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3 sombreros de copa
Miguel Mihura
FRAGMENTO ACTO PRIMERO
Personajes:
DIONISIO:
DON ROSARIO:
PAULA:
BUBY:
Va acción en Europa, en una capital de provincia de segundo orden.
Derechas e izquierdas, las del espectador.
Habitación de un hotel de segundo orden en una capital de provincia. En
la lateral izquierda, primer término, puerta cerrada de una sola hoja, que
comunica con otra habitación. Otra puerta al foro que da a un pasillo. La cama.
El armario de luna. El biombo. Un sofá. Sobre la mesilla de noche, en la pared,
un teléfono. Junto al armario, una mesita. Un lavabo. A los pies de la cama, en
el suelo, dos maletas y dos sombrereras altas de sombreros de copa. Un
balcón, con cortinas, y detrás el cielo. Pendiente del techo, una lámpara. Sobre
la mesita de noche, otra lámpara pequeña.
(Al levantarse el telón, la escena está sola y oscura hasta que, por la
puerta del foro, entran DIONISIO y DON ROSARIO, que enciende la luz del centro.
DIONISIO, de calle, con sombrero, gabán y bufanda, trae en la mano una
sombrerera parecida a las que hay en escena. DON ROSARIO es ese viejecito tan
bueno de las largas barbas blancas.)
DON ROSARIO. Pase usted, don Dionisio. Aquí, en esta habitación, le hemos puesto el
equipaje.
DIONISIO. Pues es una habitación muy mona, don Rosario. Ç
DON ROSARIO. Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la
vista es hermosa. (Yendo hacia el balcón.) Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche.
Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy
lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted?
DIONISIO. No. No veo nada.
DON ROSARIO. Parece usted tonto, don Dionisio.
DIONISIO. ¿Por qué me dice usted eso, caramba?
DON ROSARIO. Porque no ve las lucecitas. Espérese. Voy a abrir el balcón.
Así las verá usted mejor.
DIONISIO. No. No, señor. Hace un frío enorme. Déjelo. (Mirando nuevamente.) ¡Ah! Ahora me
parece que veo algo. (Mirando a través de los
cristales.) ¿Son tres lucecitas que hay allá a lo lejos?
DON ROSARIO. Sí. ¡Eso! ¡Eso!
DIONISIO. ¡Es precioso! Una es roja, ¿verdad?
DON ROSARIO. No. Las tres son blancas. No hay ninguna roja.
DIONISIO. Pues yo creo que una de ellas es roja. La de la izquierda.
DON ROSARIO.No. No puede ser roja. Llevo quince años enseñándoles a
todos los huéspedes, desde este balcón, las lucecitas de las farolas del puerto,
y nadie me ha dicho nunca que hubiese ninguna roja.
DIONISIO. Pero ¿usted no las ve?
DON ROSARIO. No. Yo no las veo. Yo, a causa de mi vista débil, no las he
visto nunca. Esto me lo dejó dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: «Oye,
niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas del
puerto lejano. Enséñaselas a los huéspedes y se pondrán todos muy
contentos...» Y yo siempre se las enseño...
DIONISIO. Pues hay una roja, yo se lo aseguro.
DON ROSARIO. Entonces, desde mañana, les diré a mis huéspedes que se
ven tres lucecitas: dos blancas y una roja... Y se pondrán más contentos
todavía. ¿Verdad que es una vista encantadora? ¡Pues de día es aún más
linda!...
DIONISIO. ¡Claro! De día se verán más lucecitas...
DON ROSARIO. No. De día las apagan.
DIONISIO. ¡Qué mala suerte!
DON ROSARIO. Pero no importa, porque en su lugar se ve la montaña, con
una vaca encima muy gorda que, poquito a poco, se está comiendo toda la
montaña...
DIONISIO. ¡Es asombroso!
DON ROSARIO. Sí. La Naturaleza toda es asombrosa, hijo mío (Ya ha dejado
DIONISIO la sombrerera junto a las otras. Ahora abre la maleta y de ella saca un
pijama negro, de raso, con un pájaro bordado en blanco sobre el pecho, y lo
coloca, extendido, a los pies de la cama. Y después, mientras habla DON
ROSARIO, DIONISIO va quitándose el gabán, la bufanda y el sombrero que mete
dentro del armario.) Esta es la habitación más bonita de toda la casa... Ahora,
claro, ya está estropeada del trajín... ¡Vienen tantos huéspedes en verano!...
Pero hasta el piso de madera es mejor que el de los otros cuartos... Venga
aquí... Fíjese... Este trozo no, porque es el paso y ya está gastado de tanto
pisar... Pero mire usted debajo de la cama, que está más conservado... Fíjese
qué madera, hijo mío... ¿Tiene usted cerillas?
DIONISIO. (Acercándose a DON ROSARIO.) Sí. Tengo una caja de cerillas y
tabaco.
DON ROSARIO. Encienda usted una cerilla.
DIONISIO. ¿Para qué?
DON ROSARIO. Para que vea usted mejor la madera. Agáchese. Póngase de
rodillas.
DIONISIO. Voy. (Enciende una cerilla y los dos, de rodillas, miran debajo de la cama.)
DON ROSARIO. ¿Qué le parece a usted, don Dionisio?
DIONISIO. ¡Que es magnífico!
DON ROSARIO. (Gritando.) ¡Ay!
DIONISIO. ¿Qué le sucede?
DON ROSARIO. (Mirando debajo de la cama.) ¡Allí hay una bota!
DIONISIO.¿De caballero o de señora?
DON ROSARIO. No sé. Es una bota.
DIONISIO. ¡Dios mío!
DON ROSARIO. Algún huésped se la debe de haber dejado olvidada... ¡Y esas
criadas ni siquiera la han visto al barrer!... ¿A usted le parece esto bonito?
DIONISIO. No sé qué decirle...
DON ROSARIO. Hágame el favor, don Dionisio. A mí me es imposible
agacharme más, por causa de la cintura... ¿Quiere usted ir a coger la bota?
DIONISIO. Déjela usted, don Rosario... Si a mí no me molesta... Yo en
seguida me voy a acostar, y no le hago caso...
DON ROSARIO. Yo no podría dormir tranquilo si supiese que debajo de la
cama hay una bota... Llamaré ahora mismo a una criada.
(Saca una campanilla del bolsillo y la hace sonar.)
DIONISIO. No. No toque más. Yo iré por ella. (Mete parte del cuerpo debajo
de la cama.) Ya está. Ya la he cogido. (Sale con la bota.) Pues es una bota
muy bonita. Es de caballero...
DON ROSARIO. ¿La quiere usted, don Dionisio?
DIONISIO. No, por Dios; muchas gracias. Déjelo usted...
DON ROSARIO. No sea tonto. Ande. Si le gusta, quédese con ella.
Seguramente nadie la reclamará... ¡Cualquiera sabe desde cuándo está ahí
metida...!
DIONISIO. No. No. De verdad. Yo no la necesito...
DON ROSARIO. Vamos. No sea usted bobo... ¿Quiere que se la envuelva en
un papel, carita de nardo?
DIONISIO. Bueno, como usted quiera...
DON ROSARIO. No hace falta. Está limpia. Métasela usted en un bolsillo.
(DIONISIO se mete la bota en un bolsillo.) Así...
DIONISIO. ¿Me levanto ya?
DON ROSARIO. Sí, don Dionisio, levántese de ahí, no sea que se vaya a
estropear los pantalones...
DIONISIO. Pero ¿qué veo, don Rosario? ¿Un teléfono?
DON ROSARIO. Sí, señor. Un teléfono.
DIONISIO. Pero ¿un teléfono de esos por los que se puede llamar a los
bomberos?
DON ROSARIO. Sí, señor. Y a los de las Pompas Fúnebres...
DIONISIO. ¡Pero esto es tirar la casa por la ventana, don Rosario! (Mientras
DIONISIO habla, DON ROSARIO saca de la maleta un chaquet, un pantalón y unas
botas y los coloca dentro del armario.) Hace siete años que vengo a este hotel
y cada año encuentro una nueva mejora. Primero quitó usted las moscas de la
cocina y se las llevó al comedor. Después las quitó usted del comedor y se las
llevó a la sala. Y el otro día las sacó usted de la sala y se las llevó de paseo, al
campo, en donde, por fin, las pudo usted dar esquinazo... ¡Fue magnífico!
Luego puso usted la calefacción... Después suprimió usted aquella carne de
membrillo que hacía su hija... Ahora el teléfono... De una fonda de segundo
orden ha hecho usted un hotel confortable... Y los precios siguen siendo
económicos... ¡Esto supone la ruina, don Rosario...!
DON ROSARIO. Ya me conoce usted, don Dionisio. No lo puedo remediar. Soy
así. Todo me parece poco para mis huéspedes de mi alma...
DIONISIO. Pero, sin embargo, exagera usted... No está bien que cuando
hace frío nos meta usted botellas de agua caliente en la cama; ni que cuando
estamos constipados se acueste usted con nosotros para darnos más calor y
sudar; ni que nos dé usted besos cuando nos marchamos de viaje. No está
bien tampoco que, cuando un huésped está desvelado, entre usted en la
alcoba con su cornetín de pistón e interprete romanzas de su época, hasta
conseguir que se quede dormidito... ¡Es ya demasiada bondad...! ¡Abusan de
usted...!
DON ROSARIO. Pobrecillos... Déjelos..., casi todos los que vienen aquí son
viajantes, empleados, artistas... Hombres solos... Hombres sin madre... Y yo
quiero ser un padre para todos, ya que no lo pude ser para mi pobre niño...
¡Aquel niño mío que se ahogó en un pozo...!
(Se emociona.)
DIONISIO.Vamos, don Rosario... No piense usted en eso...
DON ROSARIO. Usted ya conoce la historia de aquel pobre niño que se ahogó
en el pozo...
DIONISIO. Sí. La sé. Su niño se asomó al pozo para coger una rana... Y el
niño se cayó. Hizo «¡pin!», y acabó todo.
DON ROSARIO. Ésa es la historia, don Dionisio. Hizo «¡pin!», y acabó todo.
(Pausa doloroso.) ¿Va usted a acostarse?
DIONISIO. Sí, señor.
DON ROSARIO . Le ayudaré, capullito de alhelí. (Y mientras hablan, le ayuda
a desnudarse, a ponerse el bonito pijama negro y cambiarse los zapatos por
unas zapatillas.) A todos mis huéspedes los quiero, y a usted también, don
Dionisio. Me fue usted tan simpático desde que empezó a venir aquí, ¡ya va
para siete años!
DIONISIO. ¡Siete años, don Rosario! ¡Siete años! Y desde que me
destinaron a ese pueblo melancólico y llorón que, afortunadamente, está cerca
de éste, mi única alegría ha sido pasar aquí un mes todos los años, y ver a mi
novia y bañarme en el mar, y comprar avellanas, y dar vueltas los domingos
alrededor del quiosco de la música, y silbar en la alameda Las princesitas del
dólar...
DON ROSARIO. ¡Pero mañana empieza para usted una vida nueva!
DIONISIO. ¡Desde mañana ya todos serán veranos para mí!... ¿Qué es eso?
¿Llora usted? ¡Vamos, don Rosario!...
DON ROSARIO. Pensar que sus padres, que en paz descansen, no pueden
acompañarle en una noche como ésta... ¡Ellos serían felices!...
DIONISIO. Sí. Ellos serían felices viendo que lo era yo. Pero dejémonos de
tristeza, don Rosario... ¡Mañana me caso! Ésta es la última noche que pasaré
solo en el cuarto de un hotel. Se acabaron las casas de huéspedes, las
habitaciones frías, la gota de agua que se sale de la palangana, la servilleta
con una inicial pintada con lápiz, la botella de vino con una inicial pintada con
lápiz, el mondadientes con una inicial pintada con lápiz... Se acabó el huevo
más pequeño del mundo, siempre frito... Se acabaron las croquetas de ave...
Se acabaron las bonitas vistas desde el balcón... ¡Mañana me caso! Todo esto
acaba y empieza ella... ¡Ella!
DON ROSARIO. ¿La quiere usted mucho?
DIONISIO. La adoro, don Rosario, la adoro. Es la primera novia que he
tenido y también la última. Ella es una santa.
DON ROSARIO. ¡Habrá estado usted allí, en su casa, todo el día!...
DIONISIO. Sí. Llegué esta mañana, mandé aquí el equipaje y he comido con
ellos y he cenado también. Los padres me quieren mucho... ¡Son tan
buenos!...
DON ROSARIO. Son unas bellísimas personas... Y su novia de usted es una
virtuosa señorita... Y, a pesar de ser de una familia de dinero, nada
orgullosa... (Tuno.) Porque ella tiene dinerito, don Dionisio.
DIONISIO. Sí. Ella tiene dinerito, y sabe hacer unas labores muy bonitas y
unas hermosas tartas de manzana... ¡Ella es un ángel!
DON ROSARIO. (Por una sombrerera.) ¿Y qué lleva usted aquí don Dionisio?
DIONISIO. Un sombrero de copa, para la boda. (Lo saca.) Éste me lo ha
regalado mi suegro hoy. Es suyo. De cuando era alcalde. Y yo tengo otros dos
que me he comprado. (Los saca.) Mírelos usted. Son muy bonitos. Sobre todo
se ve en seguida que son de copa, que es lo que hace falta... Pero no me
sienta bien ninguno... (Se los va probando ante el espejo.) Fíjese. Éste me
está chico... Éste me hace una cabeza muy grande... Y éste dice mi novia que
me hace cara de salamandra.
DON ROSARIO. Pero ¿de salamandra española o de salamandra extranjera?
DIONISIO. Ella sólo me ha dicho que de salamandra. Por cierto... que, con
este motivo, la dejé enfadada... Es tan inocente... ¿El teléfono funciona? Voy a
ver si se le ha pasado el enfado... Se llevará una alegría...
(El último sombrero de copa se lo ha dejado puesto en la cabeza y, con él,
seguirá hablando hasta que se indique.)
DON ROSARIO. Llame usted abajo y el ordenanza le pondrá en comunicación
con la calle.
DIONISIO Sí, señor. (Al aparato.) Sí. ¿Me hace usted el favor, con la calle?
Sí, gracias.
DON ROSARIO. A lo mejor ya se han acostado. Ya es tarde.
DIONISIO. No creo. Aún no son las once. Ella duerme junto a la habitación
donde está el teléfono... Ya está. (Marca.) Uno-nueve-cero. Eso es. ¡Hola! Soy
yo. El señorito Dionisio. Que se ponga al aparato la señorita Margarita. (A DON ROSARIO.)
Es la criada... Ya viene ella... (Al aparato.) ¡Bichito mío! Soy yo. Sí.
Te llamo desde el hotel... Tengo teléfono en mi mismo cuarto... Sí. Caperucita
Encarnada... No... Nada... Para que veas que me acuerdo de ti... Oye, no voy
a llevar el sombrero que me hace cara de chubeski... Fue una broma... Yo no
hago más que lo que tú me mandes... Sí, amor mío... (Pausa.) Sí, amor mío...
(De repente, encoge una pierna, tapa con la mano el micrófono y da un
pequeño grito.) Don Rosario... ¿En esta habitación hay pulgas?
DON ROSARIO. No sé, hijo mío...
DIONISIO. (Al aparato.) Sí, amor mío. (Vuelve a tapar el micrófono.) ¿Su
papá, cuando murió, no le dejó dicho nada de que en esta habitación hubiese
pulgas? (Al aparato.) Sí, amor mío...
DON ROSARIO. Realmente, creo que me dejó dicho que había una...
DIONISIO. (Que sigue rascándose una pantorrilla contra otra, desesperado.)
Pues me está devorando una pantorrilla... Haga el favor, don Rosario,
rásqueme usted... (DON ROSARIO le rasca.) No; más abajo. (Al aparato.) Sí,
amor mío... (Tapa.) ¡Más arriba! Espere..: Tenga esto.
(Le da el auricular a DON ROSARIO, que se lo pone al oído, mientras
se busca la pulga, muy nervioso.)
DON ROSARIO.
(Escucha por el aparato, en donde se supone que la novia
sigue hablando, y toma una expresión dulcísima.) Sí, amor mío... (Muy tierno.)
Sí, amor mío...
DIONISIO. (Que, por fin, mató la pulga.) Ya está. Déme... (DON ROSARIO le da
el auricular.) Sí... Yo también dormiré con tu retrato debajo de la almohada...
Si te desvelas, llámame tú después. (Rascándose otra vez.) Adiós, bichito mío.
(Cuelga.) ¡Es un ángel!...
DON ROSARIO. Si quiere usted diré abajo que le dejen en comunicación con
la calle, y así hablan ustedes cuanto quieran...
DIONISIO. Sí, don Rosario. Muchas gracias. Quizá hablemos más...
DON ROSARIO. ¿A qué hora es la boda, don Dionisio?
DIONISIO. A las ocho. Pero vendrán a recogerme antes. Que me llamen a
las siete, por si acaso se me hace tarde. Voy de chaquet y es muy difícil ir de
chaquet... Y luego esos tres sombreros de copa...
DON ROSARIO. ¿Me deja usted que le dé un beso, rosa de pitiminí? Es el
beso que le daría su padre en una noche como ésta. Es el beso que yo nunca
podré dar a aquel niño mío que se me cayó en un pozo...
DIONISIO. Vamos, don Rosario...
(Se abrazan emocionados.)
DON ROSARIO.
Se asomó al pozo, hizo «¡pin!», y acabó todo.
DIONISIO. ¡Don Rosario!...
DON ROSARIO. Bueno. Me voy. Usted querrá descansar... ¿Quiere usted que
le suba un vasito de leche?
DIONISIO.
No, señor. Muchas gracias.
DON ROSARIO. ¿Quiere usted que le suba un poco de mojama?
DIONISIO. No.
DON ROSARIO. ¿Quiere usted que me quede aquí, hasta que se duerma, no
se vaya a poner nervioso? Yo me subo el cornetín y toco... Toco «El carnaval
en Venecia», toco «La serenata de Toselli»... Y usted duerme y sueña...
DIONISIO. No, don Rosario. Muchas gracias.
DON ROSARIO. Mañana me levantaré temprano para despedirle. Todos nos
levantaremos temprano...
DIONISIO. No, por Dios, don Rosario. Eso sí que no. No diga usted a nadie
que me voy a casar. Me da mucha vergüenza.
DON ROSARIO. (Ya junto a la puerta del foro, para salir.) Bueno, pues si
usted no quiere, no le despediremos todos en la puerta... Pero resultaría tan
hermoso... En fin... Ahí se queda usted solito. Piense que desde mañana
tendrá que hacer feliz a una virtuosa señorita... Sólo en ella debe usted pensar...
DIONISIO. (Que ha sacado del bolsillo de la americana una cartera, de la
que extrae un retrato que contempla embelesado, mete la cartera y el retrato
debajo de la almohada y dice, muy romántico): ¡Durante siete años sólo en
ella he pensado! ¡Noche y día! A todas horas... En estas horas que me faltan
para ser feliz, ¿en quién iba a pensar? Hasta mañana, don Rosario...
DON ROSARIO. Hasta mañana, carita de madreselva.
(Hace una reverencia. Sale. Cierra la puerta. DIONISIO cierra las maletas,
mientras silba una fea canción pasada de moda. Después se tumba sobre la
cama sin quitarse el sombrero. Mira el reloj.)
DIONISIO. Las once y cuarto. Quedan apenas nueve horas. (Da cuerda al
reloj.) Nos debíamos haber casado esta tarde y no habernos separado esta
noche ya... Esta noche sobra... Es una noche vacía. (Cierra los ojos.) ¡Nena!
¡Nena! ¡Margarita! (Pausa. Y después, en la habitación de al lado, se oye un
portazo y un rumor fuerte de conversación, que poco a poco va aumentando.
DIONISIO se incorpora.) ¡Vamos, hombre! ¡Una bronca ahora! Vaya unas horas
de reñir... (Su vista tropieza con el espejo, en donde se ve con el sombrero de
copa en la cabeza y, sentado en la cama dice:) Sí, ahora parece que me hace
cara de apisonadora...
(Se levanta. Va hacia la mesita, donde dejó los otros dos sombreros y,
nuevamente, se los prueba. Y cuando tiene uno en la cabeza y los otros dos
uno en cada mano, se abre rápidamente la puerta de la izquierda y entra
PAULA, una maravillosa muchacha rubia, de dieciocho años que, sin reparar en
DIONISIO, vuelve a cerrar de un golpe y, de cara a la puerta cerrada, habla con
quien se supone ha quedado dentro. DIONISIO, que la ve reflejada en el espejo,
muy azorado, no cambia de actitud.)
9
3 sombreros de copa
Miguel Mihura
PAULA.
¡Idiota!
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Que abras!
PAULA. ¡Que no!
BUBY. (Todo muy rápido.) ¡Imbécil!
PAULA. ¡Majadero!
BUBY. ¡Estúpida!
PAULA. ¡Cretino!
BUBY. ¡Abre!
PAULA. ¡No!
BUBY. ¡Que abras!
PAULA. ¡Que no!
BUBY. ¿No?
PAULA. ¡No!
BUBY. Está bien.
PAULA. Pues está bien. (Y se vuelve. Y al volverse, ve a DIONISIO.) ¡Oh,
perdón! Creí que no había nadie...
DIONISIO. (En su misma actitud frente al espejo.) Sí...
PAULA. Me apoyé en la puerta y se abrió... Debía estar sin encajar del
todo... Y sin llave...
DIONISIO. (Azoradísimo.) Sí...
PAULA. Por eso entré...
DIONISIO. Sí...
PAULA. Yo no sabía...
DIONISIO. No...
PAULA. Estaba riñendo con mi novio.
DIONISIO. Sí...
PAULA. Es un idiota...
DIONISIO. Sí...
PAULA. ¿Acaso le han molestado nuestros gritos?
DIONISIO. No...
PAULA. Es un grosero...
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! (A DIONISIO.) Es muy feo y muy tonto... Yo no le quiero... Le
estoy haciendo rabiar... Me divierte mucho hacerle rabiar... Y no le pienso
abrir... Que se fastidie ahí dentro... (Para la puerta.) Anda, anda, fastídiate...
BUBY. (Golpeando.) ¡Abre!
PAULA. (El mismo juego.) ¡No!... Claro que, ahora que me fijo, le he
asaltado a usted la habitación. Perdóneme. Me voy. Adiós.
DIONISIO.(Volviéndose y quedando ya frente a ella.) Adiós, buenas noches.
PAULA. (Al notar su extraña actitud con los sombreros, que le hacen
parecer un malabarista.) ¿Es usted también artista?
DIONISIO. Mucho.
PAULA. Como nosotros. Yo soy bailarina. Trabajo en el ballet de Buby
Barton. Debutamos mañana en el Nuevo Music-Hall. ¿Acaso usted también
debuta mañana en el Nuevo Music-Hall? Aún no he visto los programas. ¿Cómo
se llama usted?
DIONISIO. Dionisio Somoza Buscarini.
PAULA. No. Digo su nombre en el teatro.
DIONISIO. ¡Ah! ¡Mi nombre en el teatro! ¡Pues como todo el mundo!...
PAULA. ¿Cómo?
DIONISIO. Antonini.
PAULA. ¿Antonini?
DIONISIO. Sí. Antonini. Es muy fácil. Antonini. Con dos enes...
PAULA. No recuerdo. ¿Hace usted malabares?
DIONISIO. Sí. Claro. Hago malabares.
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! (Se dirige a DIONISIO.) ¿Ensayaba usted?
DIONISIO. Sí. Ensayaba.
PAULA. ¿Hace usted solo el número?
DIONISIO. Sí. Claro. Yo hago solo el número. Como mis papás se murieron,
pues claro...
PAULA. ¿Sus padres también eran artistas?
DIONISIO. Sí. Claro. Mi padre era comandante de Infantería. Digo, no.
PAULA. ¿Era militar?
DIONISIO. Sí. Era militar. Pero muy poco. Casi nada. Cuando se aburría
solamente. Lo que más hacía era tragarse el sable. Le gustaba mucho tragarse
su sable. Pero claro, eso les gusta a todos...
PAULA. Es verdad... Eso les gusta a todos... ¿Entonces, todos, en su
familia, han sido artistas de circo?
DIONISIO. Sí. Todos. Menos la abuelita. Como estaba tan vieja, no servía.
Se caía siempre del caballo... Y todo el día se pasaban los dos discutiendo...
PAULA. ¿El caballo y la abuelita?
DIONISIO. Sí. Los dos tenían un genio terrible... Pero el caballo decía
muchas más picardías...
PAULA. Nosotras somos cinco. Cinco girls. Vamos con Buby Barton hace ya
un año. Y también con nosotros viene madame Olga, la mujer de las barbas.
Su número gusta mucho. Hemos llegado esta tarde para debutar mañana. Los
demás, después de cenar, se han quedado en el café que hay abajo... Esta
población es tan triste... No hay adónde ir y llueve siempre... Y a mí el plan del
café me aburre... Yo no soy una muchacha como las demás... Y me subí a mi
cuarto para tocar un poco mi gramófono... Yo adoro la música de los
gramófonos... Pero detrás subió mi novio, con una botella de licor, y me quiso
hacer beber, porque él bebe siempre... Y he reñido por eso... y por otra cosa,
¿sabe? No me gusta que él beba tanto...
DIONISIO. Hace mucho daño para el hígado... Un señor que yo conocía...
BUBY. (Dentro.) ¡Abre!
PAULA. ¡No! ¡Y no le abro! Ahora me voy a sentar para que se fastidie. (Se
sienta en la cama.) ¿No le molestaré?
DIONISIO. Yo creo que no.
PAULA. Ahora que sé que es usted un compañero, ya no me importa estar
aquí... (BUBY golpea la puerta.) Debe de estar furioso... Debe de estar ciego de
furor...
DIONISIO. (Miedoso.) Yo creo que le debíamos abrir, oiga...
PAULA. No. No le abrimos.
DIONISIO. Bueno.
PAULA. Siempre estamos peleando.
DIONISIO. ¿Hace mucho tiempo que son ustedes novios?
PAULA. No. No sé. Dos días. Dos días o tres. A mí no me gusta. Pero se
aburre una tanto en estos viajes por provincias... El caso que es simpático,
pero cuando bebe o cuando se enfada se pone hecho una fiera... Da miedo
verle.
DIONISIO. (Muy cobarde.) Le voy a abrir ya, oiga...
PAULA. No. No le abrimos.
DIONISIO. Es que después va a estar muy enfadado y la va a tomar
conmigo...
PAULA. Que esté. No me importa.
DIONISIO. Pero es que a lo mejor, por hacer esto, le reñirá a usted su
mamá.
PAULA. ¿Qué mamá?
DIONISIO. La suya.
PAULA. ¿La mía?
DIONISIO. Sí. Su papá o su mamá.
PAULA. Yo no tengo papá ni mamá.
DIONISIO. Pues sus hermanos.
PAULA. No tengo hermanos.
DIONISIO. Entonces, ¿con quién viaja usted? ¿Va usted sola con su novio y
con esos señores?
PAULA. Sí. Claro. Voy sola. ¿Es que yo no puedo ir sola?
DIONISIO. A mí, allá cuentos...
BUBY. (Dentro, ya rabioso.) ¡Abre, abre y abre!
PAULA. Le voy a abrir ya. Está demasiado enfadado.
DIONISIO. (Más cobarde aún.) Oiga. Yo creo que no le debía usted abrir...
PAULA. Sí. Le voy a abrir. (Abre la puerta y entra BUBY, un bailarín negro,
con un ukelele en la mano.) ¡Ya está! ¿Qué hay? ¿Qué pasa? ¿Qué quieres?
BUBY. Buenas noches.
DIONISIO. Buenas noches.
PAULA. (Presentando.) Este señor es malabarista.
BUBY. ¡Ah! ¡Es malabarista!
PAULA. Debuta también mañana en el Nuevo Music-Hall... Su papá se traga
el sable...
DIONISIO. Perdone que no le dé la mano... (Por los sombreros, con los que
sigue en la misma actitud.) Como tengo esto..., pues no puedo.
BUBY. (Displicente.) ¡Un compañero! ¡Entra dentro, Paula!...
PAULA. ¡No entro, Buby!
BUBY. ¿No entras, Paula?
PAULA. No entro, Buby.
BUBY. Pues yo tampoco entro, Paula.
(Se sientan en la cama, uno a cada lado de DIONISIO, que también se
sienta y que cada vez está más azorado. BUBY empieza a silbar una canción
americana, acompañándose con su ukelele. PAULA le sigue, y también DIONISIO.
Acaban la pieza. Pausa.)
DIONISIO. (Para romper, galante, el violento silencio.) ¿Y hace mucho
tiempo que es usted negro?
BUBY. No sé. Yo siempre me he visto así en la luna de los espejitos..
DIONISIO. ¡Vaya por Dios! ¡Cuando viene una desgracia nunca viene sola!
¿Y de qué se quedó usted así? ¿De alguna caída?...
BUBY. Debió de ser eso, señor...
DIONISIO. ¿De una bicicleta?
BUBY. De eso, señor...
DIONISIO. ¡Como que a los niños no se les debe comprar bicicletas!.
¿Verdad, señorita? Un señor que yo conocía...
PAULA. (Que, distraída, no hace caso a este diálogo.) Este cuarto es mejor
que el mío...
DIONISIO. Sí. Es mejor. Si quiere usted lo cambiamos. Yo me voy al suyo y
ustedes se quedan aquí. A mí no me cuesta trabajo... Yo recojo mis cuatro
trapitos... Además de ser más grande, tiene una vista magnífica. Desde el
balcón se ve el mar... Y en el mar tres lucecitas... El suelo también es muy
mono... ¿Quieren ustedes mirar debajo de la cama?...
BUBY. (Seco.) No.
DIONISIO. Anden. Miren debajo de la cama. A lo mejor encuentran otra
bota... Debe de haber muchas...
PAULA. (Que sigue distraída y sin hacer mucho caso de lo que dice DIONISIO,
siempre azoradísimo.) Haga usted algún ejercicio con los sombreros. Así nos
distraeremos. A mí me encantan los malabares...
DIONISIO. A mí también. Es admirable eso de tirar las cosas al aire y luego
cogerlas... Parece que se van a caer y luego resulta que no se caen... ¡Se lleva
uno cada chasco!
PAULA. Ande. Juegue usted.
DIONISIO. (Muy extrañado.) ¿Yo?
PAULA. Sí. Usted.
DIONISIO. (Jugándose el todo por el todo.) Voy. (Se levanta. Tira los
sombreros al aire y, naturalmente, se caen al suelo, en donde los deja. Y se
vuelve a sentar.) Ya está.
PAULA. (Aplaudiendo.) ¡Oh! ¡Qué bien! ¡Déjeme probar a mí! Yo no he
probado nunca. (Coge los sombreros del suelo.) ¿Es difícil? ¿Se hace así? (Los
tira al aire.) ¡Hoop!
(Y se caen.)
DIONISIO. ¡Eso! ¡Eso! ¡Ha aprendido usted en seguida! (Recoge del suelo
los sombreros y se los ofrece a BUBY.) ¿Y usted? ¿Quiere jugar también un
poco?
BUBY. No. (Y suena el timbre del teléfono.) ¿Un timbre?
PAULA. Sí. Es un timbre.
DIONISIO. (Desconcertado.) Debe de ser visita.
BUBY. No. Es aquí dentro. Es el teléfono.
DIONISIO. (Disimulando, porque él sabe que es su novia.) ¿El teléfono?
PAULA. Sí.
DIONISIO. ¡Qué raro! Debe de ser algún niño que está jugando y por eso
suena...
PAULA. Mire usted quién es.
DIONISIO. No. Vamos a hacerle rabiar.
PAULA. ¿Quiere usted que mire yo?
DIONISIO. No. No se moleste. Yo lo veré. (Mira por el auricular.) No se ve a
nadie.
PAULA. Hable usted.
DIONISIO. ¡Ah! Es verdad. (Habla fingiendo la voz.) ¡No! ¡No!
(Y cuelga.)
PAULA. ¿Quién era?
DIONISIO. Nadie. Era un pobre.
PAULA. ¿Un pobre?
DIONISIO. Sí. Un pobre. Quería que le diese diez céntimos. Y le he dicho
que no.
BUBY. (Se levanta, ya indignado.) Paula, vámonos a nuestro cuarto.
PAULA. ¿Por qué?
BUBY. Porque me da la gana a mí.
PAULA. (Descarada.) ¿Y quién eres tú?
BUBY. Soy quien tiene derecho a decirte eso. Entra dentro ya de una vez.
Esto se ha acabado. Esto no puede seguir así más tiempo...
PAULA. (En pie, declamando, frente a BUBY, y cogiendo en medio a DIONISIO,
que está fastidiadísimo.) ¡Y es verdad! Estoy ya harta de tolerarte groserías...
Eres un negro insoportable, como todos los negros. Y te aborrezco... ¿Me
comprendes? Te aborrezco... Y esto se ha acabado... No te puedo ver... No te
puedo aguantar...
BUBY. Yo, en cambio, a ti te adoro, Paula... Tú sabes que te adoro y que
conmigo no vas a jugar... ¡Tú sabes que te adoro, flor de la chirimoya!...
PAULA. ¿Y qué? ¿Tú crees que yo puedo enamorarme de ti? ¿Es que tú
crees que yo puedo enamorarme de un negro? No, Buby. Yo no podré
enamorarme de ti nunca... Hemos sido novios algún tiempo... Ya es bastante.
He sido novia tuya por lástima... Porque te veía triste y aburrido... Porque eres
negro... Porque cantabas esas tristes canciones de la plantación... Porque me
contabas que de pequeño te comían los mosquitos, y te mordían los monos, y
tenías que subirte a las palmeras y a los cocoteros... Pero nunca te he querido,
ni nunca te podré querer... Debes comprenderlo... ¡Quererte a ti! Para eso
querría a este caballero, que es más guapo... A este caballero, que es una
persona educada... A este caballero, que es blanco...
BUBY. (Con odio.) ¡Paula!
PAULA. (A DIONISIO.) ¿Verdad, usted, que de un negro no se puede
enamorar nadie?
DIONISIO. Si es honrado y trabajador...
BUBY. ¡Entra dentro!
PAULA. ¡No entro! (Se sienta.) ¡No entro! ¿Lo sabes? ¡No entro!
BUBY. (Sentándose también.) Yo esperaré a que tú te canses de hablar con
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  • 1. 3 sombreros de copa Miguel Mihura FRAGMENTO ACTO PRIMERO Personajes: DIONISIO: DON ROSARIO: PAULA: BUBY: Va acción en Europa, en una capital de provincia de segundo orden. Derechas e izquierdas, las del espectador. Habitación de un hotel de segundo orden en una capital de provincia. En la lateral izquierda, primer término, puerta cerrada de una sola hoja, que comunica con otra habitación. Otra puerta al foro que da a un pasillo. La cama. El armario de luna. El biombo. Un sofá. Sobre la mesilla de noche, en la pared, un teléfono. Junto al armario, una mesita. Un lavabo. A los pies de la cama, en el suelo, dos maletas y dos sombrereras altas de sombreros de copa. Un balcón, con cortinas, y detrás el cielo. Pendiente del techo, una lámpara. Sobre la mesita de noche, otra lámpara pequeña. (Al levantarse el telón, la escena está sola y oscura hasta que, por la puerta del foro, entran DIONISIO y DON ROSARIO, que enciende la luz del centro. DIONISIO, de calle, con sombrero, gabán y bufanda, trae en la mano una sombrerera parecida a las que hay en escena. DON ROSARIO es ese viejecito tan bueno de las largas barbas blancas.) DON ROSARIO. Pase usted, don Dionisio. Aquí, en esta habitación, le hemos puesto el equipaje. DIONISIO. Pues es una habitación muy mona, don Rosario. Ç DON ROSARIO. Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la vista es hermosa. (Yendo hacia el balcón.) Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche. Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted? DIONISIO. No. No veo nada. DON ROSARIO. Parece usted tonto, don Dionisio. DIONISIO. ¿Por qué me dice usted eso, caramba?
  • 2. DON ROSARIO. Porque no ve las lucecitas. Espérese. Voy a abrir el balcón. Así las verá usted mejor. DIONISIO. No. No, señor. Hace un frío enorme. Déjelo. (Mirando nuevamente.) ¡Ah! Ahora me parece que veo algo. (Mirando a través de los cristales.) ¿Son tres lucecitas que hay allá a lo lejos? DON ROSARIO. Sí. ¡Eso! ¡Eso! DIONISIO. ¡Es precioso! Una es roja, ¿verdad? DON ROSARIO. No. Las tres son blancas. No hay ninguna roja. DIONISIO. Pues yo creo que una de ellas es roja. La de la izquierda. DON ROSARIO.No. No puede ser roja. Llevo quince años enseñándoles a todos los huéspedes, desde este balcón, las lucecitas de las farolas del puerto, y nadie me ha dicho nunca que hubiese ninguna roja. DIONISIO. Pero ¿usted no las ve? DON ROSARIO. No. Yo no las veo. Yo, a causa de mi vista débil, no las he visto nunca. Esto me lo dejó dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: «Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas del puerto lejano. Enséñaselas a los huéspedes y se pondrán todos muy contentos...» Y yo siempre se las enseño... DIONISIO. Pues hay una roja, yo se lo aseguro. DON ROSARIO. Entonces, desde mañana, les diré a mis huéspedes que se ven tres lucecitas: dos blancas y una roja... Y se pondrán más contentos todavía. ¿Verdad que es una vista encantadora? ¡Pues de día es aún más linda!... DIONISIO. ¡Claro! De día se verán más lucecitas... DON ROSARIO. No. De día las apagan. DIONISIO. ¡Qué mala suerte! DON ROSARIO. Pero no importa, porque en su lugar se ve la montaña, con una vaca encima muy gorda que, poquito a poco, se está comiendo toda la montaña... DIONISIO. ¡Es asombroso! DON ROSARIO. Sí. La Naturaleza toda es asombrosa, hijo mío (Ya ha dejado DIONISIO la sombrerera junto a las otras. Ahora abre la maleta y de ella saca un pijama negro, de raso, con un pájaro bordado en blanco sobre el pecho, y lo coloca, extendido, a los pies de la cama. Y después, mientras habla DON ROSARIO, DIONISIO va quitándose el gabán, la bufanda y el sombrero que mete dentro del armario.) Esta es la habitación más bonita de toda la casa... Ahora, claro, ya está estropeada del trajín... ¡Vienen tantos huéspedes en verano!... Pero hasta el piso de madera es mejor que el de los otros cuartos... Venga aquí... Fíjese... Este trozo no, porque es el paso y ya está gastado de tanto pisar... Pero mire usted debajo de la cama, que está más conservado... Fíjese
  • 3. qué madera, hijo mío... ¿Tiene usted cerillas? DIONISIO. (Acercándose a DON ROSARIO.) Sí. Tengo una caja de cerillas y tabaco. DON ROSARIO. Encienda usted una cerilla. DIONISIO. ¿Para qué? DON ROSARIO. Para que vea usted mejor la madera. Agáchese. Póngase de rodillas. DIONISIO. Voy. (Enciende una cerilla y los dos, de rodillas, miran debajo de la cama.) DON ROSARIO. ¿Qué le parece a usted, don Dionisio? DIONISIO. ¡Que es magnífico! DON ROSARIO. (Gritando.) ¡Ay! DIONISIO. ¿Qué le sucede? DON ROSARIO. (Mirando debajo de la cama.) ¡Allí hay una bota! DIONISIO.¿De caballero o de señora? DON ROSARIO. No sé. Es una bota. DIONISIO. ¡Dios mío! DON ROSARIO. Algún huésped se la debe de haber dejado olvidada... ¡Y esas criadas ni siquiera la han visto al barrer!... ¿A usted le parece esto bonito? DIONISIO. No sé qué decirle... DON ROSARIO. Hágame el favor, don Dionisio. A mí me es imposible agacharme más, por causa de la cintura... ¿Quiere usted ir a coger la bota? DIONISIO. Déjela usted, don Rosario... Si a mí no me molesta... Yo en seguida me voy a acostar, y no le hago caso... DON ROSARIO. Yo no podría dormir tranquilo si supiese que debajo de la cama hay una bota... Llamaré ahora mismo a una criada. (Saca una campanilla del bolsillo y la hace sonar.) DIONISIO. No. No toque más. Yo iré por ella. (Mete parte del cuerpo debajo de la cama.) Ya está. Ya la he cogido. (Sale con la bota.) Pues es una bota muy bonita. Es de caballero... DON ROSARIO. ¿La quiere usted, don Dionisio? DIONISIO. No, por Dios; muchas gracias. Déjelo usted... DON ROSARIO. No sea tonto. Ande. Si le gusta, quédese con ella. Seguramente nadie la reclamará... ¡Cualquiera sabe desde cuándo está ahí metida...! DIONISIO. No. No. De verdad. Yo no la necesito... DON ROSARIO. Vamos. No sea usted bobo... ¿Quiere que se la envuelva en un papel, carita de nardo? DIONISIO. Bueno, como usted quiera... DON ROSARIO. No hace falta. Está limpia. Métasela usted en un bolsillo. (DIONISIO se mete la bota en un bolsillo.) Así...
  • 4. DIONISIO. ¿Me levanto ya? DON ROSARIO. Sí, don Dionisio, levántese de ahí, no sea que se vaya a estropear los pantalones... DIONISIO. Pero ¿qué veo, don Rosario? ¿Un teléfono? DON ROSARIO. Sí, señor. Un teléfono. DIONISIO. Pero ¿un teléfono de esos por los que se puede llamar a los bomberos? DON ROSARIO. Sí, señor. Y a los de las Pompas Fúnebres... DIONISIO. ¡Pero esto es tirar la casa por la ventana, don Rosario! (Mientras DIONISIO habla, DON ROSARIO saca de la maleta un chaquet, un pantalón y unas botas y los coloca dentro del armario.) Hace siete años que vengo a este hotel y cada año encuentro una nueva mejora. Primero quitó usted las moscas de la cocina y se las llevó al comedor. Después las quitó usted del comedor y se las llevó a la sala. Y el otro día las sacó usted de la sala y se las llevó de paseo, al campo, en donde, por fin, las pudo usted dar esquinazo... ¡Fue magnífico! Luego puso usted la calefacción... Después suprimió usted aquella carne de membrillo que hacía su hija... Ahora el teléfono... De una fonda de segundo orden ha hecho usted un hotel confortable... Y los precios siguen siendo económicos... ¡Esto supone la ruina, don Rosario...! DON ROSARIO. Ya me conoce usted, don Dionisio. No lo puedo remediar. Soy así. Todo me parece poco para mis huéspedes de mi alma... DIONISIO. Pero, sin embargo, exagera usted... No está bien que cuando hace frío nos meta usted botellas de agua caliente en la cama; ni que cuando estamos constipados se acueste usted con nosotros para darnos más calor y sudar; ni que nos dé usted besos cuando nos marchamos de viaje. No está bien tampoco que, cuando un huésped está desvelado, entre usted en la alcoba con su cornetín de pistón e interprete romanzas de su época, hasta conseguir que se quede dormidito... ¡Es ya demasiada bondad...! ¡Abusan de usted...! DON ROSARIO. Pobrecillos... Déjelos..., casi todos los que vienen aquí son viajantes, empleados, artistas... Hombres solos... Hombres sin madre... Y yo quiero ser un padre para todos, ya que no lo pude ser para mi pobre niño... ¡Aquel niño mío que se ahogó en un pozo...! (Se emociona.) DIONISIO.Vamos, don Rosario... No piense usted en eso... DON ROSARIO. Usted ya conoce la historia de aquel pobre niño que se ahogó en el pozo... DIONISIO. Sí. La sé. Su niño se asomó al pozo para coger una rana... Y el niño se cayó. Hizo «¡pin!», y acabó todo. DON ROSARIO. Ésa es la historia, don Dionisio. Hizo «¡pin!», y acabó todo.
  • 5. (Pausa doloroso.) ¿Va usted a acostarse? DIONISIO. Sí, señor. DON ROSARIO . Le ayudaré, capullito de alhelí. (Y mientras hablan, le ayuda a desnudarse, a ponerse el bonito pijama negro y cambiarse los zapatos por unas zapatillas.) A todos mis huéspedes los quiero, y a usted también, don Dionisio. Me fue usted tan simpático desde que empezó a venir aquí, ¡ya va para siete años! DIONISIO. ¡Siete años, don Rosario! ¡Siete años! Y desde que me destinaron a ese pueblo melancólico y llorón que, afortunadamente, está cerca de éste, mi única alegría ha sido pasar aquí un mes todos los años, y ver a mi novia y bañarme en el mar, y comprar avellanas, y dar vueltas los domingos alrededor del quiosco de la música, y silbar en la alameda Las princesitas del dólar... DON ROSARIO. ¡Pero mañana empieza para usted una vida nueva! DIONISIO. ¡Desde mañana ya todos serán veranos para mí!... ¿Qué es eso? ¿Llora usted? ¡Vamos, don Rosario!... DON ROSARIO. Pensar que sus padres, que en paz descansen, no pueden acompañarle en una noche como ésta... ¡Ellos serían felices!... DIONISIO. Sí. Ellos serían felices viendo que lo era yo. Pero dejémonos de tristeza, don Rosario... ¡Mañana me caso! Ésta es la última noche que pasaré solo en el cuarto de un hotel. Se acabaron las casas de huéspedes, las habitaciones frías, la gota de agua que se sale de la palangana, la servilleta con una inicial pintada con lápiz, la botella de vino con una inicial pintada con lápiz, el mondadientes con una inicial pintada con lápiz... Se acabó el huevo más pequeño del mundo, siempre frito... Se acabaron las croquetas de ave... Se acabaron las bonitas vistas desde el balcón... ¡Mañana me caso! Todo esto acaba y empieza ella... ¡Ella! DON ROSARIO. ¿La quiere usted mucho? DIONISIO. La adoro, don Rosario, la adoro. Es la primera novia que he tenido y también la última. Ella es una santa. DON ROSARIO. ¡Habrá estado usted allí, en su casa, todo el día!... DIONISIO. Sí. Llegué esta mañana, mandé aquí el equipaje y he comido con ellos y he cenado también. Los padres me quieren mucho... ¡Son tan buenos!... DON ROSARIO. Son unas bellísimas personas... Y su novia de usted es una virtuosa señorita... Y, a pesar de ser de una familia de dinero, nada orgullosa... (Tuno.) Porque ella tiene dinerito, don Dionisio. DIONISIO. Sí. Ella tiene dinerito, y sabe hacer unas labores muy bonitas y unas hermosas tartas de manzana... ¡Ella es un ángel! DON ROSARIO. (Por una sombrerera.) ¿Y qué lleva usted aquí don Dionisio? DIONISIO. Un sombrero de copa, para la boda. (Lo saca.) Éste me lo ha
  • 6. regalado mi suegro hoy. Es suyo. De cuando era alcalde. Y yo tengo otros dos que me he comprado. (Los saca.) Mírelos usted. Son muy bonitos. Sobre todo se ve en seguida que son de copa, que es lo que hace falta... Pero no me sienta bien ninguno... (Se los va probando ante el espejo.) Fíjese. Éste me está chico... Éste me hace una cabeza muy grande... Y éste dice mi novia que me hace cara de salamandra. DON ROSARIO. Pero ¿de salamandra española o de salamandra extranjera? DIONISIO. Ella sólo me ha dicho que de salamandra. Por cierto... que, con este motivo, la dejé enfadada... Es tan inocente... ¿El teléfono funciona? Voy a ver si se le ha pasado el enfado... Se llevará una alegría... (El último sombrero de copa se lo ha dejado puesto en la cabeza y, con él, seguirá hablando hasta que se indique.) DON ROSARIO. Llame usted abajo y el ordenanza le pondrá en comunicación con la calle. DIONISIO Sí, señor. (Al aparato.) Sí. ¿Me hace usted el favor, con la calle? Sí, gracias. DON ROSARIO. A lo mejor ya se han acostado. Ya es tarde. DIONISIO. No creo. Aún no son las once. Ella duerme junto a la habitación donde está el teléfono... Ya está. (Marca.) Uno-nueve-cero. Eso es. ¡Hola! Soy yo. El señorito Dionisio. Que se ponga al aparato la señorita Margarita. (A DON ROSARIO.) Es la criada... Ya viene ella... (Al aparato.) ¡Bichito mío! Soy yo. Sí. Te llamo desde el hotel... Tengo teléfono en mi mismo cuarto... Sí. Caperucita Encarnada... No... Nada... Para que veas que me acuerdo de ti... Oye, no voy a llevar el sombrero que me hace cara de chubeski... Fue una broma... Yo no hago más que lo que tú me mandes... Sí, amor mío... (Pausa.) Sí, amor mío... (De repente, encoge una pierna, tapa con la mano el micrófono y da un pequeño grito.) Don Rosario... ¿En esta habitación hay pulgas? DON ROSARIO. No sé, hijo mío... DIONISIO. (Al aparato.) Sí, amor mío. (Vuelve a tapar el micrófono.) ¿Su papá, cuando murió, no le dejó dicho nada de que en esta habitación hubiese pulgas? (Al aparato.) Sí, amor mío... DON ROSARIO. Realmente, creo que me dejó dicho que había una... DIONISIO. (Que sigue rascándose una pantorrilla contra otra, desesperado.) Pues me está devorando una pantorrilla... Haga el favor, don Rosario, rásqueme usted... (DON ROSARIO le rasca.) No; más abajo. (Al aparato.) Sí, amor mío... (Tapa.) ¡Más arriba! Espere..: Tenga esto. (Le da el auricular a DON ROSARIO, que se lo pone al oído, mientras se busca la pulga, muy nervioso.)
  • 7. DON ROSARIO. (Escucha por el aparato, en donde se supone que la novia sigue hablando, y toma una expresión dulcísima.) Sí, amor mío... (Muy tierno.) Sí, amor mío... DIONISIO. (Que, por fin, mató la pulga.) Ya está. Déme... (DON ROSARIO le da el auricular.) Sí... Yo también dormiré con tu retrato debajo de la almohada... Si te desvelas, llámame tú después. (Rascándose otra vez.) Adiós, bichito mío. (Cuelga.) ¡Es un ángel!... DON ROSARIO. Si quiere usted diré abajo que le dejen en comunicación con la calle, y así hablan ustedes cuanto quieran... DIONISIO. Sí, don Rosario. Muchas gracias. Quizá hablemos más... DON ROSARIO. ¿A qué hora es la boda, don Dionisio? DIONISIO. A las ocho. Pero vendrán a recogerme antes. Que me llamen a las siete, por si acaso se me hace tarde. Voy de chaquet y es muy difícil ir de chaquet... Y luego esos tres sombreros de copa... DON ROSARIO. ¿Me deja usted que le dé un beso, rosa de pitiminí? Es el beso que le daría su padre en una noche como ésta. Es el beso que yo nunca podré dar a aquel niño mío que se me cayó en un pozo... DIONISIO. Vamos, don Rosario... (Se abrazan emocionados.) DON ROSARIO. Se asomó al pozo, hizo «¡pin!», y acabó todo. DIONISIO. ¡Don Rosario!... DON ROSARIO. Bueno. Me voy. Usted querrá descansar... ¿Quiere usted que le suba un vasito de leche? DIONISIO. No, señor. Muchas gracias. DON ROSARIO. ¿Quiere usted que le suba un poco de mojama? DIONISIO. No. DON ROSARIO. ¿Quiere usted que me quede aquí, hasta que se duerma, no se vaya a poner nervioso? Yo me subo el cornetín y toco... Toco «El carnaval en Venecia», toco «La serenata de Toselli»... Y usted duerme y sueña... DIONISIO. No, don Rosario. Muchas gracias. DON ROSARIO. Mañana me levantaré temprano para despedirle. Todos nos levantaremos temprano... DIONISIO. No, por Dios, don Rosario. Eso sí que no. No diga usted a nadie que me voy a casar. Me da mucha vergüenza. DON ROSARIO. (Ya junto a la puerta del foro, para salir.) Bueno, pues si usted no quiere, no le despediremos todos en la puerta... Pero resultaría tan hermoso... En fin... Ahí se queda usted solito. Piense que desde mañana tendrá que hacer feliz a una virtuosa señorita... Sólo en ella debe usted pensar...
  • 8. DIONISIO. (Que ha sacado del bolsillo de la americana una cartera, de la que extrae un retrato que contempla embelesado, mete la cartera y el retrato debajo de la almohada y dice, muy romántico): ¡Durante siete años sólo en ella he pensado! ¡Noche y día! A todas horas... En estas horas que me faltan para ser feliz, ¿en quién iba a pensar? Hasta mañana, don Rosario... DON ROSARIO. Hasta mañana, carita de madreselva. (Hace una reverencia. Sale. Cierra la puerta. DIONISIO cierra las maletas, mientras silba una fea canción pasada de moda. Después se tumba sobre la cama sin quitarse el sombrero. Mira el reloj.) DIONISIO. Las once y cuarto. Quedan apenas nueve horas. (Da cuerda al reloj.) Nos debíamos haber casado esta tarde y no habernos separado esta noche ya... Esta noche sobra... Es una noche vacía. (Cierra los ojos.) ¡Nena! ¡Nena! ¡Margarita! (Pausa. Y después, en la habitación de al lado, se oye un portazo y un rumor fuerte de conversación, que poco a poco va aumentando. DIONISIO se incorpora.) ¡Vamos, hombre! ¡Una bronca ahora! Vaya unas horas de reñir... (Su vista tropieza con el espejo, en donde se ve con el sombrero de copa en la cabeza y, sentado en la cama dice:) Sí, ahora parece que me hace cara de apisonadora... (Se levanta. Va hacia la mesita, donde dejó los otros dos sombreros y, nuevamente, se los prueba. Y cuando tiene uno en la cabeza y los otros dos uno en cada mano, se abre rápidamente la puerta de la izquierda y entra PAULA, una maravillosa muchacha rubia, de dieciocho años que, sin reparar en DIONISIO, vuelve a cerrar de un golpe y, de cara a la puerta cerrada, habla con quien se supone ha quedado dentro. DIONISIO, que la ve reflejada en el espejo, muy azorado, no cambia de actitud.) 9 3 sombreros de copa Miguel Mihura PAULA. ¡Idiota! BUBY. (Dentro.) ¡Abre! PAULA. ¡No! BUBY. ¡Abre! PAULA. ¡No! BUBY. ¡Que abras! PAULA. ¡Que no! BUBY. (Todo muy rápido.) ¡Imbécil! PAULA. ¡Majadero! BUBY. ¡Estúpida! PAULA. ¡Cretino! BUBY. ¡Abre!
  • 9. PAULA. ¡No! BUBY. ¡Que abras! PAULA. ¡Que no! BUBY. ¿No? PAULA. ¡No! BUBY. Está bien. PAULA. Pues está bien. (Y se vuelve. Y al volverse, ve a DIONISIO.) ¡Oh, perdón! Creí que no había nadie... DIONISIO. (En su misma actitud frente al espejo.) Sí... PAULA. Me apoyé en la puerta y se abrió... Debía estar sin encajar del todo... Y sin llave... DIONISIO. (Azoradísimo.) Sí... PAULA. Por eso entré... DIONISIO. Sí... PAULA. Yo no sabía... DIONISIO. No... PAULA. Estaba riñendo con mi novio. DIONISIO. Sí... PAULA. Es un idiota... DIONISIO. Sí... PAULA. ¿Acaso le han molestado nuestros gritos? DIONISIO. No... PAULA. Es un grosero... BUBY. (Dentro.) ¡Abre! PAULA. ¡No! (A DIONISIO.) Es muy feo y muy tonto... Yo no le quiero... Le estoy haciendo rabiar... Me divierte mucho hacerle rabiar... Y no le pienso abrir... Que se fastidie ahí dentro... (Para la puerta.) Anda, anda, fastídiate... BUBY. (Golpeando.) ¡Abre! PAULA. (El mismo juego.) ¡No!... Claro que, ahora que me fijo, le he asaltado a usted la habitación. Perdóneme. Me voy. Adiós. DIONISIO.(Volviéndose y quedando ya frente a ella.) Adiós, buenas noches. PAULA. (Al notar su extraña actitud con los sombreros, que le hacen parecer un malabarista.) ¿Es usted también artista? DIONISIO. Mucho. PAULA. Como nosotros. Yo soy bailarina. Trabajo en el ballet de Buby Barton. Debutamos mañana en el Nuevo Music-Hall. ¿Acaso usted también debuta mañana en el Nuevo Music-Hall? Aún no he visto los programas. ¿Cómo se llama usted? DIONISIO. Dionisio Somoza Buscarini. PAULA. No. Digo su nombre en el teatro. DIONISIO. ¡Ah! ¡Mi nombre en el teatro! ¡Pues como todo el mundo!...
  • 10. PAULA. ¿Cómo? DIONISIO. Antonini. PAULA. ¿Antonini? DIONISIO. Sí. Antonini. Es muy fácil. Antonini. Con dos enes... PAULA. No recuerdo. ¿Hace usted malabares? DIONISIO. Sí. Claro. Hago malabares. BUBY. (Dentro.) ¡Abre! PAULA. ¡No! (Se dirige a DIONISIO.) ¿Ensayaba usted? DIONISIO. Sí. Ensayaba. PAULA. ¿Hace usted solo el número? DIONISIO. Sí. Claro. Yo hago solo el número. Como mis papás se murieron, pues claro... PAULA. ¿Sus padres también eran artistas? DIONISIO. Sí. Claro. Mi padre era comandante de Infantería. Digo, no. PAULA. ¿Era militar? DIONISIO. Sí. Era militar. Pero muy poco. Casi nada. Cuando se aburría solamente. Lo que más hacía era tragarse el sable. Le gustaba mucho tragarse su sable. Pero claro, eso les gusta a todos... PAULA. Es verdad... Eso les gusta a todos... ¿Entonces, todos, en su familia, han sido artistas de circo? DIONISIO. Sí. Todos. Menos la abuelita. Como estaba tan vieja, no servía. Se caía siempre del caballo... Y todo el día se pasaban los dos discutiendo... PAULA. ¿El caballo y la abuelita? DIONISIO. Sí. Los dos tenían un genio terrible... Pero el caballo decía muchas más picardías... PAULA. Nosotras somos cinco. Cinco girls. Vamos con Buby Barton hace ya un año. Y también con nosotros viene madame Olga, la mujer de las barbas. Su número gusta mucho. Hemos llegado esta tarde para debutar mañana. Los demás, después de cenar, se han quedado en el café que hay abajo... Esta población es tan triste... No hay adónde ir y llueve siempre... Y a mí el plan del café me aburre... Yo no soy una muchacha como las demás... Y me subí a mi cuarto para tocar un poco mi gramófono... Yo adoro la música de los gramófonos... Pero detrás subió mi novio, con una botella de licor, y me quiso hacer beber, porque él bebe siempre... Y he reñido por eso... y por otra cosa, ¿sabe? No me gusta que él beba tanto... DIONISIO. Hace mucho daño para el hígado... Un señor que yo conocía... BUBY. (Dentro.) ¡Abre! PAULA. ¡No! ¡Y no le abro! Ahora me voy a sentar para que se fastidie. (Se sienta en la cama.) ¿No le molestaré? DIONISIO. Yo creo que no. PAULA. Ahora que sé que es usted un compañero, ya no me importa estar
  • 11. aquí... (BUBY golpea la puerta.) Debe de estar furioso... Debe de estar ciego de furor... DIONISIO. (Miedoso.) Yo creo que le debíamos abrir, oiga... PAULA. No. No le abrimos. DIONISIO. Bueno. PAULA. Siempre estamos peleando. DIONISIO. ¿Hace mucho tiempo que son ustedes novios? PAULA. No. No sé. Dos días. Dos días o tres. A mí no me gusta. Pero se aburre una tanto en estos viajes por provincias... El caso que es simpático, pero cuando bebe o cuando se enfada se pone hecho una fiera... Da miedo verle. DIONISIO. (Muy cobarde.) Le voy a abrir ya, oiga... PAULA. No. No le abrimos. DIONISIO. Es que después va a estar muy enfadado y la va a tomar conmigo... PAULA. Que esté. No me importa. DIONISIO. Pero es que a lo mejor, por hacer esto, le reñirá a usted su mamá. PAULA. ¿Qué mamá? DIONISIO. La suya. PAULA. ¿La mía? DIONISIO. Sí. Su papá o su mamá. PAULA. Yo no tengo papá ni mamá. DIONISIO. Pues sus hermanos. PAULA. No tengo hermanos. DIONISIO. Entonces, ¿con quién viaja usted? ¿Va usted sola con su novio y con esos señores? PAULA. Sí. Claro. Voy sola. ¿Es que yo no puedo ir sola? DIONISIO. A mí, allá cuentos... BUBY. (Dentro, ya rabioso.) ¡Abre, abre y abre! PAULA. Le voy a abrir ya. Está demasiado enfadado. DIONISIO. (Más cobarde aún.) Oiga. Yo creo que no le debía usted abrir... PAULA. Sí. Le voy a abrir. (Abre la puerta y entra BUBY, un bailarín negro, con un ukelele en la mano.) ¡Ya está! ¿Qué hay? ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? BUBY. Buenas noches. DIONISIO. Buenas noches. PAULA. (Presentando.) Este señor es malabarista. BUBY. ¡Ah! ¡Es malabarista! PAULA. Debuta también mañana en el Nuevo Music-Hall... Su papá se traga el sable... DIONISIO. Perdone que no le dé la mano... (Por los sombreros, con los que
  • 12. sigue en la misma actitud.) Como tengo esto..., pues no puedo. BUBY. (Displicente.) ¡Un compañero! ¡Entra dentro, Paula!... PAULA. ¡No entro, Buby! BUBY. ¿No entras, Paula? PAULA. No entro, Buby. BUBY. Pues yo tampoco entro, Paula. (Se sientan en la cama, uno a cada lado de DIONISIO, que también se sienta y que cada vez está más azorado. BUBY empieza a silbar una canción americana, acompañándose con su ukelele. PAULA le sigue, y también DIONISIO. Acaban la pieza. Pausa.) DIONISIO. (Para romper, galante, el violento silencio.) ¿Y hace mucho tiempo que es usted negro? BUBY. No sé. Yo siempre me he visto así en la luna de los espejitos.. DIONISIO. ¡Vaya por Dios! ¡Cuando viene una desgracia nunca viene sola! ¿Y de qué se quedó usted así? ¿De alguna caída?... BUBY. Debió de ser eso, señor... DIONISIO. ¿De una bicicleta? BUBY. De eso, señor... DIONISIO. ¡Como que a los niños no se les debe comprar bicicletas!. ¿Verdad, señorita? Un señor que yo conocía... PAULA. (Que, distraída, no hace caso a este diálogo.) Este cuarto es mejor que el mío... DIONISIO. Sí. Es mejor. Si quiere usted lo cambiamos. Yo me voy al suyo y ustedes se quedan aquí. A mí no me cuesta trabajo... Yo recojo mis cuatro trapitos... Además de ser más grande, tiene una vista magnífica. Desde el balcón se ve el mar... Y en el mar tres lucecitas... El suelo también es muy mono... ¿Quieren ustedes mirar debajo de la cama?... BUBY. (Seco.) No. DIONISIO. Anden. Miren debajo de la cama. A lo mejor encuentran otra bota... Debe de haber muchas... PAULA. (Que sigue distraída y sin hacer mucho caso de lo que dice DIONISIO, siempre azoradísimo.) Haga usted algún ejercicio con los sombreros. Así nos distraeremos. A mí me encantan los malabares... DIONISIO. A mí también. Es admirable eso de tirar las cosas al aire y luego cogerlas... Parece que se van a caer y luego resulta que no se caen... ¡Se lleva uno cada chasco! PAULA. Ande. Juegue usted. DIONISIO. (Muy extrañado.) ¿Yo? PAULA. Sí. Usted. DIONISIO. (Jugándose el todo por el todo.) Voy. (Se levanta. Tira los sombreros al aire y, naturalmente, se caen al suelo, en donde los deja. Y se
  • 13. vuelve a sentar.) Ya está. PAULA. (Aplaudiendo.) ¡Oh! ¡Qué bien! ¡Déjeme probar a mí! Yo no he probado nunca. (Coge los sombreros del suelo.) ¿Es difícil? ¿Se hace así? (Los tira al aire.) ¡Hoop! (Y se caen.) DIONISIO. ¡Eso! ¡Eso! ¡Ha aprendido usted en seguida! (Recoge del suelo los sombreros y se los ofrece a BUBY.) ¿Y usted? ¿Quiere jugar también un poco? BUBY. No. (Y suena el timbre del teléfono.) ¿Un timbre? PAULA. Sí. Es un timbre. DIONISIO. (Desconcertado.) Debe de ser visita. BUBY. No. Es aquí dentro. Es el teléfono. DIONISIO. (Disimulando, porque él sabe que es su novia.) ¿El teléfono? PAULA. Sí. DIONISIO. ¡Qué raro! Debe de ser algún niño que está jugando y por eso suena... PAULA. Mire usted quién es. DIONISIO. No. Vamos a hacerle rabiar. PAULA. ¿Quiere usted que mire yo? DIONISIO. No. No se moleste. Yo lo veré. (Mira por el auricular.) No se ve a nadie. PAULA. Hable usted. DIONISIO. ¡Ah! Es verdad. (Habla fingiendo la voz.) ¡No! ¡No! (Y cuelga.) PAULA. ¿Quién era? DIONISIO. Nadie. Era un pobre. PAULA. ¿Un pobre? DIONISIO. Sí. Un pobre. Quería que le diese diez céntimos. Y le he dicho que no. BUBY. (Se levanta, ya indignado.) Paula, vámonos a nuestro cuarto. PAULA. ¿Por qué? BUBY. Porque me da la gana a mí. PAULA. (Descarada.) ¿Y quién eres tú? BUBY. Soy quien tiene derecho a decirte eso. Entra dentro ya de una vez. Esto se ha acabado. Esto no puede seguir así más tiempo... PAULA. (En pie, declamando, frente a BUBY, y cogiendo en medio a DIONISIO, que está fastidiadísimo.) ¡Y es verdad! Estoy ya harta de tolerarte groserías... Eres un negro insoportable, como todos los negros. Y te aborrezco... ¿Me comprendes? Te aborrezco... Y esto se ha acabado... No te puedo ver... No te puedo aguantar... BUBY. Yo, en cambio, a ti te adoro, Paula... Tú sabes que te adoro y que
  • 14. conmigo no vas a jugar... ¡Tú sabes que te adoro, flor de la chirimoya!... PAULA. ¿Y qué? ¿Tú crees que yo puedo enamorarme de ti? ¿Es que tú crees que yo puedo enamorarme de un negro? No, Buby. Yo no podré enamorarme de ti nunca... Hemos sido novios algún tiempo... Ya es bastante. He sido novia tuya por lástima... Porque te veía triste y aburrido... Porque eres negro... Porque cantabas esas tristes canciones de la plantación... Porque me contabas que de pequeño te comían los mosquitos, y te mordían los monos, y tenías que subirte a las palmeras y a los cocoteros... Pero nunca te he querido, ni nunca te podré querer... Debes comprenderlo... ¡Quererte a ti! Para eso querría a este caballero, que es más guapo... A este caballero, que es una persona educada... A este caballero, que es blanco... BUBY. (Con odio.) ¡Paula! PAULA. (A DIONISIO.) ¿Verdad, usted, que de un negro no se puede enamorar nadie? DIONISIO. Si es honrado y trabajador... BUBY. ¡Entra dentro! PAULA. ¡No entro! (Se sienta.) ¡No entro! ¿Lo sabes? ¡No entro! BUBY. (Sentándose también.) Yo esperaré a que tú te canses de hablar con el rostro pálido...