Era ya la cuarta vez que HyukJae veía pasar a ese chico, y era ya la cuarta vez que deseaba conocerlo.
HyukJae, sus hermanos y su padre se habían mudado a un departamento, camuflándose entre humanos, ya que el afán del hombre por destruir los bosques para agrandar ciudades había acabado con su hogar. Ahora estaban ahí, en la gran ciudad de Seúl, alejados de la naturaleza y todo lo que les gustaba, intentando acostumbrarse al fuerte aroma de combustible quemado que exhalaban los autos y el egoísmo con el qué todos actuaban.
Hacerse pasar por un ser humano no era tan difícil. Sólo tenían que esconder sus puntiagudas orejas, después de todo eran especies muy parecidas. Claro que los elfos tienen un aspecto mucho más hermoso que el promedio de los humanos. Tanto que es difícil que un elfo se enamore de un humano.
Difícil, más no imposible.
Escuela, trabajo, dormir, escuela, trabajo, dormir. Esa era la rutina de DongHae. No tenía muchas relaciones sociales, por no decir ninguna. Sólo hablaba lo necesario con sus compañeros de escuela o trabajo. Su madre trabajaba en el turno opuesto al de él, así que casi nunca se veían. La persona más cercana a él era la dueña del local donde trabajaba. Esa agradable viejecita era lo más cercano a un amigo que tenía. Pero eso tampoco le afectaba mucho. No sentía la necesidad de una relación amistosa o amorosa. Los chicos de su edad eran demasiado inmaduros y extraños, no les importaba lo que las demás personas sentían. Los que se hacían llamar amigos hablaban a sus espaldas. Hipócritas. Sólo se preocupaban por ellos mismos. Egocentristas. Nada de eso era realmente necesario. Las personas adultas no siempre eran maduras, eran más bien jóvenes con dinero y poder, pero seguían portándose cómo unos adolescentes, un poco más pedantes.
Los días recientes se sentía observado. Cada vez que se dirigía del trabajo a la escuela, obligándolo a caminar cada vez más rápido, para pasar de esa incómoda sensación.
En la escuela las cosas eran igual que siempre, nadie le dirigía la palabra más que para pedir apuntes. Aun así, aunque nadie le hablara, podía escuchar como muchas personas hablaban de él «Seguro tiene problemas psicológicos» «Tal vez es mudo» «Es muy raro» «Será un psicópata» Mil y un burlas en su nombre, y él no había hecho nada. Aunque tenía toda la vida escuchando esa clase de cosas, desde que su gran amigo de la infancia se fue. El único al que podía llamar amigo, el único que lo defendía de esas burlas, de las miradas reprobatorias, de los chicos queriendo pegarle sin razón. HeeChul sí había sabido ser un amigo, él sí era lo que el diccionario definía en esa palabra, siempre atento y al cuidado de Hae. Pero ya no estaba, y no estaría nunca más. Eso le dolía, aunque sabía que no era decisión de HeeChul el no estar ahí, con él.
Siete horas en el trabajo, tres días entre semana. Siete horas en la escuela cada día. Soportando gente grosera y prepotente, pero DongHae nunca fue un chico que echara bronca, por más nefasta que fuera la situación, él siempre estaba calmado, tal vez esa otra persona estuviera pasándola mal, él no iba a darle otro problema. Cuando las personas se ponían necias él sólo daba la razón, claro que a veces los insultos y burlas de las personas lo hacían sentir mal. De hecho siempre. Él no había hecho nada malo, él ser serio no era nada malo. Pero a las personas les gusta ser aprovechadas, y claro que no van a meterse con alguien que pueda dejarlos callados, no. Molestan a las personas que ven más vulnerables. DongHae, por ejemplo.
En el trabajo era más fácil el convivir con sus compañeros, aunque a veces también había personas que, por el hecho de que ellos estaban pagando, creían tener el derecho de tratarlo a su antojo.
Pero los últimos días habían sido bastante tranquilos. Los clientes de siempre, pidiendo lo mismo de siempre. Incluso dejando propinas un poco grandes para su "despachador favorito" haciéndolo sonreír incómodamente ya que eso no era una obligación. Y un chico, siempre con una gorra, había empezado a ir. Pedía lo que había pedido cualquier otro cliente. Apenas y articulaba una palabra, pero siempre veía a DongHae, fijamente, al grado de hacerle sentir incómodo. Y cada vez que se iba le obsequiaba una hermosa sonrisa. Resplandeciente, con sus ojos arrugados y entrecerrados, mostrando sus dientes blancos y una pequeña parte de sus encías. Una perfecta sonrisa que incluso provocaba escalofríos.
La gorra fue muchas veces la misma, pero al pasar las semanas, cambiaba cada día. Tal vez creería que, de esa manera, DongHae no podría reconocerlo, pero lo hacía. Sus rasgos eran inconfundibles. Su piel pálida y sus prominentes labios. Era lindo a la vista, pero su actitud hacía que DongHae tuviera piel de gallina cada que lo veía entrar en el local. Pedía comida, sin embargo nunca la comía. Sólo se sentaba en una de las mesas más cercanas a la caja, viendo a DongHae. Después de una hora se iba. Parecía ser su rutina diaria. Sólo se sentaba a ver a DongHae, observar con cuidado cada uno de sus movimientos. No hablaba con nadie, no hacía nada.