Carta a las feministas que fueron antes que yo

Queridas mujeres:
Os escribo con el respeto que me merece quien, en algún momento, deseó cambiar el orden de las cosas. Y es desde ahí, desde el anhelo de cambio compartido, desde el que deseo comunicarme con vosotras. Yo tengo cuarenta años, así que crecí prácticamente en democracia en este país y me encontré muchas de las reformas legales necesarias para poner en marcha la democracia ya rubricadas. Poco tenía que decir de estas leyes que zanjaban por escrito la igualdad de los hombres y de las mujeres... hasta que nació mi hija. De hecho, fui una feminista convencida y trabajé activamente para difundir este pensamiento... hasta que fui madre. Hasta que, a las dieciséis semanas de vida de mi hija, tuve que elegir si quería quedarme con ella o irme a trabajar. Y en ese instante me sentí traicionada. Mucho. Todos los años de estudios, todos los esfuerzos profesionales, todas las ilusiones para que ahora el sistema me hiciera elegir si quería dejar mi trabajo (y la consiguiente dificultad para regresar al mundo laboral después) o reincorporarme como si nada hubiera ocurrido. Como si mi hija no estuviera ahí, esperando olerme, mamar de mi o acariciar mi piel. Me indigné porque nadie me había avisado de esto. Veníais delante de mi y no me dijisteis que el precio de que la mujer se incorporara al mercado laboral era dejar a sus bebés recién nacidos en otras manos. Yo no quería dejar a mi hija en manos de nadie. Yo quería ser yo quien la criara. Y debí elegir. Y eso me pareció tremendo. Elegir dejar mi trabajo y comenzar de cero, me pareció en su momento y me sigue pareciendo, injusto. Las mujeres (y los hombres) no deberíamos tener que elegir entre la maternidad o la paternidad y el trabajo. Deberíamos vivir en una sociedad que articulara sus recursos y economía con una lógica ética en la que el sostenimiento de la vida humana fuera el principal objetivo. En la que no primera sobre todas las cosas la lógica neocapitalista. Ética frente a lógica utilitaria, Vida frente a economía. 

Sé que muchas de vosotras escapasteis a través del trabajo de una vida insustancial hecha de souflés y puntillas, que el mercado laboral os pareció la ventana de escape de la rutina y y el almidón. La presión de la propaganda franquista de la buena ama de casa era tan demencial que cualquiera en su sano juicio deseaba huir de ella. Pero, y si me permitís el símil, tirásteis al bebé con el agua del baño. Porque una cosa es asumir que la madre sea la servil sirvienta de la familia y otra pretender naturalizar que las mujeres dejemos a nuestros bebés de cuatro meses, ocho horas al día, con otras personas.
Sé que nuestros desacuerdos son generacionales. Sois las madres del  biberón, de la crianza conductivista y de las luchas ideológicas. Estáis muchas de vosotras en situación de poder, por edad y por batallas ganadas. Sé que cuesta comprender que haya mujeres no alienadas que disfruten con la maternidad. Pero las mujeres de nuestra generación no llegamos a la maternidad por un mandato de género. Muy al contrario, el mándato que recibimos desde bien pequeñas fue: estudia, trabaja y gana dinero. Y muchas de nosotras nos encontramos con la sorpresa de que la maternidad era un espacio de libertad y empoderamiento personal. Nuestra maternidad no está hecha de lacitos y buena normas de conducta; nuestra maternidad está hecha de cuerpo, sexo, placer y fuerza.
Os pido de corazón que nos echéis una mano a las que venimos detrás. Dejad de luchar contra la maternidad y pongámonos a una a luchar contra el sistema, contra el neocapitalismo, contra la explotación. La maternidad no es el problema, el problema es el sistema. No pidáis en mi nombre bajas para el padre, pedid bajas para quien más desee quedarse en casa con los hijos y procurad leyes que impidan que la decisión implique a quien la toma, quedarse fuera del sistema. No pidáis guarderías de 0 a 3 años por mi, pedid para quien quiera, bajas retribuidas más amplias de hasta, por lo menos, dos años y haced leyes para que si decido usarlas, la empresa no pueda castigarme. Volved la mirada hacia los niños y las niñas y dejemos de usar las palabras que interesan al sistema: lógica empresarial, capitales, beneficios, salario, productividad... y comencemos a hablar en el idioma de la Vida, hablemos de ética, cuidados, amor y solidaridad. Entonces, unidas, podremos, al fin, trasformar la sociedad.  
Atentamente,
Una feminista de cuarenta años.

 

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