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Mdulo:
Introduccin a la filosofa
AUTOR: Dr. Alejandro Auat
Presentacin
Este primer mdulo de la asignatura tiene como eje central la relacin entre filosofa y vida.
Se pretende mostrar que la filosofa no es una actividad que estuviera reservada para unos
pocos elegidos, sino que es un quehacer intrnsecamente vinculado a la vida de cada cual y a la
vida de la comunidad histrica que no ha tocado en suerte.
Por eso, se comienza estudiando las caractersticas de la cotidianidad (Seccin 1), con lo que
tiene de necesario y por ello irrenunciable, y con lo que tiene de condicionante o ideolgico y por
ello sujeta a crtica. Precisamente, asumir la ambigedad de la cotidianidad implica superarla
(Seccin 2) mediante la apertura de horizontes de sentido ms amplios a travs de una actitud
crtica. El origen de la filosofa resulta as una actitud de superacin de la cotidianidad para vivir
en autenticidad. La vida en autenticidad es un salir de lo cotidiano pero para volver a ello y
transformarlo en una lnea de mayor humanizacin.
La bsqueda del sentido que impulsa a superar la cotidianidad es propia de todo hombre y de
todo pueblo. Asume distintas formas y niveles, con los cuales se encuentra en continuidad la
filosofa sistemtica. Esta tematiza lo que se da a nivel de actitud o en formas menos elaboradas
en todo hombre. Poder discernir lo especfico de la filosofa es el cometido de la Seccin 3. En
la misma lnea de vincularla con la vida es que se destaca su innegable dimensin tica.
Con las nociones aportadas por las tres primeras secciones puede entenderse mejor el
sentido integrador de la Seccin 4. Decir que la filosofa est relacionada con la vida es decir
que no hay filosofa que no surja desde una cultura como aspiracin de totalidad y de
trascendencia de la misma. El hombre es un ser cultural: estructura sus relaciones
fundamentales en diversos planos de emergencia, y siempre en una comunidad histrica. Esto
plantea un viejo problema para la filosofa: cmo entender la universalidad a la que aspira este
saber? La comprensin del universal situado y de los principales rasgos de nuestra situacin
cultural, para lo cual tendremos que apropiarnos de un concepto antropolgico de cultura y
superar el concepto elitista, la comprensin de aquellos dos puntos decimos, constituye el
momento culminante de este primer mdulo. As tendremos una idea ms o menos acabada de
lo que mentamos cuando hablamos de filosofa, y estaremos en condiciones de encarar las
problemticas ms especficas de los siguientes mdulos.
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cultural, con sus costumbres, con su lenguaje, con sus modos de vida, con sus gustos y
apetencias, con sus miserias y grandezas.
No somos el punto inicial de la historia de nuestra comunidad. Al nacer recibimos de los
dems todo lo necesario para dar los primeros pasos (que a veces se extienden ms aos de lo
debido). Slo con ese bagaje recibido de conocimientos bsicos, lengua, modos de sentir y de
pensar, podemos ir individualizndonos paulatinamente. Primero somos sociales, luego
individuos.
Con los dems estamos vinculados por una compleja red de sistemas de reconocimiento,
comunicacin y simbolizacin, a travs de los cuales somos asimilados, identificados y adscritos
a un determinado grupo social y cultural. No nos relacionamos con los dems, como se dice,
cara a cara, inmediatamente. Nuestras relaciones se hallan mediadas por esos sistemas que
estructuran de determinada manera las formas que asumen esas relaciones. Por ejemplo: yo
soy para los dems el vecino, el hijo de o el padre de, el profesor, el amigo, el deudor,
etc. Y cada una de esas caracterizaciones viene estructurada por formas de relacionarse: no es
lo mismo saludar a un vecino que a un profesor, no son las mismas palabras las que usamos
con un deudor o con un amigo. La relacin con mi hijo es sustancialmente diferente a la relacin
con mi jefe de trabajo. Y siempre somos algo de eso para los dems, y los dems lo son para
nosotros. Esa estructuracin de nuestras relaciones son las tan mentadas estructuras. Las
estructuras no son cosas visibles ni son elementos ajenos a la vida de las personas: son la
concreta forma de relacionarnos con los dems segn las pautas establecidas
culturalmente para cada rol.
Eso quiere decir tambin que ya en las ms elementales relaciones con los dems estamos
asumiendo formas histricas y culturales que no inventamos nosotros, que hemos aprendido de
los dems, y que no siempre son correctas o buenas. All es donde residen los principales
obstculos al cambio. Pues por ms buena voluntad que tengamos ante alguna persona,
siempre estaremos pautados a relacionarnos con ella de la manera como lo hemos aprendido y
asimilado culturalmente. Y si no, veamos nuestra experiencia de relacin, por ejemplo, con las
empleadas domsticas. Cuntas estructuras, cuntas formas estructuradas, se interponen en
esa relacin? Mezcla de servidumbre personal, criada, alguien de la familia, trabajadora,
etc. Por nosotros pasan varios siglos de historia humana en donde la relacin de dependencia
de algunas personas con respecto a otras, se han ido estructurando en formas de tratamiento
ms o menos lastradas por el egosmo o la miopa antropolgica. Hasta qu punto somos
responsables de esas estructuras? Hasta qu punto podemos desconocerlas como si no
fueran propias?
Lo cierto es que el hombre no puede entenderse a s mismo en forma aislada. El hombre es
un ser-en-relacin, y esas relaciones se hallan estructuradas. Cualquier planteo acerca de su
libertad o de su responsabilidad debe partir de este dato primero. Este es el carcter social e
histrico de la existencia humana.
L. ARANGUREN Jos Luis: Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa. Edit. Tecnos (2 edic.) Madrid 1991.-
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decirse del poeta o del artista, en tanto que tales. En fin, hace de filsofo filsofo de la
cotidianidad quien, ahondando en ella, sale de ella por su otro lado, atravesndola, o, lo que
es igual, transmutndola en re-flexin sobre o bajo ella(Aranguren). Pero no se puede ser
nio durante toda la vida, ni hacer continuamente de poeta o de artista, o de filsofo.
Vivimos todos instalados en la cotidianidad, la de cada cual. En ella nos encontramos
seguros, sabemos a qu atenernos. Pensemos en un da cotidiano, en todas las acciones que
realizamos sin pensar: levantarnos, desayunar, ir al trabajo o a estudiar, saludar a alguien, ir a la
Facultad, reunirnos con compaeros o amigos, volver a la casa, comer, dormir, etc. El
automatismo rige para todas estas acciones, las hacemos sin detenernos a meditar cada uno
de sus movimientos. Por otra parte, sera imposible realizarlas todas si tuviramos que
pensarlas: hay una estabilizacin de mis movimientos por la cual me libero de la carga de estar
planificndolos permanentemente, y libero energas para pensar otras cosas superiores. Si no
se hubiera inventado el fsforo, perderamos gran parte del tiempo diario haciendo fuego; en vez
de ello, al fuego lo prendemos rpidamente y podemos dedicarnos a otra cosa. Lo mismo ocurre
con la cotidianidad: la automatizacin de nuestras acciones nos permite avanzar en el da con
seguridad, sin sobresaltos, y poder pensar en las cosas que requieren mayor atencin. Esta es
una verdad que profundizaremos: no hay liberacin sin estabilizacin.
Pero podramos preguntarnos si realmente aprovechamos esa estabilizacin de acciones
para liberar tiempo para cosas importantes. Ocurre que el ritmo de la cotidianidad nos arrastra
de tal manera que se nos escapa la posibilidad de hacernos dueos de nuestros das.
Pareciera que pesa ms la estabilizacin por sobre la liberacin.
La cotidianidad estable conforma un mundo familiar para nosotros: todo en l nos es
conocido, cada cosa ocupa su lugar natural, y se rige con los cnones de la normalidad. Lo
cotidiano es un marco de referencia: all encontramos las representaciones y los modos de
relacionarnos con las cosas, con los dems. Esas representaciones y esos modos se hacen
rutina: la mecanizacin de un estilo de vida y de las acciones le resta significado y
trascendencia a todo. El mundo prctico de la cotidianidad se constituye a s mismo en criterio
de verdad y de valoracin. El conjunto de las rutinas, de los lugares comunes, conforma el ideal
de lo normal: lo que comnmente se dice, se hace y se piensa. Quien sale de esa normalidad
instituida, es a-normal. Aqu, en el criterio de normalidad se insertan las estrategias de
manipulacin: se uniforman los gustos, las necesidades, los estmulos, las respuestas.
El mundo del se (lo que se dice, se hace o se piensa) es el mundo de la inautenticidad. No
porque se hagan o se digan o se piensen las mismas cosas que los dems: eso es inevitable y
no hay que ser original para ser autntico. Se es inautntico cuando hacemos las cosas de una
manera porque as las hacen los dems. Es decir, cuando no tenemos razones personales o
cuando no las hemos asumido como propias. Simplemente las repetimos. La vida entonces se
orienta con el ritmo de las necesidades inmediatas. O con el ritmo que impone la cultura del
consumo actualmente: hoy lo normal es querer tener cada vez ms cosas, lo ltimo, lo nuevo.
La primaca del tener sobre el ser, la primaca de la apariencia sobre la realidad, determinan un
estilo de vida unidimensional (de una sola y pobre dimensin), que pone en la posesin y en el
consumismo la felicidad y el sentido de la vida. En el ideal del confort, del pasarla bien, se
vive slo de las sensaciones y de la apariencia. En la cotidianidad del mundo moderno se vive
de modo inmediato: en ella se oculta y se pierde lo mejor de nuestra vida en la inautenticidad y
en la superficialidad.
De all que uno de los problemas del mundo moderno sea el aburrimiento. No se sabe qu
hacer con la vida, pues la posesin de cosas o la multiplicacin de sensaciones no otorgan de
por s ningn sentido. Y de lo que se trata, en definitiva, es de vivir con sentido.
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2. Superacin de la cotidianidad
JASPERS Karl: La Filosofa, Fondo de Cultura Econmica (Breviarios 77), Bs. Aires 1979, 10 reimpresin.
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Del mismo modo como en las situaciones lmites, nos pasa con la duda y con el asombro.
La duda abre el campo de lo terico. Nuestro trato cotidiano con las cosas es primeramente
prctico: las usamos, sabemos cmo usarlas y no nos preguntamos mucho sobre lo que son.
Pero, ocurre que en algn momento tambin se rompe esta familiaridad con el uso de las cosas,
ya sea porque dejan de funcionar como deben, ya sea porque simplemente nos entra la duda
de lo que son. En ese momento, nos hacemos preguntas acerca de las cosas, dudamos sobre
su uso y sobre su ser. Nace all la actitud terica, especulativa. Y nuestro conocimiento nace, en
principio, como conocimiento de una ignorancia: no sabemos lo que son realmente las cosas
cotidianas.
Estbamos tan seguros en el mundo cotidiano, andando entre las cosas y usndolas y, de
pronto, la mirada utilitaria se cubre de sombras: nos asombramos y comprendemos que las
cosas no son slo para nuestra utilidad, sino que adems son en s mismas. Entonces, las admiramos: las miramos con detenimiento, les prestamos atencin, las des-cubrimos en lo que
son. Ante esa actitud interrogatoria de la duda, el asombro o la admiracin, la cosa se muestra
en su verdad (primer sentido de verdad, a-ltheia: lo des-cubierto)5.
Platn y Aristteles dijeron que la filosofa nace del asombro, de la admiracin. Platn (427347 a.C.), en su dilogo Teetetos, hace decir a Scrates: Lo propio de los filsofos, amigo, es
eso que experimentas: ests lleno de admiracin. La admiracin y no otro es el comienzo del
filosofar (op.cit. 155d), y Aristteles (384-322 a.C.) sostiene en la Metafsica: Fue la admiracin
la que en principio, como ahora, movi a los hombres a filosofar (op.cit., 982 b, 12).
Esta admiracin, este prestar atencin a los seres que nos rodean, tuvo en la Edad Media,
una fuerte motivacin en la conversin a Dios y en la hermenutica (interpretacin) de las
Escrituras. Cristianos, judos y musulmanes hicieron filosofa, se preguntaron por el sentido,
desde su necesidad de comprender la Palabra que Dios haba dado a los hombres y desde las
exigencias ticas que implicaba la conversin a esa Palabra.
En Amrica Latina, hay otra forma ms frecuente de ruptura de la cotidianidad: la
interpelacin o pro-vocacin del otro. Siempre que alguien nos dirige la palabra exige de
nosotros reconocimiento. Cuando la palabra del otro irrumpe en nuestra cotidianidad, nos habla
desde un ms all no previsible. Por eso es precisamente la pro-vocacin (en sentido literal, el
llamar o hablar delante) de un otro. Y en Amrica ese otro habla pidiendo justicia: se es el
reconocimiento que exige su palabra. Cuando en la calle un nio interrumpe nuestro
ensimismamiento y nos dice tengo hambre, dame algo; o cuando simplemente nos extiende
la mano, nuestra cotidianidad se rompe, el orden de nuestras seguridades burguesas tambalea.
Aunque pretendamos incorporar esas interpelaciones al paisaje de nuestra cotidianidad,
siempre tendrn el carcter de imprevisibles, no manejables del todo. Siempre incomodarn por
su exigencia de reconocimiento y de justicia, aun cuando slo sea un prestame atencin.
Quien habla se muestra como indigente, como pobre: pide que se lo escuche. Entre nosotros
adems, ese que nos habla pide justicia, un mejor reparto de los bienes. Ruptura tica de la
cotidianidad, la provocacin del pobre ser origen privilegiado de la filosofa y de la vida en
autenticidad.
Cuando detenemos el ritmo normal de la vida y nos preguntamos por algo, abrimos un
horizonte de posibilidades. Esto es: frenamos nuestras reacciones espontneas ante las cosas,
acumulamos energas y creamos disponibilidad en nosotros. En semejante disponibilidad, la
accin futura se proyecta, se lanza hacia delante, se organiza estratgicamente y, frente a
nuevas circunstancias, las cargas disponibles, manejadas con sujecin a plan, sern respuestas
racionales y no reflejos. Esta capacidad de detenerse ante las cosas, ponerse a distancia de
Cfr. CASAS Manuel Gonzalo: Introduccin a la Filosofa, ed. Gredos, Madrid 1967. Leccin V y Leccin VI.-
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ellas, dejarlas frente a nosotros (como objetos, ob-jectum: lo que est puesto enfrente), abre
otro espacio para la accin: el de las posibilidades.
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ZUBIRI Xavier: Naturaleza, Historia, Dios. Ed. Nacional, Madrid 1981 (8 edic.). Pg. 156.HEGEL G.W.F: Fundamentos de la Filosofa del Derecho. Ed. de K.H.Ilting, Traduccin de Carlos Daz. Ed.
ZUBIRI X.: Sobre el Hombre. Edic. de Ignacio Ellacura. Alianza editorial. Madrid 1986. Pg. 44.-
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Quien tiene horizonte amplio percibe esta respectividad de la realidad y entiende las cosas en
relacin unas con otras. Por el contrario, nuestra experiencia reciente en Santiago del Estero
nos ensea cun estrecho es el horizonte de los funcionarios de gobierno cuando no ven que al
desviar fondos pblicos para uso particular, se muere un nio o un anciano (por falta de debida
atencin en un hospital o en un comedor).
En suma, la ruptura de la cotidianidad mediante las situaciones lmites, la duda, el asombro,
la admiracin o la pro-vocacin del otro, abre el horizonte de posibilidades por el que superamos
la inmediatez de lo dado. As se hace posible la crtica. Ser crtico no significa ser negativo
simplemente. Ser crtico es percibir la doble dinmica de la vida: la cotidianidad como totalidad
de lo dado y la permanente superacin de esa cotidianidad mediante la apertura de nuevos
horizontes. Sin la cotidianidad perdemos la base segura de nuestras acciones; pero sin la
criticidad nos estancamos en la repeticin automtica o refleja de actos que realizamos sin
pensar.
La criticidad, como contnua autosuperacin, supone entender el carcter radicalmente
histrico del hombre, el cual no slo se desarrolla en el tiempo sino que es historia, historicidad;
supone entender a la realidad como esencialmente dinmica y no esttica; y supone entender a
la accin humana como praxis: permanente auto-realizacin del hombre, pues nada de lo que
hacemos o dejamos de hacer es indiferente para la constitucin de nuestro ser.
Con la criticidad nace tambin la autenticidad. La autenticidad comienza con el
distanciamiento crtico frente a lo dado en cuanto emergencia de una conciencia aniquiladora de
las evidencias y las causas naturales, en cuanto cuestionamiento del orden normal existente
y la asuncin personal de la propia vida en sus determinaciones y posibilidades9. Romper con
el orden dado no ocurre sin desgarramientos, conflictos, angustia o soledad. Percibir los lmites
de lo humano, su ambigedad necesitada de interpretacin, es salirse del entorno convencional
y superficial de la cotidianidad. Ser autntico, en definitiva, consiste en la honesta y permanente
bsqueda del sentido de las cosas y de la vida misma, en funcin de una praxis de
humanizacin.
RODRIGUEZ E.: Introduccin a la Filosofa -perspectiva latinoamericana-. Edic. USTA, Bogot 1988. Pg.70.-
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3. Especificidad de la Filosofa
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Pero a su vez, esa verdad que se busca no es una verdad abstracta sino vital: es el sentido
de las cosas, de la vida, la verdad que nos importa. Por eso Jaspers deca que la bsqueda
permanente de verdad encuentra la plenitud, no en respuestas tipo recetario, sino en la
realizacin histrica del ser del hombre, al que se le abre el ser mismo. Esto es, nos
realizamos (hacemos nuestra propia realidad) en la medida en que se abre para nosotros el
ser, el sentido de la existencia.
Y en ello se nos va la vida. Literalmente. Pues estamos diciendo que el hombre no es un ser
acabado. El hombre es un ser que tiene que hacer su propia realidad, tiene que realizarse. Y no
es indiferente lo que haga o deje de hacer para esa realizacin. Se juega su ser y su vida.
Diferente es el ser de las cosas fsicas, que tienen ya definida su realidad; o el ser de los
animales, tambin definido por las caractersticas de cada especie. El hombre es el ser no
definido: a partir de una base natural, recibida como posibilidad, recurso y tarea, tiene que
definirse a s mismo en la historia y en la sociedad. De ah que su vida sea la realizacin o la
frustracin, el logro o el malogro de sus proyectos. Ms adelante retomaremos esta cuestin, al
profundizar en la antropologa.
Baste por el momento ubicar a la filosofa como una actitud comprometida con la realizacin
en autenticidad del ser del hombre. Es una actitud de esfuerzo y de tensin: es la actitud de no
conformarse con la apariencia de las cosas, con el ritmo de la cotidianidad, para penetrar en
bsqueda de los sentidos ocultos a simple vista. Si hoy no nos dice mucho la expresin amor a
la sabidura, traduzcamos filosofa por: inquietud por el sentido, y entenderemos mejor su
significado. Todos, de una manera u otra, en algn momento de nuestra vida, nos in-quietamos
(no nos quedamos quietos, tranquilos) por encontrar un sentido a las cosas y a nuestro vivir.
Esa inquietud es la filosofa, en una primera aproximacin, como actitud filosfica.
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confusa o clara. Quien rechaza la filosofa, profesa tambin una filosofa, pero
sin ser consciente de ella.11
Es por eso que aunque no seamos filsofos en el estricto sentido de la palabra, existe una
actitud filosfica inherente a la condicin humana y que emerge precisamente en esas
experiencias de ruptura que son el origen. Los filsofos se ocupan de traducir esa experiencia y
esa inquietud por el sentido en una formulacin terica y sistemtica.
La filosofa no es un mundo de abstracciones etreas. Est ntimamente vinculada con el
humano ser-en-el-mundo y con la vocacin de sentido del hombre.
La inquietud por el sentido acompaa al hombre desde los comienzos de la humanidad. Las
ms remotas manifestaciones de vida humana muestran huellas indelebles que testimonian esta
inquietud. Sin embargo, la pregunta por el sentido, asumida como un esfuerzo sistemtico, data
del siglo VII antes de Cristo. Y aqu ya tocamos la cuestin del comienzo histrico de la filosofa.
Esta comienza en la regin de Jonia, en colonias griegas del Asia Menor, y el primer filsofo del
que se tiene noticias es Tales de Mileto. Tales elabor una respuesta ms o menos acabada -tal
vez una nueva pregunta- acerca del sentido del universo. Sospech que ese sentido consiste en
que la naturaleza (
: physis) se compone estructuralmente de agua, como principio
(
: arj) constitutivo de todas las cosas.
Junto con Tales surgi un grupo de filsofos conocidos como los fsicos ya que se
ocupaban de desentraar el sentido de la physis, que en griego significaba la fuente originaria
de todas las cosas, aquello de donde nacen (y por eso los latinos traducirn como
naturaleza), el proceso de surgir y desarrollarse. Pero no nos confundamos. No se trataba de
fsicos en el sentido de la ciencia moderna. Estos hombres no buscaban leyes que expliquen
el comportamiento de la naturaleza. Simplemente se preguntaban por el sentido de la misma.
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Es a estos niveles de reflexin prximos a la filosofa a los que se refiere Jaspers cuando dice
que la filosofa est todo el tiempo ah, pblicamente, y no a la filosofa sistemtica.
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BUNGE Mario: La ciencia, su mtodo y su filosofa, Siglo Veinte editores, Buenos Aires 1985. Pg. 9.DIAZ Esther y HELER Mario: El conocimiento cientfico: hacia una visin crtica de la ciencia, Eudeba, Buenos
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Para Hans-Georg Gadamer, filsofo alemn contemporneo, existe una forma de verdad
fuera y ms all de la ciencia, en el arte, en la historia y en la filosofa. Se trata de una verdad no
ya entre un sujeto y un objeto, sino de una experiencia de la verdad que no es posible en el
campo de la ciencia.
De este modo las ciencias del espritu vienen a confluir con formas de la
experiencia que quedan fuera de la ciencia: con la experiencia de la filosofa,
con la del arte y con la de la misma historia. Son formas de experiencia en las
que se expresa una verdad que no puede ser verificada con los medios de que
dispone la metodologa cientfica.14
Se trata de una verdad no verificable cientficamente porque acontece como apertura del
sentido. Pero esta apertura se da siempre en dilogo con una tradicin que nos constituye. Una
tradicin que se expresa como lenguaje, como un juego de preguntas y respuestas entre
nosotros y los textos, que nos reenva al pasado, un verdadero dilogo entre vivos y muertos. La
tradicin nos habla por s misma. Toda filosofa surge a partir, hacia y contra la tradicin. Por
eso hacer filosofa es de algn modo retomar el curso de la historia de la filosofa y de la historia
de la humanidad. An cuando hubo algunos filsofos que, como Descartes (siglo XVII),
intentaron a conciencia echar por tierra una tradicin vigente, no hicieron otra cosa que dialogar
con ella. Si la filosofa es la inquietud por el sentido, la tradicin nos entrega un sentido en
permanente actualizacin. Tradicin viene de tradere: entregar.
An cuando las preocupaciones filosficas estn orientadas hacia problemticas actuales,
siempre la tradicin tiene algo que decirnos. Y el decir de la tradicin surge de la interaccin, del
juego entre nuestro mundo y el pasado. Mejor an, el sentido se constituye en la conversacin
entre nosotros y una tradicin que nos habla a travs de los textos. En esa conversacin, en ese
juego de preguntas y respuestas, acontece la verdad como apertura del sentido. La
conversacin pone en emergencia un sentido, un universo de significaciones. La verdad es
entonces experiencia de la verdad. No se da como relacin entre un sujeto y un objeto, sino
como una interaccin entre nuestro mundo y el pasado que nos habla. La verdad es la apertura
de un sentido que me transforma y del que no soy totalmente dueo.
14
GADAMER Hans-Georg: Verdad y Mtodo, ediciones Sgueme, Salamanca 1977. Pg. 24.-
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Ahora bien, aqu hablamos de las dimensiones de la filosofa en tanto que actividad humana.
Y queremos destacar dos, sin que ello implique desconocer que existan otras dimensiones: la
dimensin tica y la dimensin histrica. De esta ltima, venimos hablando casi desde el
principio, y ampliaremos su caracterizacin en el prximo mdulo.
La dimensin tica de la filosofa hace referencia al carcter de compromiso con la realidad
que asume el hombre que filosofa, en tanto es partcipe de esa realidad que busca entender y
no un mero espectador15. La pregunta por el sentido de la realidad no queda sin consecuencias
en la vida del que se pregunta, ni tampoco en la vida de los que lo rodean. El slo hacernos la
pregunta implica un cambio concreto en la forma de vida.
El carcter tico del filosofar puede expresarse dentro de la filosofa de diferentes modos.
Hay, por un lado, una eticidad de la filosofa relativamente autnoma: es autnoma, en cuanto
pretende la verdad con la metodologa y exigencias propias de un saber terico: eso es el
rgimen interno de la filosofa; pero es relativa, en cuanto la verdad lgica tiene como punto de
partida, como criterio de verificacin y como instancia ltima y trascendente, la realidad
histrica: eso es el rgimen externo de la filosofa. En su rgimen interno, lo tico es buscar la
verdad con honestidad intelectual, respetando los mtodos y niveles propios de la filosofa. En
su rgimen externo, lo tico es asumir concientemente la funcin que desempea la teora que
se elabora en la situacin histrica que se vive.
Por otra parte, como la filosofa es una bsqueda de sentido desde una situacin histrica
determinada, guarda siempre una relacin intrnseca con la rectitud tica histricamente situada.
Esto es, el que filosofa buscando el sentido, no puede ser incoherente y vivir de cualquier
manera. Precisamente, busca racionalmente el sentido de la vida para no vivir a lo que venga.
La filosofa no es lo supremo como saber, ni el saber es lo supremo; por ende, todo filosofar
est ordenado ticamente a la tarea histrica de humanizacin: hacernos ms hombres junto a
los dems hombres en un marco de justicia y apertura a lo Trascendente.
Aparecen as inseparables el logos (la razn, el pensar, la teora) y el ethos (el modo de
vida). La dimensin tica de todo filosofar se abre radicalmente con la misma opcin por la
bsqueda de la verdad, no slo en el mbito restringido de los problemas ticos sino en todos
los otros mbitos, como una forma que impregna todo filosofar. La verdad buscada (el sentido)
es el todo; pero el todo no es solamente logos. En el logos aparece esa verdad como
fundamento de la accin y de su plenitud.
15
Cfr. ELLACURA Ignacio y SCANNONE Juan Carlos, compiladores (Equipo jesuita latinamericano de reflexin
filosfica): Para una filosofa desde Amrica Latina. Edic. de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogot 1992.
Especialmente ver Dimensin tica de la filosofa latinoamericana (Documento de Trabajo).
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No basta decir que el filsofo est siempre ubicado en una cultura, una sociedad, un
momento histrico, un horizonte intelectual, etc. Se plantea, como exigencia tica del filosofar y
condicin para el mismo, que el filsofo tome conciencia de su manera de ubicarse:
frente a la realidad que se nos da como totalidad (mundo objetivo, hombre en sociedad,
Dios), que se da como originaria, originante y normativa para el hombre activamente
dcil a ella;
frente a la situacin en la cual est inmerso, la cual abarca no slo la situacin propia
suya que le viene por el hecho de estar ligado con los suyos a responsabilidades
concretas,; sino tambin la situacin global del proyecto histrico de la humanidad en
el momento en que vive.
Ese esfuerzo de ubicacin conciente en la situacin tendr que determinar a sta como
producto, resultado de una historia; por lo tanto es imprescindible hacer memoria del proceso
que la produjo. Aqu cobra importancia la Historia como ciencia auxiliar para la bsqueda de
sentido.
Tareas de la filosofa
Cualquier filosofa debe explicitar reflexivamente y determinar concretamente su dimensin
tica en sus momentos crtico, creador y prescriptivo
Momento crtico
1) De las Ideologas: La filosofa se entiende a s misma como la dimensin
terica de una prctica humana, frente a la que ha de tener una posicin
crtica desideologizadora, por ejemplo, denunciando cules son los
mecanismos e ideologas que mantienen y justifican las relaciones de
opresin, o la racionalidad que las respalda o que se abstrae de ellas. La
crtica nos har analizar y desmontar ciertas visiones distorsionadas, como,
por ejemplo, las que limitan al hombre en su ser econmico-poltico y
reducen la naturaleza a ser un simple recurso econmico16.
2) De las realizaciones histricas: la filosofa debe juzgar el presente como un todo, y
en l, la direccin dominante de la accin humana, atendiendo a la complejidad y
ambigedades de lo histrico. Por eso, estar atenta a desacralizar toda realizacin
histrica como limitada, ambigua y perfectible, para no instalarse en ella a modo de
un paraso terrenal definitivo.
3) De s misma: El filsofo tiene que saber desde dnde habla, cules son sus propias
ideologas, su horizonte cultural; y por eso la filosofa ha de revisarse crticamente a
s misma.
Momento creativo
1) Del sentido:
El quehacer filosfico no debe quedarse en la crtica; para ser tico exige
simultneamente incorporarse al proyecto histrico global de la humanidad,
manteniendo una funcionalidad de servicio a las otras actividades que
impulsan el mismo proyecto y promoviendo la trascendencia de la vida y
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Momento prescriptivo
1) De las opciones: la filosofa debe concretizar la verdad que busca. El grado de
conocimiento o de conciencia que alcancemos en un determinado momento,
prescribe cules son las opciones prcticas que hay que tomar y por qu. Esto
implica una coherencia entre teora y praxis. Siempre actuamos y pensamos desde
opciones previas: lo que la filosofa posibilita es que esas opciones sean criticadas y
asumidas racionalmente.
2) Del quehacer: la filosofa, como quehacer humano responsable, se concibe como
un momento terico de la prctica humanizadora global, orientada especficamente a
la humanizacin y defensa de la vida de los hombres concretos. Dicho quehacer
buscar establecer el horizonte tico del deber ser, que impulsa a una correcta y
humana relacin del hombre con los otros hombres, con la naturaleza y con Dios.
Modo de realizacin
Los Temas de que se ocupa la filosofa han variado a lo largo del tiempo. Comprende los
campos generales de los cuales le corresponde a la filosofa ocuparse de suyo, y los lugares
interpelantes que privilegia por razn de su urgencia. Entre los Campos propios de la filosofa
podemos mencionar a la Naturaleza, la persona, la comunidad (relaciones inter-personales), la
sociedad (derecho, economa, poltica), la cultura, la religin. El lugar indica el desde dnde se
hace la vivencia y la reflexin filosfica. En Amrica Latina, ese lugar no puede ser otro que la
realidad del pobre o del oprimido. Esto no significa que toda filosofa tome ese nico tema, o que
tenga como fuente al pobre. Significa que toda reflexin de bsqueda de sentido, an cuando
eche mano de fuentes bibliogrficas distintas, se hace desde el mbito de vivencias ms
identificador de nuestra realidad y de la necesidad de humanizacin. En la realidad del pobre es
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4. Filosofa y Cultura
Aproximacin histrica18
En el siglo XI, un pensador nacido en Francia, Roscelino, da impulso a la doctrina que se
conocer como nominalismo: los universales no son ninguna realidad (como lo crean los
realistas), sino simplemente un nombre. El trmino hombre no indica ninguna realidad que sea
la de la especie humana: es un simple flatus vocis, aire de la voz. Lo que existe en la realidad
son los individuos humanos a quienes esta palabra tiene la misin de nombrar, pero no existe
el hombre como especie. Pedro Abelardo (1079-1142), en la misma lnea, afirmaba que la
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Cfr. GILSON Etienne: La Filosofa en la Edad Media, edit. Gredos, Madrid 1958 (2 edic., 2 reimpres. 1976).-
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universalidad es una funcin lgica de algunas palabras. Abelardo cree que los universales no
son ms que el significado de los nombres: nominum significatio. Los nicos conocimientos
precisos que tenemos son los que versan sobre objetos reales, y por ende, particulares. Esta
posicin lleva directamente al pensamiento del franciscano del siglo XIV, Guillermo de Okham
(1300-1350), para quien no hay ms realidad que lo particular, que es conocido por intuicin. A
partir de esa intuicin nuestra inteligencia agrupa las semejanzas de los individuos para producir
el concepto o imagen comn, cuya universalidad consiste en que se puede predicar de muchos
singulares. El concepto universal consiste en un resumen de las intuiciones individuales pero no
puede saberse con certeza si corresponde o no a la estructura de las cosas.
A ese callejn nos ha conducido esta postura: por un lado, conocemos con certeza lo
particular, pero de ello no podemos tener ciencia sino slo opinin; por otro lado, nuestros
conceptos, con los cuales est construido el conocimiento cientfico, no tienen un fundamento
cierto en la realidad. La ciencia actual ha heredado gran parte de esta corriente al poner el
nfasis en los modelos tericos que permiten dominar la realidad, aunque no estemos seguros
de que sta sea en verdad as. Un ejemplo es el modelo del tomo de Niels Bohr, imaginado
como una rplica del sistema solar, con su ncleo y sus electrones, neutrones, etc. girando
entorno. Este modelo ha servido para el manejo de la energa atmica, pero no para conocer si
en verdad el tomo tiene esa estructura (cosa que en realidad no le importa a la ciencia actual,
interesada ms en el dominio que en el conocimiento).
Otra respuesta al problema de los universales est dada por lo que podramos llamar
realismo platnico. En efecto, Platn (427-347 a.C.) haba sostenido que las ideas universales
de las cosas, subsisten por s mismas en un mundo inteligible, separado del mundo sensible
que captan nuestros sentidos. As, muchos cuerpos bellos participan de la idea de belleza, sin
que ninguno de ellos la exprese totalmente; los hombres singulares participan de la idea de
hombre, y as con todos los particulares. Lo de Platn es, valga la paradoja, un realismo de las
ideas. Lo que importa para nuestro tema es que desde aqu se abrir toda una lnea de
pensamiento que otorga primaca y subsistencia a los universales, en desmedro de los
existentes particulares.
Otro ejemplo de esta respuesta lo encontramos muchos siglos despus, con el franciscano
Juan Duns Scoto (h.1265-1308), quien sostiene que en cada individuo existen diversas
formalidades o formas que se unen con la materia. Estas formas estn escalonadas
jerrquicamente, y as como una de ellas es la que da individualidad al ser (la hecceidad), la
universalidad existe de algn modo real y actual en las cosas a travs de otras formalidades. Es
decir, los gneros y especies universales, existen realmente en cada uno de los individuos
correspondientes. Tiene que ver esto con la concepcin unvoca del ser en Duns Scoto.
Esta posicin posibilitar la justificacin de los modernos imperialismos, al permitir la
identificacin del universal con un particular determinado. As, un pueblo o una raza se
considerar la realizacin cabal del hombre como tal, y los que no sean como ellos, sern
inferiores.
Finalmente, consideremos el realismo tomista, llamado as por encontrar en Toms de
Aquino (1225-1274) su principal exponente, si bien esta postura contina en gran parte las tesis
de Aristteles aceptando lo que de verdad haba en Platn. Para Toms de Aquino los
universales son producto de nuestra inteligencia pero con un fundamento en la realidad. Existen
los individuos compuestos de materia y forma (una sola), y el elemento individualizante es la
materia. Las notas comunes a un grupo de individuos constituyen la especie; las notas
comunes a varias especies constituyen los gneros. El gnero, la especie, la diferencia (entre
una especie y otra), el propio (lo que la cosa tiene de peculiar y por lo cual se diferencia de
toda otra cosa) y los accidentes constituyen los predicables (lo que se puede predicar
lgicamente de un sujeto). Estos predicables o modos lgicos son atribuciones que nuestra
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inteligencia hace a las cosas, pero no lo hace arbitrariamente, sino en virtud de las notas
comunes que encuentra en los individuos, mediante el conocimiento por abstraccin.
De tal manera que, para Toms de Aquino, el universal no existe en la realidad sino slo en
nuestra mente (al igual que los nominalistas), pero tiene un fundamento en la realidad nunca
expresado totalmente en cada individuo (al igual que los platnicos). As, queda fundamentada
una concepcin del universal que abarca a todos los individuos pero no se realiza por fuera de
ellos. El concepto hombre representa a todos los hombre sin identificarse con ninguno en
particular, pero no existe ms que realizado en cada hombre. Esto es, cada hombre concretiza
en s y de un modo particularsimo el concepto universal de hombre. All encontramos un
fundamento de la igualdad esencial de todos los hombres, sin que por ello se nieguen las
diferencias accidentales.
El universal situado
Un filsofo argentino de la actualidad, Mario Casalla, ha retomado esta cuestin con motivo
de la filosofa latinoamericana. Dice Casalla:
Cuando se plantea el tema de la originalidad del filosofar o de su ubicacin
histrica, es frecuente presentar situaciones extremas. Para unos, la Filosofa
sera un saber universal sin ms, y en consecuencia, rechazan todo lmite o
enraizamiento en un hoy o en un aqu concreto. Esto ltimo supuestamente
parcelara la problemtica autnticamente filosfica, y sera producto de una
artificiosa reduccin. Por otro lado, tambin pueden computarse peligrosos
particularismos que muchas veces degeneran en un simple estudio del color
local de una cultura determinada19.
En estas dos posiciones que enuncia Casalla podemos entrever la vieja problemtica de los
universales, en su postura platnica (el saber universal sin ms) o en su postura nominalista
(los particularismos). Contina el pensador argentino:
La autntica Filosofa (vale decir aquella que es creativa y no meramente
repetitiva y exegtica), no es ni etreamente universal sin ms, ni tan particular
que slo pueda pensarse o concebirse para determinada circunstancia. Por el
contrario, en el ejercicio mismo de la labor filosfica, lo universal y lo particular
de una cultura se vivifican y redefinen mutuamente. La Filosofa es siempre un
pensamiento de lo universal situado; un pensamiento que amplifica la
experiencia cotidiana e histrica, tanto como singulariza la problemtica
universal20.
Para distinguir esta universalidad situada, Casalla la contrapone a la universalidad abstracta
que, al igual que el realismo platnico, resulta de un particular proyectado y autoerigido en
universal sin ms. Un ejemplo cotidiano de esto, lo tenemos en nuestra educacin secundaria,
donde en general estudiamos principalmente la historia de Europa como Historia Universal. La
universalidad situada, por el contrario es el resultado de una construccin trabajosa a partir de
singularidades que, reconocindose como tales, se totalizan (se comprenden a s mismas en
forma total y ganan as una identidad) y trascienden hacia la alteridad (los otros singulares) que
19
CASALLA Mario C.: Ms all de la normalidad filosfica, nuevas tareas para la filosofa latinoamericana
CASALLA: Ibid.
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CASALLA Mario C.: Sentido y vigencia actual de la filosofa de la liberacin en Amrica Latina, en Revista de
Filosofa Latinoamericana y Cs. Sociales N 14. Asociacin de Filosofa Latinoamericana y Cs. Sociales, Buenos Aires
1989. Pgs. 68-81.-
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Hay que concebir a la situacin como aquel horizonte de sentido contra y a partir del cual
opera un determinado pensamiento.
Que todo pensamiento es un discurso situado significa: todo pensamiento es discurso de una
determinada situacin, tanto como la superacin de la misma. Todo pensamiento lleva la huella
de la situacin de la que parte, de sus preocupaciones y de sus sentidos; pero al mismo tiempo
es la superacin de la situacin, por implicar un ponerse a distancia de la misma, abriendo los
horizontes de consideracin. Por otra parte, como dice Ricoeur22, en todo discurso hay un plus
de significacin que va ms all de la experiencia que est a su base, y por ello puede ser
retomado desde otras situaciones histricas. Por eso, las tesis de los pensadores medievales, si
bien expresan las preocupaciones de su tiempo y con su lenguaje propio, tienen un plus que
nos dice algo a nosotros an ahora, aunque para entenderlo tengamos que traducirlo.
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Cfr. RISCO FERNANDEZ Gaspar y RAMASCO Ruth: Cultura y Doctrina Social de la Iglesia. Edic. UCSE,
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CANAL FEIJO Bernardo: En torno al Problema de la Cultura Argentina (reedicin de Confines de Occidente),
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que expresar una verdad cultural que tiene sus races histricas. Al respecto dice el filsofo
argentino Rodolfo Kusch:
La Argentina tiene sus races culturales en la mediterraneidad, mal que nos
pese a nosotros los porteos. Al principio fue el eje del litoral que termina por
encontrar su sede en Asuncin. En segundo trmino el que se aglutina en
torno a los valles calchaques, y, finalmente, el que penetra por Chile y se
ubica en Cuyo y que tiene serias injerencias en los anteriores. Los tres ejes
condicionan la geocultura argentina, especialmente la popular, y repercuten en
todo sentido a travs de toda la historia argentina. Constituyen el sostn
principal del federalismo, se eclipsa despus de 1853, pero vuelve a darle el
poder a Roca, para que, luego de varias vicisitudes, reaparezca con la fuerza
principal del peronismo.
Recin con el cuarto centro geocultural, o sea Buenos Aires, se concreta la
fisonoma que consideramos hoy como Argentina. Promovida desde los
virreyes borbnicos en adelante, convertida en una empresa aduanera, y
sometida a los intereses internacionales, inicia, como es natural, un ritmo
contrario a la cultura popular. Mejor dicho se convierte en el factor
culturalizante y colonizante por excelencia, que termina por dominar los
resortes ms importantes de la Repblica. Desde Rivadavia que proclama en
1812 el pleno goce de los derechos del hombre en sociedad, pero en el
sentido iluminista, como si perteneciramos a la sociedad francesa de la
poca, pasando por Sarmiento con su criterio especfico sobre la civilizacin,
hasta Roca o el desarrollismo moderno, todo ello est condicionado por el
cuarto eje geopoltico Buenos Aires.
Nuestra cultura actual es el producto (no terminado, sino en permanente dinamismo) de un
proceso de contactos culturales entre diversos pueblos, que fueron aportando sus perfiles a
nivel de cultura subjetiva, objetiva u objetivada, segn los casos. Un proceso que se remonta a
las conquistas intracontinentales que establecieron como ncleos culturales al Cuzco (Incas),
Tenochtitln (Aztecas) o Chichen-Itza (Mayas). Pero que adquiere un dinamismo avasallador y,
en cierto sentido homogeneizador, a partir de la conquista ibrica en el siglo XVI. Los
contactos fueron desiguales segn las regiones: en unas hubo una conquista a sangre y fuego,
en otras hubo alianzas limitadas, en otras resistencia pasiva, en otras hubo sustitucin de la
cpula del Imperio conquistado (es el caso de los Incas) pero continuidad de la estructura social
y poltica anterior. Finalmente, hay que sealar un tercer proceso de contactos con el aluvin
inmigratorio de fines del siglo XIX y principios del XX, que afect principalmente a la regin
rioplatense y a Chile.
De all que en la Amrica espaola haya regiones plenamente mestizadas (pueblos
nuevos25), regiones con perfil indgena (pueblos testimonio), regiones ms europeizadas
(pueblos transplantados) y, finalmente, regiones que estn a medio camino entre unas y
otras, presentando diversos estratos culturales superpuestos, sin que prime ninguno de ellos en
particular (tal sera el caso del NOA segn Gaspar Risco Fernndez).
En esos contactos culturales se dio siempre una tensin26 entre:
25
brasileo Darcy RIBEIRO en Las Amricas y la civilizacin, Centro editor de Amrica Latina, Buenos Aires 1985.26
Cfr. para lo que sigue: SANTILLAN GEMES Ricardo: Cultura, creacin del pueblo. Editorial Guadalupe,
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RISCO FERNANDEZ Gaspar: Cultura y Regin, CER-IIJM, edic. UNT, Tucumn 1991 (especialmente el cap.
IX: El NOA: superposiciones culturales e identidad regional, elaborado en 1982-1983 para una investigacin en la
Universidad Nacional de Sgo. del Estero).28
RISCO FERNANDEZ Gaspar: El NOA como desafo y las tareas del filosofar, en Primeras Jornadas de
Filosofa del NOA, Facultad de Filosofa y Letras (UNT), publicado en sus Actas (pgs. 127-135) en 1990.-
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nicos en el mundo que toleran y hasta fomentan la celebracin de juntas oficiales en que se discuten la conducta de sus guerreros y la justificacin jurdica
de sus conquistas, y todo esto a la luz del da, en pleno Valladolid, capital del
reino, y tolerndose publicaciones como la de Las Casas, en que se desautorizan y desacreditan las campaas que se estaban llevando a cabo por orden
del mismo Rey. Dgasenos si esto no es un anticipo de la moderna libertad de
prensa"30.
El orden cultural instituyente es el mundo de lo cotidiano. Es aqu en donde se va fraguando
la constitucin de un pueblo nuevo, un nuevo hombre y, por ende, una nueva cultura. Espaa
intent instaurar un nuevo orden ejerciendo el poder institucional, pero ese orden se impuso
desde una exterioridad, desde una necesidad de dominio y control, pero con dos trampas
implcitas: la de la abstraccin y la de la distancia. Y los lmites de esas pretensiones estn en
las mltiples respuestas culturales que las comunidades originarias de Amrica primero, las
mestizas luego, y el ncleo de la nueva formacin cultural, por ltimo, ofrecern al orden
instituido.
Lo instituyente entraa el despliegue de un determinado sentido y una
determinada voluntad de forma en busca de un sentido integrador mayor
capaz de contener las partes dignas de sus contrarios. Implica un estilo
integrativo plenificante y dialgico frente a otro estilo que integra (compone una
totalidad) pero degradando31.
Lo instituyente est indisolublemente ligado a la vida cotidiana. A lo cotidiano como prximo
(inmediato) y concreto. Este nivel es ms rico que el de lo instituido, pero tambin ms
complejo. En l se da el encuentro total entre los hombres y las mujeres de tres continentes:
Europa, Africa y Amrica. Encuentro que encierra virtudes, defectos y pasiones desatadas.
Representa la situacin en la cual el otro cultural originariamente distante (el indio para el
espaol y al revs) se hace prjimo (prximo). Es el nivel de la expresin popular y cotidiana del
encuentro desde donde surgen las nuevas comunidades locales. Comunidades de sangre, de fe
y de trabajo que, perseverando y actualizndose en el tiempo y en el espacio frente a los
posteriores embates de la sociedad unificadora -ya industrializada- pasarn a constituirse en
comunidades populares tradicionales o criollas (en el sentido de atadas a la tierra).
Comunidades que al migrar y dispersarse en las ciudades llevarn su propuesta cultural a
cuestas para pasar a integrar otra realidad cultural y social en los barrios y villas miseria.
En estas comunidades va emergiendo un lenguaje total comn (gestual, verbal, simblico).
Tambin se va modelando un sistema de creencias, danzas y cantos. Mltiples manifestaciones
estticas (artesanas, imaginera) y la sntesis hispano-indgena fundamental: el arte
monumental barroco. En todo esto, ser clave el momento de las fiestas (religiosas y paganas).
Es el nivel de la sabidura popular. Una sabidura que, como dice el jesuita Fernando
Boasso32, contiene una intuicin de valores (intuicin vivida, no intelectual y refleja); una
conciencia valorativa que se expresa en un determinado modo de actuar en la vida, que
engendra actitudes tpicas. Se yergue aqu la sabidura de los pueblos: sabidura, segn su
sentido etimolgico de sapor, sapere, es decir, percibir un sabor de las cosas, los
30
LOSADA Angel: Traduccin y anotaciones a la obra de Bartolom de Las Casas, Los Tesoros del Per, CSIC,
Madrid, 1958.31
32
SANTILLAN GEMES Ricardo: Op.Cit., pg. 35.BOASSO Fernando: Qu es la Pastoral Popular?, Editora Patria Grande, Buenos Aires 1976.-
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acontecimientos, los otros, la convivencia, el misterio del ltimo sentido... Sabidura que sabe
el valor positivo o negativo de la realidad y cul habr de ser el comportamiento ante ella.
All ubica Risco Fernndez las reservas de sentido de nuestra cultura, a la que deber volver
su mirada la filosofa y las lites dirigenciales, si quieren ser en verdad autnticas, esto es,
enraizadas en la propia cultura.
Junto con el humanismo cristiano que la impregna, aquella cultura mestiza
ha ido perdiendo vigencia hasta significar muy poco o nada, a los ojos de
nuestras minoras esclarecidas. Por eso la arrojaron por la borda como lastre
intil, para acompasarnos a los vientos de la revolucin industrial. Y sin
embargo, ah est. Inerme por fuera, vaca y compacta en su interior. Expuesta
a todo tipo de manipulaciones, no tiene ms alternativa que la resistencia a
todo trance o la entrega incondicional. Obligada a replegarse sobre s misma,
levanta su tienda entre los pobres, quienes la expresan a modo de saber
plasmado en obras, tiempos y espacios de gratuidad solidaria.
Saber de pueblo, discurre por cauces propios. En la intimidad de la familia y
en los procesos de transferencia intergrupal que escapan a los resortes
jurdico-institucionales del consenso. No en vano es capaz de responder con
acierto a los grandes interrogantes de la existencia, de articular
espontneamente en una sntesis vital lo sagrado y lo profano, espritu y
cuerpo, persona y comunidad, carisma y hbito, inteligencia y sentimiento; de
situarse sin vacilacin alguna en el plano donde se juega la dignidad esencial
del hombre y la fraternidad universal de los pueblos; de convivir en armona y
respetuoso trato con los seres de su entorno natural, enalteciendo el trabajo
hasta el lmite de lo necesario y disponiendo siempre de sus mejores energas
para la fiesta, incluso bajo las condiciones ms adversas33.
Esta descripcin de la sabidura popular, en la que encontramos esas reservas de sentido
provenientes del primer mestizaje, no implica un depsito incontaminado y esttico. La tesis de
las superposiciones culturales precisamente significa la capacidad de los hombres de nuestra
cultura, de nosotros mismos, de movernos en distintos estratos para obtener las respuestas
vitales, segn las condiciones que nos imponga el momento. Todos participamos, en diverso
grado, del mestizaje originario, de la racionalidad iluminista que se nos impuso en la escuela e,
incluso, de los mitos amerindios que surgen ante cuestiones bsicas (como la leyenda del
Kakuy o el mito del almamula, que tienen como funcin prohibir el incesto, o la fiesta de San
Esteban en Sgo. del Estero, vinculada a las necesidades bsicas de proteccin y augurio).
El desafo para nuestra cultura se plantea, entonces, como la necesidad de articular las
reservas de sentido de la sabidura popular con la racionalidad moderna, cuyo fruto ms
visible es la revolucin cientfico-tecnolgica.
Es decir, volver la mirada a la sabidura del pueblo para encontrar all las pistas que nos
orienten hoy en algn sentido, no significa retroceder a un pasado lejano y conservado en
nichos culturales a los que habra que rendir perpetua veneracin. La verdadera tradicin es
continuativa (no repite), constitutiva (nos constituye en el presente) y prospectiva (nos da
respuestas para encarar el futuro). Lo que se quiere decir es que el saber popular es un modo
de racionalidad anclado en las respuestas ms fundamentales para la vida, mientras que la
racionalidad moderna es otro modo de racionalidad, ms restringida y vinculada a la accin
eficiente de dominar el mundo. Ambas racionalidades pueden aportar a una vida ms humana:
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necesitamos de la racionalidad sapiencial para orientarnos con sentido en la vida, pero tambin
necesitamos la racionalidad cientfica para lograr con eficiencia los objetivos que nos
proponemos.
Ahora bien, por el alcance de sus fines y por los planos en que se mueven, la racionalidad
cientfica, ms especfica e instrumental, debe subordinarse a la racionalidad sapiencial, ms
totalizadora y dadora de sentido. Esta subordinacin parece imponerse tambin a la luz de los
ltimos avances de la filosofa de la ciencia, pues a la hora de las encrucijadas o de las hiptesis
falsadas, el cientfico no se ve forzado a rechazar automticamente su teora (como sostena el
falsacionismo tendiente a la obtencin de garantas objetivas de las hiptesis), sino que apela
a su prudencia o sabidura prctica para tomar decisiones y continuar con su tarea: es la
racionalidad cientfica en busca del acierto sapiencial.
Por otra parte, la sabidura popular necesita de la racionalidad cientfica para no quedar
atrapada en las estructuras mticas repetitivas del eterno retorno, vctima de fuerzas ocultas o
de lo real maravilloso, extraviada en una maraa de reinterpretaciones sincrticas aportadas
por horscopos, adivinos, tarotistas y farsantes varios, que slo sirven de mera consolacin
frente a un supuesto destino fatal, cuando no de justificativo para la codicia del opresor y el
miedo a la libertad del oprimido. Es la sabidura popular en busca de la racionalidad cientfica
apropiada. Y contina Gaspar Risco:
Dems est decir que la racionalidad cientfico-tecnolgica a que nos
referimos ha de dejarse interpelar primero por nuestras reservas de sentido
sobrevivientes a la manipulacin y el despojo. Ha de reconocer por de pronto
que, creyendo haber logrado inmunidad en el mbito de lo abstracto, universal,
necesario y funcionalmente autosuficiente, ha sido utilizada para acelerar el
desarrollo de unos pueblos a costa del atraso de los otros. Ha de reconocer la
parte de responsabilidad que le cupo en ese proceso, como factor de
desintegracin de los ethos culturales ms dbiles, mediante la transferencia
indirecta de valores y actitudes desde el plano instrumental [cultura objetivada]
al ncleo ms profundo de su identidad y dignidad [cultura subjetiva]. Ha de
reconocer, sobre todo, que esta inflexin histrico-axiolgica no le ha sido
impuesta ni casual ni necesariamente y que, por tanto, puede corregirse y
revertirse.34
Lo que decimos de la racionalidad cientfica no hay que entenderlo solamente como referido
a las ciencias duras como la Fsica, la Qumica, etc. Nos referimos, como dijimos, a un modo
de pensar, un modo de encarar la vida, que se plasma tanto en el hombre comn como en el
profesional de las ciencias humanas. El desafo de la autenticidad se plantea aqu como la
necesidad de integracin -sin confusin- de los aportes ms plenificadores en la lnea de lo
humano de ambas racionalidades. De qu otra manera tendremos una filosofa inculturada, un
Derecho arraigado en nuestras necesidades, una Economa en funcin de nuestro pueblo?
Slo si se produce una verdadera conversin de la racionalidad cientficotecnolgica, y de sus lites portadoras, hacia las fuentes ms originarias de
nuestro saber popular, slo entonces cabe esperar que aqulla se arraigue en
nuestro trasfondo semntico y que desde ste se reoriente prudencialmente
hacia una praxis ms justa. Slo as podr ayudarnos a resolver los problemas
estructurales de nuestra condicin perifrica y dependiente. Slo as podr
transferirnos los hbitos hoy imprescindibles para una autntica
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SANTILLAN GEMES Ricardo: Cultura, creacin del pueblo. Editorial Guadalupe, Buenos Aires 1985.ZUBIRI Xavier: Naturaleza, Historia, Dios. Ed. Nacional, Madrid 1981 (8 edic.).ZUBIRI Xavier: Sobre el Hombre. Edic. de Ignacio Ellacura. Alianza editorial. Madrid 1986.-
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2. SUPERACIN DE LA COTIDIANIDAD
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