lunes, 5 de enero de 2015

No necesitamos más



Al nuevo piso de madera de Ligia, nueva prueba de su buen gusto (sí, esa cosa todavía existe, sobre todo entre estas mujeres histéricas), se ha consagrado una buena media hora. Es totalmente cierto, la mujer es experta en la disciplina de la decoración, todos los cacharros y cachivaches están entre sí concertados. Por eso será que vive sola, se sabe que este tipo de decorado aguanta poco el abuso humano. Tan brillante Ligia, nuevo piso de madera coincidiendo con su aniversario. Puede sentirse a metros la elación que la embarga. Henos aquí toda la familia, todo el matriarcado convocado alrededor de nuestra religión fetichista.
Se puede decir que la califa de esta religión es la abuela, convertida ella misma en una especie de ídolo con sus trece cirugías, sin edad, con sus lentes de contacto color azul y sus grotescas pestañas postizas. Ligia es la sacerdotisa principal. Mi mamá y Samanta son las ayudantas del templo. Las legendarias Salcedo.
“Estoy tan golpeada con la muerte de Dino Martin”. Esperábamos la historia, y la abuela ha arrancado. “Qué falta vas a hacer, Dino. Eras uno de los últimos gentleman que quedaban en Bogotá. Niñas estoy hablando de la era dorada en que todavía había, televisión decente, políticos decente. Y la música era verdadera música no estos tétricos sonidos que se escuchan hoy en día. Dentro de ese tipo de música de verdad, Dino Martin figuró en primera fila. Brindemos por el artista, te has marchado para  siempre, pero siempre estarás en nuestro corazón. Por favor Adela…”
Mamá arrimó al computador y selecciónó el archivo de Dino Martin y la sesión comenzó con su éxito más sonado “No necesitamos más…si cuando estoy junto a ti…mi corazón corre veloz…y el oxígeno es una droga…que te hace ver más hermosa…no necesitamos más…” Las lagrimas que vertieron los ojos de Dora Salcedo Estela, mi abuela, la califa de la religión Salcedo, tan gordas como unas babosas, me inquietaron un poco. Me reí nerviosa y Ligia me hizo cara de regaño. La abuela ahora gemía y plañía. Muy modosa saqué mis kleenex y se los pasé, sin dejar de emitir mi risita nerviosa. Se puede llorar con lentes de contacto, acababa de descubrir. “No necesitamos más…con tu amor de plato principal…con una rosquilla me acabo de llenar…en el invierno con tu aliento…no siento frío, eres mi abrigo…no necesitamos más…tan grande es este amor nuestro…que aprendo a vivir sin lujos ni adefesios…” Todo en un arreglo de balada bastante sencillo, pero suficiente para que mi madre se sume al plañir de mi abuela y a Ligia y Samanta se les humedezcan las pestaña postizas.
Dino Martin, un profeta de la religión Salcedo, estilo pop hispano de los años sesenta, muy parecido al argentino Leo Dan. La abuela extrae de una bolsa que ha traido el empaque de un disco de acetato impreso con el rostro varonil, los labios sensuales, la nariz proporcionada y los ojos intensos bajo mechones de negrísimo pelo, de Dino Martin en la época en que pensaba que la historia de la humanidad culminaba en su persona. “Sin duda era un hombre atractivo”, adelanta Ligia, perfecta sobre su piso de madera nuevo.

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