Me
han invitado a participar en un grupo de mujeres, es la cuarta vez que
participo en uno de ellos. Se reúnen una vez al mes y los temas, coordinados por una joven psicóloga,
girarán en torno al acompañamiento emocional. La disposición no es exactamente la de un
Círculo de Mujeres, pero tal vez, al estar estructurado de otra manera tenga
más éxito y dure más tiempo que los anteriores… de momento he acudido dos veces
y pinta bien. En contra a los otros en los que he participado formado por
mujeres más jóvenes que yo, en éste las componentes son mayoritariamente de mi
generación, con algunas en torno a los cuarenta y tantos años, y así como en aquellos me nutría de la lozanía
de la juventud, ahora será la experiencia quien marque el camino.
Y
como el tema principal versa en torno a la gestión de las emociones, la semana pasada nombramos aquellas con las que convivimos a diario, e intentamos ver de qué
forma nos afectan: rabia, miedo, tristeza, alegría…
Llegamos
a interesantes conclusiones, tales como que en general, la mejor aceptada socialmente
es la alegría porque parece ser que manifestar tristeza o miedo y especialmente
rabia, aleja a las personas de nuestro alrededor, porque se prefiere estar
siempre con la sonrisa en la boca y con la impresión de que todo va bien… aún siendo conscientes de
que esto no es la realidad.
Dejar
que nuestras emociones se manifiesten tal y como las sentimos sin quedarnos
enganchadas a ninguna de ellas es, según mi forma de sentir, una manera sana de
crecer. Ocultarlas nos lleva a no verlas y no expresarlas, no permitirles evolucionar y con ello, a la
larga, corremos el peligro de que se queden enquistadas con los consiguientes
efectos secundarios que ello conlleva.
Suelo
hablar por mí porque, evidentemente, yo soy la responsable de mis actos, por
ello, confieso que en más de una ocasión he tenido que abandonar algún grupo virtual
o presencial al percibir un ambiente sumamente dulzón y empalagoso, donde todo
parece ser maravilloso, donde todo transcurre
tan felizmente bien… que me ha llevado a tal sensación de irrealidad que no me
hacía sentir cómoda.
Tal
vez sea que mis ojos en este punto ya miran de otra forma y mi corazón siente
de manera distinta…
Centro
ahora mi atención en este fenómeno social, Facebook, donde comencé mi periplo
bastante tarde ya que había algo que me resistía a entrar y que he ido comprendiendo conforme el tiempo pasa... Lo primero que llamó
mi atención fue la cantidad de “me gusta” que recibían las noticias o mensajes
con tintes alegres. En cambio, quienes manifestaban desacuerdo, rabia hacia
algo, tristeza, enfado… pasaban desapercibidos. Cierto es que cada cual es
libre de relacionarse o implicarse en aquello que más le gratifica, pero ¿por
qué giramos la cara cuando vemos una emoción que nos… incomoda? ¿Tal vez nos
hace de espejo? ¿Nos hemos preguntado por qué necesitamos estar en un continuo
estado happyness? ¿Por qué nos molesta encontrarnos de frente con alguien que
manifiesta desacuerdo, incluso ira?
He
llegado a una conclusión muy intima, acertada o no, es lo que siento. Y es que falta
sentido de autocrítica y por tanto, sentido de crítica en general. Y no me
refiero a una crítica destructiva por sistema, sino a una crítica desde la que
construir. Y para ello es preciso ir eliminando
piedras y malas hierbas que sin duda las hay en todos los caminos. Y para ello,
desde ese sentido crítico, lo primero que necesitamos es vernos y reconocernos.
Mi
situación personal en estos momentos ha pasado por un caos, he necesitado
parar, poner distancia, mirar desde la lejanía, centrarme, reconectar y volver
a encontrar mis espacios perdidos. Para ello vuelvo a utilizar algunas lecturas
que en su día dejaron algún mensaje con la certeza de que volveré a encontrar
las palabras justas y necesarias para la ocasión.
Las
palabras de Shinoda Bolen a través de su libro “Las brujas no se quejan” han venido a confirmar mis intuiciones y
a reafirmar mis sentires, mi lugar, aquí
y ahora. Por ello, GRACIAS. A esta autora y a la Vida.
“Las ancianas saben que se
encuentran en una encrucijada y saben, igualmente, que la decisión que tomen
les costará sacrificar alguna de las distintas alternativas. Elegir un camino
significa abandonar el otro. Hemos de
conocernos a nosotras mismas y saber en todo momento qué es lo que nos importa
con el fin de elegir sabiamente.
Cada una de nosotras posee
su propia historia que es única, y la realización de esta historia entrará en
relación directa con el hecho de si hemos elegido el sendero con el corazón. A medida
que nos volvemos más sabias, somos más conscientes de que las encrucijadas importantes
del camino, en general, no se basan en elecciones que aparecen recogidas en los
anales públicos; son decisiones que tienen más que ver con haber elegido el
amor o el miedo, la rabia o el perdón, el orgullo o la humildad. Son elecciones
que modelan el alma.
Si te encuentras en un
cruce de caminos, deseo que sepas cuál es el sendero que entronca con tu
corazón y que tengas la valentía de seguirlo”.
Reflexiones
de un domingo por la mañana, en el 8 de marzo de 2015, Día de la Mujer.
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