe en París, más un sinfín más de curiosidades fantásticas.

Inquina agresiva

De las investigaciones de De Sacy se concluyó que el texto griego se refería a Ptolomeo V en once ocasiones. Y en efecto, ahí se hallaba inscrito, tras la coronación de este faraón, un decreto que establecía el culto divino al nuevo gobernante, dictado por unos sacerdotes reunidos en Menfis, en el año 196 a. C. Sin embargo, como señala el autor norteamericano, quién descubrió la piedra de Rosetta nunca se sabrá. “El verdadero descubridor debió de ser muy probablemente algún obrero egipcio, pero, de ser esto así, nadie ha dejado testimonio de su nombre”. Oficialmente, fue el teniente y científico Pierre-François Bouchard, durante la campaña francesa en Egipto: «Alguien llamó la atención de Bouchard hacia una gran losa de piedra rota que había sobre un montón de piedras similares. Bajo el polvo y la suciedad de la oscura superficie de la piedra, solo podemos imaginar unos signos extraños. ¿Podría ser “algo” aquello?».

Ese algo al instante se convertiría en una pieza ansiada. Lo que ocurrió después es que los británicos derrotaron a los franceses “in situ” y la piedra acabó en posesión de Inglaterra, tras la firma de la Capitulación de Alejandría, en 1801. Al año siguiente la piedra de Rosetta ya se exponía en Londres. Empezaba entonces la rivalidad entre Champollion y Young a la hora de ver quién era capaz de descifrar el galimatías de la inscripción, lo que llevó a un agresivo enfrentamiento. Champollion era un «villano» cuya «desfachatez», «charlatanería» y «falta de honestidad» no podían ignorarse, apunta el autor, mientras que Young era «un hombre rencoroso» movido por la envidia hacia Champollion y resentido ante un mundo que no había reconocido su talento, añade.

Dolnick sigue el rastro de esta inquina, y va explicando los méritos de uno y otro; por ejemplo, en el mundo de la egiptología, cabe decir que Young «acabó con el misterio que había envuelto los jeroglíficos egipcios y demostró que estos también obedecían leyes racionales»; según otro investigador, fue «probablemente el más brillante solucionador de problemas que Gran Bretaña haya dado jamás». Lo que pasa es que el genio de Young no era suficiente al requerirse, para solucionar el misterio, del conocimiento del copto y de la historia egipcia, en lo que era único y excepcional Champollion. «Fue como si los dos rivales se convirtieran en compañeros perfectos», prosigue el escritor, que asimismo muestra los trámites que dieron como resultado que al final la piedra de Rosetta se halle hoy en el Museo Británico y no en el Louvre.

Publicado en La Razón, 9-III-2024

domingo, 21 de abril de 2024

Entrevista capotiana a María J. Mena

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de María J. Mena.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Asturias. Tradición literaria y cultural, un medio natural como pocos… Un lugar al que, por trabajo o por placer, vuelvo siempre que puedo.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a algunas personas y a algunos animales.

¿Es usted cruel? No. Lo he intentado, pero no se me da bien. No me gusta la crueldad. Creo que es un acto innecesario y que denota cierto desequilibrio mental en quien la ejerce.

¿Tiene muchos amigos? Amigos y conocidos tengo muchos. Otra cosa es hablar de buenos amigos. Con la edad creo que nos volvemos más selectos. Además, soy bastante sensible y he llegado a la conclusión de que «muchos» y «buenos amigos» son dos aspectos que no casan bien. La amistad, la de verdad, la terapéutica, es un tesoro que hay que proteger y cuidar y, además, es escasa. De la misma forma nos tenemos que proteger de los falsos amigos o de quienes han dejado de serlo. Las malas relaciones pueden llegar a hacer mucho daño.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sepan estar cuando los necesito, que me apoyen en mis proyectos, que me cuiden y que tengan sentido del humor y del amor. También, que entiendan que si no estoy para ellos, es porque en algunos momentos, necesito estar para mí, que no es que no los tenga en cuenta, es solo que necesito todo mi tiempo y energía para hacer algo que para mí es importante.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, mis amigos no me decepcionan, lo hacen los que no lo son. Si un amigo me desilusiona, dejo de considerarlo como tal, salvo que tenga intención de mejorar las cosas o haya alguna causa que justifique su actitud. Todos nos equivocamos o comentemos errores, pero hay que saber disculparse. Cuando hablo de desilusiones, hablo de cosas importantes, no de contestar a un mensaje o bobadas así. Tengo amigas a las que no veo de forma habitual, pueden pasar años incluso, y cuando nos encontramos de nuevo, parece que nos hubiéramos visto ayer.

¿Es usted una persona sincera? Demasiado. En ocasiones, he llegado a tener problemas por eso. De todas formas, con los años, se modera todo. La sinceridad también. He aprendido a mirar hacia otro lado y morderme la lengua, salvo casos de fuerza mayor o a entender que nadie está en posesión de la verdad, y menos yo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta mucho viajar, lo que no quiere decir irse al otro lado del mundo, pueden ser viajes cortos o escapadas. Además, soy de Madrid. Creo que esta ciudad nos expulsa de vez en cuando y hay que saber alejarse de ella. También me gusta escribir, el cine y el teatro y leer, claro. Leer siempre. Y, por supuesto, estar con mi familia y con mis seres queridos, disfrutar de una conversación estimulante o de la buena gastronomía. Esto último cada vez más.

¿Qué le da más miedo? El dolor (propio o ajeno), el narcisismo, el ansia de poder y la ignorancia intencional. Unidos son un cóctel demencial.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La corrupción, el maltrato y la desfachatez y falta de responsabilidad de algunos o algunas políticas. No se puede abrir la boca y esperar que lo que decimos no tenga repercusión mediática. Pero, sobre todo, me escandaliza que los demás no se escandalicen de lo mismo que yo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Es difícil decirlo. Creo que la escritura no se elige. Es una forma de relacionarse y entender el mundo. No podría no hacerlo, salvo que quisiera dejar de estar aquí y eso, a día de hoy, no entra dentro de mis planes. Además de escribir, me interesan las actividades humanitarias. Creo que ayudar a otro debería ser una materia de obligado cumplimiento en los centros escolares, algo al margen de credos e ideologías. Ahora que hemos relegado la religión, pienso que el hombre y la mujer han de dar alimento, tanto a su parte humana, como a su ser espiritual, han de continuar haciéndose las grandes preguntas y buscando respuestas y yo creo que solo siendo capaz de percibir el sufrimiento de los demás, puedes entender la verdadera magnitud del dolor y cambiar tu actitud frente a la vida.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Me gusta mucho nadar y pasear. Antes hacía mucho más deporte, ahora apenas tengo tiempo. No obstante, intento ir al gimnasio un par de sesiones por semana, pero, últimamente, me resulta hasta imposible cumplir esto.

¿Sabe cocinar? Reconozco que la cocina no es mi fuerte. Para esto, como para todo lo que es creativo hace falta tiempo y yo carezco de él, por lo que al tener que dosificarlo elijo otras facetas que me reportan mayor satisfacción.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Antoine de Saint-Exupéry. Me encantaría saber cómo consiguió escribir una obra breve, universal, que cada vez que se lee tiene una lectura distinta, y que puede leer cualquiera. También, descifrar el misterio de su desaparición.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Vida.

¿Y la más peligrosa? Venganza. Sobre todo, la que pasa de padres a hijos porque llega distorsionada.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? En mi imaginación muchas veces, pero solo en mi imaginación. La escritura te da cierto margen de maniobra homicida. Pero en la vida real, no soy capaz ni de matar a una mosca. Me cuesta hasta podar mis plantas, con eso lo digo todo, ja, ja, ja.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy bastante optimista en este punto. Creo que llegará un día en el que el ser humano tenga tal nivel intelectual y formativo que sea capaz de organizar una forma de sociedad justa en la que no necesite que ningún otro ser lo gobierne. Obviamente, esto es una utopía, pero hacia allí deberíamos conducirnos. De esta forma, cuando la responsabilidad de nuestros actos recaiga sobre nosotros, quizá cambien algo las cosas. Por otra parte, soy solidaria. Creo en el reparto de riqueza y en una sociedad ecuánime e igualitaria, sin menoscabar el esfuerzo personal. Valoro más la cooperación, que la competencia. Creo que es mucho más productiva para todos. El problema de la política hoy en día es que ha eliminado la palabra «todos» de su mapa de coordenadas y que se ha convertido en un producto de marketing, muy de nuestros días, en un show, a veces un tanto esperpéntico.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No cosa, no, persona. Me gustaría ser Cervantes y escribir el Quijote. Eso sí, si puedo pasar por encima de cautiverios y otros infortunios. Aunque pensándolo bien, tampoco me importaría ser el propio Quijote, a veces, hay que estar un poco ido para poder hacer lo que en verdad deseas.

¿Cuáles son sus vicios principales? Tengo pocos vicios, lo confieso. Ni principales, ni secundarios. No consumo drogas, ni tabaco y tomo alcohol de forma muy esporádica. Si acaso alguna copa de vino y casi siempre durante alguna comida o una cena. Me gusta la buena gastronomía, si puede considerarse vicio, y el café. No puedo vivir sin él. El resto de cosas no mencionadas, para mí, no son vicios.

¿Y sus virtudes? No tengo ni idea. Supongo que alguna tendré, pero creo que no soy yo la que debiera decirlo. En cualquier caso, me gusta vivir mi vida sin meterme ni inmiscuirme en la vida de nadie y creo que eso es una virtud. Tampoco juzgo a los demás. Cada uno que viva su existencia como crea que ha de hacerlo, si no hace daño a nadie con ello. Pero ya le digo, no sé si esto son virtudes o no.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Depende de lo que se entienda por esquema clásico. Creo que pensaría, sobre todo, en mis hijos. Me despediría de ellos y les desearía una vida venturosa, ahora que sé que me estoy muriendo y que no podré protegerlos. Que sean libres, buenos y felices y que no dejen que nada corrompa su hermoso espíritu.

T. M.

sábado, 20 de abril de 2024

Hoy 4 textos en "Cultura/s" de "La Vanguardia"

Hoy, el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, como dice su director, Sergio Vila-Sanjuán, "propone una selección de las novedades de narrativa, ensayo, historia, biografía, poesía, arte, música y cine, cómic... para la gran fiesta de los lectores de este año 2024". Yo, en particular, he colaborado con cuatro textos: "Clásicos: Lo que siempre vale la pena leer/releer", "Ensayo de actualidad: Reflexiones sobre los que nos rodea", "Ensayo cultural: La antigüedad, siempre moderna" y uno de los dos textos dedicados a "Narrativa internacional".

viernes, 19 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Javier Núñez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Núñez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La idea de no poder salir nunca de algún lugar me produce algo parecido al horror. Pero, puestos a elegir, supongo que una casa con un patio con árboles bajo los cuales pueda sentarme a leer, y en lo posible con vistas al mar o la montaña.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Me gustan algunos animales en particular, y sin dudas hay muchas personas a las que detesto. Sin embargo, a pesar de que los esfuerzos que hace una parte muy grande de la humanidad para que renunciemos a toda esperanza, sigo creyendo en cierta gente. Me quedo con esos.

¿Es usted cruel? Supongo que puedo llegar a serlo. A nivel verbal, me refiero. O que puedo ser huraño, y aislarme en mí mismo; a veces eso puede ser visto como una especie de crueldad.

¿Tiene muchos amigos? Cercanos, unos pocos. No me definiría como una persona particularmente sociable. Sin embargo, también tengo grupos de gente que estimo y con la que me gusta conversar y pasarla bien y en los que encuentro ese punto de refugio que a veces brinda la amistad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Hay amistades que se han dado o se han construido por el reconocimiento y la conjunción de diferentes cualidades. Aunque imagino que hay características que son más frecuentes. Capacidad de conversación y de escucha mutua y una cierta sensibilidad frente al mundo, por ejemplo.  

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Creo que nadie está a salvo de la decepción, pero me resisto a pensarlo como algo que me suele ocurrir. Me parece que la vida nos transforma a todos, que hay momentos en que somos parte de determinadas circunstancias que nos acercan o nos distancian, y nuestra forma de lidiar con eso es parte de la relación.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona razonablemente sincera, dentro de las imposturas y omisiones aceptables para convivir unos con otros. Uno siempre se adapta a ciertas convenciones y se pone ciertos trajes. Ni actúo ni voy por el mundo despojado de toda máscara. Digamos que soy lo suficientemente auténtico, y que lo que muestro se acerca bastante a lo que soy.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y mirando películas o series, o sentado a una mesa con amigos y vino.

¿Qué le da más miedo? Acostumbrarnos al horror.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El abuso infantil, el ejercicio de la violencia en situaciones de absoluta inequidad, la injusticia, la hipocresía de los poderosos, la indiferencia ante la desigualdad.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Lo que hago el resto del tiempo en que no estoy escribiendo o pensando en la escritura: empleado de oficina, hombre de familia, etcétera. Soy escritor solamente en los paréntesis de otras actividades que me sostienen y que ocupan la mayor parte del día. Pero me cuesta mucho imaginarme una vida desligada de algún tipo de creatividad. Supongo que si no hubiera sido escritor hubiera querido ser dibujante. O hacer cine. Si tengo que pensar en algo completamente diferente, no lo sé. Tener una huerta en un pueblo de montaña, o pescador en la costa del mar.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ahora no. Solía caminar por las mañanas, es algo que tengo que retomar.

¿Sabe cocinar? Sí, aunque no lo hago muy seguido.  

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Qué difícil. Pero supongo que, antes que elegir alguna persona que admire o algo por el estilo, me inclinaría por algún impostor célebre de la historia: Fréderic Bourdin, Mario Bruneri, Arthur Orton, Arnaud du Tilh. Es una temática que me apasiona.  

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Amor.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Claro. Pero no a nivel real, sino como puro instinto.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Progresista, con aspiraciones a vivir en una sociedad más igualitaria, justa, redistributiva, y libre —muy lejos del manoseo al que los últimos sucesos han sometido a esta palabra en mi país— donde las grandes mayorías puedan vivir mejor.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Dibujante de cómics. O un personaje de ficción en novelas de aventura.

¿Cuáles son sus vicios principales? Beber y postergar las cosas. También fumé muchos años: era mi vicio principal, pero lo dejé hace 7 años.

¿Y sus virtudes? No sé si muchas, pero tengo algunas. No jactarme de ellas puede ser una.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Un collage de momentos superpuestos y desordenados. Algunos lugares, momentos, personas. Un árbol en el fondo del patio, el aljibe en la casa de mi bisabuelo en Córdoba, una plaza donde jugábamos al fútbol. La risa de mis hijos. Los cuadernos en los que escribía a veces. Las rutas que llevaban a algún lado. Un puente, algunos abrazos, un montón de pequeños momentos. Supongo que eso, sobre todo. Un montón de pequeños momentos que a veces parecen pasar de largo y, acaso, vuelvan al final.

T. M.

jueves, 18 de abril de 2024

La biografía definitiva de Lord Byron: una vida de película para un genio políticamente incorrecto

Hoy está muy olvidado, en contraste con lo grande que fue en su época, aun manteniendo su nombre el estatus de clásico de la novela histórica y de aventuras. Nos referimos a un poeta que trascendió por su narrativa de tono épico, Walter Scott, pero del que se olvidaron sus versos. Y sin embargo, estos en su día «fueron recibidos con gran entusiasmo», gracias en parte a «las cualidades líricas de sus canciones y romances, muchos de ellos insertos en sus novelas o poemas extensos», como dijo Esteban Pujals. Es más, «es probable que el barco escocés jamás se hubiera decidido a transformarse en novelista, de no haber aparecido quien le venciese en su propio terreno y orientara el gusto del público que leía poesía de ambiente histórico medieval hacia el poema de valor personal salpicado de vibrantes notas de pasión».

Se estaba refiriendo este estudioso con ello a Lord Byron, que tanto destacó en el campo del poema narrativo y dramático, con obras como “Childe Harold” y “Don Juan”, y cuyo influjo en la literatura europea y norteamericana fue instantáneo e inmenso, acompañándose todo de todo su halo de rebeldía y exaltación que arrastró siempre en su, por lo demás, breve vida: 1788-1824. Esta tuvo un punto de inflexión bien curioso hace algo más de doscientos años, en 1816, después de que el abril del año anterior, el monte Tambora, en una isla indonesia, entrara en erupción. A raíz de ello murió la población del entorno por miles, tanto directamente como por los cultivos arrasados, y el efecto se extendió hasta el planeta entero, llegando a la estratosfera los aerosoles y las cenizas producidas por la explosión y haciendo que la Tierra sufriera un gradual descenso de las temperaturas (una media de tres grados) que hizo que 1816 careciera de verano.

El Sol no podía atravesar las partículas de cenizas que se mantuvieron en el aire durante meses y el cielo se inundó de colores inéditos. Del volcán emergieron cenizas que llegaron a cientos de kilómetros de distancia, a lo que se añadió la lluvia de grandes piedras pómez e incluso un tsunami que arrasaría varias islas. El enfriamiento conllevó anomalías climáticas que provocaron tanto sequías y lluvias desaforadas como heladas imprevistas y enfermedades infecciosas letales. La vida cotidiana de la gente, así, se vio sometida a los vaivenes del clima, y las lluvias torrenciales tan pronto podían enclaustrar en sus casas a millones de habitantes de medio mundo, en lugares tan alejados de Indonesia como Suiza. Aquí, cerca del lago Leman, aquel año, unos cuantos amigos tuvieron que permanecer dentro de la residencia veraniega que estaban ocupado, la llamada Villa Diodati: el poeta Percy Bysshe Shelley y su mujer Mary, y el famosísimo escritor Lord Byron y su médico personal, John William Polidori. 

Testigo de Frankenstein

Pues bien, la historia de aquella estancia suiza asegura que, por mero pasatiempo para soportar lo mejor posible esas jornadas de tiempo infernal, estos literatos inventaron un reto que estaba muy acorde con el ambiente que se respiraba, esto es, escribir cada uno la narración más terrorífica posible. El resultado de aquella curiosa competición cambiaría el curso de la literatura y hasta de la cultura popular moderna. Byron concibió el poema «Oscuridad», donde se lee cómo «el Sol se había extinguido y las estrellas / vagaban a oscuras en el espacio eterno. / Sin luz y sin rumbo, la helada tierra / oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna»; Polidori escribió «El vampiro», donde se vengaba del poeta poniéndole como un mujeriego sin escrúpulos, y Mary Godwin Wollstonecraft, recién casada con Shelley, “Frankenstein o el Prometeo moderno”.

Este episodio, uno de tantísimos llamativos en la vida de Byron, tiene un peso preponderante en un libro que la crítica literaria británica ha calificado de biografía definitiva del poeta. Lo firma Fiona MacCarthy (1940-2020), que en 2009 fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico por sus servicios a la literatura, y se titula “Byron. Vida y leyenda” (traducción de Juan Rabasseda, Teófilo de Lozoya y Pablo José Hermida). MacCarthy alcanza de este modo un hito bibliográfico en torno a un escritor del que se han escrito ríos de tinta, a partir de estudiar diversos archivos y la correspondencia y los manuscritos del bardo inglés; en efecto, toda una leyenda desde que halló la muerte en Missolonghi, en la guerra de la Independencia de Grecia, que estaba sometida al imperio otomano, después de un ataque epiléptico y unas sangrías mal aplicadas.

La autora recorre toda la trayectoria del que nació con el nombre de George Gordon Byron, en Londres, y que era descendiente de una estirpe de aristócratas marineros, si bien el lector verá que de su padre solo heredó deudas. Es un Byron infante que sufría malformaciones, al haber nacido con los dedos del pie derecho hacia dentro, y que arrastró una cojera que le acompañó por siempre. Sin embargo, tal cosa no impediría que dejara libres sus ímpetus de peripecias y afán viajero, por no hablar de su carácter seductor y, naturalmente, de su impronta como poeta romántico, con otras obras como “La visión del juicio”, “Manfredo” o “Caín”. «Descansa en paz, amigo, tú corazón y tu vida han sido grandes y hermosos», escribió Goethe, que lo consideraba el mayor genio de su siglo, al enterarse de su muerte.

Vida de película

Dejaba atrás una de esas vidas de novela, de película, diríamos hoy, por la que pasa la biógrafa por medio de asuntos tan turbios como la relación incestuosa con su hermana o su atracción por varones adolescentes. Pero tal vez el Byron que llamará más la atención es el que está en constante búsqueda por Europa de emociones fuertes, desde que, como cuenta MacCarthy al inicio del libro, fuera en 1816 de Bruselas a Ginebra y a Italia “en su monumental carruaje napoleónico negro. Ese coche especialmente diseñado, una lujosa versión del celebrado carruaje del propio emperador Napoleón capturado en Genappe, no solo incluía el diván de Byron, sino también su biblioteca de viaje, su baúl para platos y su equipamiento de comedor” (que el autor no pagó, por cierto).

Así era Byron, genio y figura, un autor exquisito en lo poético y extravagante en sus formas sociales. Al respecto de esos tiempos napoleónicos (tiene una presencia determinante en el libro su compromiso con los valores de la Revolución Francesa), dijo: «Vivimos en tiempos gigantescos y exagerados». Y tal vez, con esta expresión, en realidad, quisiera hablar de sí mismo, tomando como excusa el hecho de compararse con el que fue el acicate de su ambición, el emperador francés con quien compartía tantas cosas relacionadas con ese pulso extravagante, disidente y hasta glamuroso. Es más, «su identificación personal con el emperador era tal que sus derrotas le provocaban una reacción física –refiere la investigadora–. Después de Leipzig en 1813, Byron estuvo postrado por la desesperación y la indigestión, gimiendo en su diario: “¡Oh, mi cabeza!, ¡cómo me duele!, ¡los horrores de la digestión! Me pregunto cómo le sentará la cena a Bonaparte”». Incluso al año siguiente, tras la abdicación y el exilio a Elba, Byron apuntó que había hecho una oda a su ídolo, al cual por otra parte no perdonaría nunca, viéndolo como lo veía, como un héroe, su rendición.

Publicado en La Razón, 2-III-2024

miércoles, 17 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Annia Galano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Annia Galano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El amor. Desde el amor existe siempre lo posible, una ventana de esperanza para soñar y crecer al mismo tiempo, olvidarnos del yo en favor de un semejante. Solo el amor convierte en milagro el barro.

¿Prefiere los animales a la gente? No entiendo la distinción. Somos tan animales como el resto, una especie más, un pedacito del todo. Prefiero la vida, en cualquier forma.

¿Es usted cruel? No lo creo, pero habrá que preguntarle a los que seguramente herí sin proponérmelo. Quiero decir que no soy intencionalmente cruel, me horroriza imaginar que pueda serlo.

¿Tiene muchos amigos? Tengo buenos amigos, creo que la amistad es de esas cosas donde calidad pesa más que cantidad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Bondad, honestidad, la capacidad de no juzgar. También el intercambio lúcido, incisivo.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. La verdadera amistad nunca decepciona.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona esencialmente callada. Si me hacen una pregunta directa, soy sincera, pero suelo silenciar las verdades espontáneas, sobre todo cuando pueden ser hirientes.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En el mar, con un libro y, de ser posible, en buena compañía.

¿Qué le da más miedo? Miedos tengo muchos. Morir ahogada, quedarme ciega. También temo a las alturas, reales y metafóricas. Trabajo en superar el miedo a las reales. Las otras son terribles, cuando se mira desde arriba se pierden perspectiva y corazón.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La crueldad y la violencia.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No soy escritora; remedando a Eduardo Goldman, soy una mujer que escribe. Dicho esto, creo que vivir y crear deberían ser sinónimos. No imagino una alternativa que no incluya la creación. Sin embargo, debo confesar que yo no decidí escribir. Es urgencia, bálsamo, la catarsis cotidiana que más o menos me sostiene la cordura.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino.

¿Sabe cocinar? Me encanta cocinar. Dicen que eso nos pasa a los químicos teóricos, compensamos la falta de laboratorio en la cocina. Me parece una actividad relajante y, como si eso fuera poco, da placer a otros, al menos cuando queda buena la comida.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? El mago Asdrúbal, de La eternidad por fin comienza un lunes. Lo imagino alter ego de Lichi (Eliseo Alberto), con su corazón de terciopelo rojo habitado por una bailarina que vuela sobre los lagos de Irlanda como un cisne negro.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Tolerancia.

¿Y la más peligrosa? Yo. Esa palabra pequeñita aísla, tiende al pedestal, a la soberbia. Desde su trampa se pierden la humanidad y la empatía.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Encuentro detestable cualquier acto de violencia.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No me gusta la política, suele ir de la mano de la falsía, el fanatismo. Nos separa. Paz, esa es mi única política.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una mejor persona.

¿Cuáles son sus vicios principales? Fumar, procrastinar tareas aburridas, la tristeza.

¿Y sus virtudes? No juzgo, nunca.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi padre. Sentado en el portal de la casa de mi infancia con sus ojos negros sonrientes, bromeando. Solía decir soy como un huevo podrido, no me hundo. Y en realidad no se hundía. Aunque lo empujaran hasta el fondo, volvía a flotar. Esto es literal, aunque podría ser igualmente metafórico. Así que nos imaginaría juntos hasta aliviarme los terrores.

T. M.