27 de abril de 2011

Una vez más por debajo de la cota cero


Hace un par de semanas viajamos al Puerto de Veracruz para realizar algunas inmersiones en arrecifes pertenecientes al Sistema Arrecifal Veracruzano, área natural protegida. Para mí fue una extraordinaria experiencia poder compartir con mis amigos algunos de mis lugares favoritos de buceo: El ahogado del arquitecto, Cabomex (la bolla del salón), Catedrales y la Blanquilla. El viaje superó todas mis predicciones y expectativas. ¡Fue maravilloso! Los cinco buceos que realizamos fueron exitosos, todos los buzos lograron sus objetivos, nos divertimos, aprendimos juntos, convivimos ¡y el equipo de Azulmarino sigue creciendo!

Me llena de emoción haber visitado "mi" piedra de los peces roncadores, encontrar lenguas de flamingo y dos nuevos nudibranquios con cámara en mano, langostas y morenas verdes gigantes, corales, esponjas.... Haber logrado transmitir mi pasión por el mar a un par de "escépticos", que sea el segundo o tercer viaje de Bernardo, Julio e Isaac, que Fermín haya aceptado nuevamente compartir la experiencia, la invaluable ayuda de Aída para preparar a los buzos, ver la cara de satisfacción de Mireya, Ana Valeria, Oswaldo y Sebastián que por fin lograron bucear y estrenar sus flamantes equipos, observar a Ivonne y a Miguel vencer sus miedos y mejorar con cada buceo, que buzos experimentados como Omar y Virginia hayan viajado con nosotros, observar a los que han aprendido a cuidar el ecosistema y se preocupan por él, regresar del viaje y despertar curiosidad en los demás al ver las fotos de la expedición, enterarme que Miguel le ha platicado a algunas personas acerca de lo mucho que disfrutó la experiencia (y seguir siendo mi promotor número uno), los encantadores comentarios que me han escrito Mireya, Omar, Bernardo y Julio, la preocupación de los recién certificados por hacer su examen teórico, las caras contentas, el mar, ¡estar planeando ya nuestro siguiente viaje de buceo!

Hoy platicando con Luis, recordábamos nuestros buceos y viajes cuando eramos alumnos de Jack Baron, mismos recuerdos que revivimos Omar, Eduardo y yo hace unos días. Estoy segura que estos buzos que se están formando ahora, comenzarán a guardar sus propias historias y experiencias y las convertirán en parte importante de su vida, así como me ha sucedido a mí y a mis colegas buzos desde que decidimos hacer del mar, parte fundamental de nuestra vida.

A todos ustedes....¡gracias!

25 de marzo de 2011

Plataforma tiburón, primer buceo de la temporada


Cinco treinta de la mañana, escucho entre sueños el grito del conductor del autobús ―¡Tamiahua última parada!― Me había costado mucho trabajo conciliar el sueño, después de que mi compañero de asiento descendiera en Tuxpan finalmente lo había conseguido. Podía escuchar al conductor, pero no lograba abrir los ojos. Finalmente se acercó y gritó una vez más en mi oído ―¡Tamiahua última parada!― Desperté.

Bajé del autobús recolectando todo mi equipaje. Cuando los buzos viajamos, no viajamos "ligero". Mochila al hombro, bolsa de dormir, tapete, maleta de equipo, almohada, impermeable. La calle aún estaba oscura pero ya se escuchaba a los gallos cantar. Los pescadores se dirigían al mar en sus bicicletas, la señora de la tortillería me saludó y con la sonrisa en la cara levantó la cortina del local.  ―¡Buenos días!―, exclamaban todas las personas que pasaban junto a mí.

No visitaba Tamiahua desde el 2007, así que desconocí el lugar. Afortunadamente Xareni envió un taxi para recogerme.  ―¿Donde estás?― me preguntó,  ―No sé, afuera de un hotel a una cuadra de donde me dejó el autobús―. Por fín llegué a Puerto Lobos.
Ocho de la mañana, todos listos en la lancha terminando de revisar nuestro equipo y abrigándonos para el largo trayecto hacia la Plataforma Tiburón. No deja de sorprenderme que a pesar del movimiento, las olas, el viento, el ruido del motor y el agua de mar cayendo permanentemente sobre nosotros, me dormí sentada en mi lugar recargada en un chaleco compensador. No importa cuan cansado esté un buzo, la expectación por esa inmersión tan esperada, hace que cada minuto valga la pena.
Cerca de las once de la mañana me despertó la disminución de velocidad de la lancha. Al voltear pudimos ver a lo lejos la plataforma. Unos minutos después de todas las maniobras de seguridad, comenzamos a descender por el cabo, nada de corriente. Lo habíamos logrado.
La primera vez que buceé, recuerdo haberle pedido a Gabriel Gedovius que me hiciera un dibujo de lo que acabábamos de ver, ¡quería compartirlo con todos los que no estaban con nosotros! quería que vieran lo que yo acababa de ver. Esto se los cuento porque es muy dificil explicar la sensación del mar sobre mi cabeza. La percepción de los colores, las formas, el agua que se mete a través del neopreno. Lo que les puedo decir es que el tener la oportunidad de ser visitante del mundo submarino por unos minutos ha sido la mejor experiencia que he tenido en la vida.
De pronto enfrente de nosotros los vimos, a ellos, a esos seres tan esperados, a los sábalos, majestuosos, brillantes, moviéndose en grupo, lento, cuidadosamente, como en una danza. Nunca había visto esa cantidad de animales marinos juntos. Cientos de sábalos, escuelas de barracudas y jureles. De pronto Xareni me muestra a lo lejos un grupo de peces ¡Pámpanos africanos! No podía dejar de ver la luz que incidía a través del agua y de los tubos de la plataforma, toda la vida que envolvía cada centímetro de la estructura, la cara de cada uno de los integrantes del grupo.
Mil libras de aire comprimido, era hora de comenzar el ascenso. ¡No me quiero ir! pensé. Esos son los momentos que se disfrutan más. Saber que no podemos estar ahí para siempre, que es tan sólo una probadita, que volveremos en una hora o tal vez al día siguiente, tiempo finito. Nos iremos a casa felices por la experiencia, por el éxito de la expedición, por la convivencia con nuestros amigos, por el cansancio que se disfruta en cada centímetro de la piel, porque empezaremos a planear la siguiente visita al mar, porque ha valido la pena cada segundo de ese maravilloso viaje.