jueves, 29 de marzo de 2012

Yuma

Por Álvaro González-Uribe, 2 de septiembre de 2011

Estoy llegando a Barranquilla desde Santa Marta y paso sobre el puente Pumarejo, miro abajo y ahí está: el ancho y el inmenso, su majestad río Magdalena, el Rio Grande de La Magdalena, Yuma… Quieto de lejos cuando lo divisé, pero ahora que aminoro la marcha ya encima veo su movimiento perezoso, portentoso, silencioso. Poder. Y pienso en toda la Colombia que transporta en sus aguas caféconleche.


No es solo agua. Ahí viene lo que sobra de Colombia, lo que le han derramado casi todas sus ciudades, pueblos y campos. Lo que han desechado, lo que han usado, lo que han matado, lo que han leído, lo que han llorado. Sí, lo que han llorado, porque parte de esa agua que observo desplazarse lenta son lágrimas que pronto llegarán a las Bocas de Ceniza; en las bocas de muchos rostros se quedaron arriba las risas, éstas no se desprenden, por fortuna. Colombia llora, sí, y baja, pero también ríe y se queda: es lo que nos mantiene la esperanza.

Bajan las malas noticias y también las buenas. Acá, cerca a la orilla este, alcanzo a ver un discurso junto a un apretón de manos, un poco más atrás viene una ley y al lado flota una investigación exhaustiva. Por el centro va un sueño, a su lado la Constitución, una rosa marchita y una rama de olivo. Allí sobresale un pedazo de dignidad con jirones de sosiego y retazos de honestidad. Al oeste veo una pizarra, una cartilla y una muñeca sin brazos.

Bajan promesas, muchas promesas, y pactos, convenios, contratos. También en el vientre de Yuma bajan cientos de buenas intenciones; las malas se quedaron: nos mantienen el desconsuelo. Bajan las penas escurridas y las alegrías y los dolores y las esperanzas. Baja la historia reciente de Colombia, los desperdicios de las noticias que escuché hace uno, dos meses. ¡Qué gran río!, desfogue de Colombia, es angustia, penas y agonías que se volvieron olvido al descender por laderas y cañadas.


Desde este puente te miro y pienso, Yuma, por tu lomo subieron, se sentían seguros porque entre la feroz selva eras la prolongación del conocido mar que los trajo de su viejo mundo. Subieron a conquistar a Colombia, a golpearla, a cercenarla, a escarbarla; subieron con su idioma, sus fiebres, sus santos, sus armas, su escudo y su bandera; por tu espalda bajaron el oro, las esmeraldas, el tabaco, la quina, la sangre, una raza, varias lenguas. Todo se desperdigó allí más abajo, en el revuelto Caribe se diluyó y perdió su nombre.


Te recuerdo hace muchos años al sur de Colombia, en el Huila, en el Estrecho, más raudo pero muy angosto, entre colosales rocas que te aprisionaban. Allí hurgué en tus entrañas refrescantes. Aquella vez llevabas agua que luego pasó por aquí y yo que no la vi. ¡Cómo te transforma Colombia durante tu viaje!


Tu útero en el páramo más al sur: la laguna de la Magdalena. El Estrecho en San Agustín el país de las misteriosas estatuas de piedra, Isnos, Neiva, Villavieja, Purificación (qué temprano esa purificación), Girardot, Ambalema, Honda con sus puentes que saltan sobre ti, La Dorada dorada por el sol, Puerto Triunfo de hipopótamos derrotados, Berrío río donde te conocí cuando niño, Barrancabermeja oro negro, Puerto Wilches, ya vienes…


Gamarra, Tamalameque con la Llorona loca, El Banco viejo puerto, Mompox tierra de Dios, Plato a quien le diste el Hombre caimán, Tenerife guerrero, Sitionuevo, llegaste a Barranquilla bajo el puente Pumarejo donde ahora veo sucederte…Yuma.


Yuma“río amigo”, Guacahayo “rio de las tumbas”, Arli “río del pez”, Caripuña, Karihuaña o Karacalí “gran río de los caimanes”. Más y más río Magdalena, me río Magdalena, mi río Magdalena, monumental río Magdalena, mueres río Magdalena.



Retorcido
 Por Álvaro González-Uribe, 26 de agosto de 2011
 
"Uno ahí piensa: ¡aquí hay algo muy torcido!", expresó un colombiano el lunes anterior, al enterarse de que a un aspirante a la alcaldía de Cali le pidieron 200 millones de pesos para “resolver un problema con el registro de sus firmas”, y que luego le solicitaron 2.000 millones de pesos “para ganar la elección”.
 
La anterior expresión no pasaría de ser una opinión más de tantas que escuchamos y leemos a diario al enterarnos de los numerosos hechos de corrupción que se ha ido denunciando últimamente, ciertos o no, porque valga decirlo, del destape de esta inmensa alcantarilla con heces de todas las materias también se están aprovechando algunos para enlodar a sus malquerientes o para vender noticias.
 
 
Y digo que no pasaría de ser una opinión más, sino fuera porque el colombiano que la expresó fue nada menos que el Presidente de la República (Eltiempo.com, 22-8-11). No son las palabras acostumbradas por un presidente, lo cual indica que en verdad hay algo muy podrido.
 
 
Pienso que esta es la noticia más grave que hemos tenido en Colombia en mucho tiempo, pues cuestiona descarnadamente nada más y nada menos que el sistema democrático del país, que aun con todos los vicios conocidos tiene un nivel de credibilidad razonable. Mientras no se esclarezca la verdad, la denuncia cubre con un manto de duda, no solo las próximas elecciones sino todas las anteriores y por tanto la legitimidad de los gobernantes.


Pese a la particular situación crítica de Cali y del Valle que viene de años atrás, tengamos en cuenta que estamos hablando de la tercera ciudad del país, donde se supone hay más vigilancia a los procesos electorales. Muchos más ojos están puestos en las grandes ciudades que en las pequeñas o que en los apartados municipios, ¿qué se podrá pensar entonces de éstos?


No es paranoia entonces que los colombianos pensemos que si tales hechos se presentan en Cali, pueden estar ocurriendo en numerosos municipios y departamentos del país, y que también se hayan presentado ya en muchas elecciones anteriores adicionales a los ya comprobados o sospechados, incluso para cargos nacionales. Por eso la urgencia de investigar el caso lo más pronto posible hasta sus detalles mínimos.
 
 
El Presidente dio trámite a las denuncias ante la Fiscalía y el Registrador ya está investigando. Pero esta investigación requiere la urgencia más urgente de todas las urgencias que se puedan haber requerido en Colombia, y el concurso de absolutamente todos los órganos de investigación y de control. No conozco al candidato Guerrero, ni me interesa si queda o no Alcalde ni voto en Cali, se trata de descorrer el velo que con este hecho cubre el sistema electoral colombiano que en dos meses se apresta a tener un día clave.
 
 
¿Será que esta olla podrida de Colombia no tiene fondo? Y lo peor: ¿qué puede esperarse de algunos futuros gobiernos locales y regionales que llegarán al poder porque el Presidente de la república no se enteró de los fraudes que los “eligieron”? Pues lógico que más corrupción. Es decir, los pozos sépticos que exhalan olor a podrido se siguen reproduciendo al parecer de una manera más rápida que su destape.
 
 
Señor Presidente, usted lo sabe: no sólo “hay algo muy torcido” en ese caso de Cali que con razón lo escandaliza y en hechos similares sucedidos a otra candidata a la Alcaldía de la misma ciudad, sino también en decenas y cientos y quizás miles de actos de corrupción cuyo destape usted mismo está alentando. Colombia está torcida y retorcida.
 
 
Esto es peor que la reciente emergencia invernal señor Presidente, destuerza a Colombia y usted pasará a la historia de Colombia y Colombia tendrá futuro.

sábado, 24 de marzo de 2012

El cura justiciero
Por Álvaro González-Uribe, 12 de agosto de 2011


En algunas obras de García Márquez y de otros autores, aparecen varios curas jugando un papel social de importancia en poblaciones, familias y vecindarios, más allá de sus funciones religiosas. Es que en la vida real son varias las ocasiones en las cuales el cura se vuelve célebre en las comunidades, a veces para bien, a veces para mal.


Sin entrar a juzgarlo, en Santa Marta hay un sacerdote que se está convirtiendo en todo un personaje, y para muestra un hecho que protagonizó hace pocos días:


“Anoche la tranquilidad que se vivía en el parque San Miguel de Santa Marta [centro de la ciudad], se vio interrumpida luego que el padre Fajib Yacub, quien es el párroco de la iglesia que lleva el mismo nombre del parque, casi es linchado por una comunidad enardecida. Al parecer el religioso persiguió con un machete a un supuesto ladrón” (El Informador, Santa Marta, 3-8-11).


Según este diario, una semana antes fueron hurtadas del despacho parroquial “joyas y dinero en efectivo, además de algunos cables de cobre y bronce usados para la celebración de la sacristía [sic, pero se entiende]”. Ni me pregunten para qué diablos usa el padre los benditos cables, los ritos católicos varían por regiones, sacerdotes y épocas, aunque éste me suena a santa inquisición.



El caso fue que el cura asumió la investigación por su propia cuenta y encontró un sospechoso: un obrero residente a dos cuadras de la iglesia, a quien citó a la sacristía.


El presunto delincuente, en un acto que habla de su inocencia -o de su desvergüenza- acudió pronto a la cita, de pronto imaginando una medallita o alguna indulgencia. Pero ¡oh sorpresa!: “se acercó a la sacristía, y allí, según el mismo obrero, el padre Fajib Yacub lo encaró y amenazó con un filoso machete. De acuerdo a las declaraciones del supuesto ladrón, el religioso lo persiguió y lo quería matar para que devolviera lo robado en la iglesia” (ibídem).


Mientras el cura sin cabeza -perdida ante la ira santa- perseguía al “ratero honrao”, éste empezó a dar alaridos en el parque, adonde acudieron numerosos vecinos quienes “armados de palos y piedras” la emprendieron contra el clérigo en defensa de su compadre laico. De perseguidor a perseguido, el padre se refugió en la primera tienda que encontró abierta, pero al cerrar la puerta los furiosos y amadísimos infieles lanzaron contra la misma una pertinaz lluvia de palos y piedras que solo escampó la Policía cuando llegó.

No se sabe en qué terminará esta tragicomedia Caribe, en la cual un ministro de Dios tomó la justicia por sus propias manos sacras, las mismas con las que devotamente todos los días toma el cuerpo de Cristo y lo instala en las ávidas bocas de sus feligreses que mal le pagaron.

Pero fueron desagradecidos: pese a que ellos como el párroco también usurparon la autoridad, su motivo fue saber que a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, en una afortunada mezcla de Constitución y Evangelio. Valga decir que el comandante de la Policía con jurisdicción en Santa Marta se llama precisamente César, mi coronel César Granados.


En fin, pasan y pasarán los años de soledad pero Macondo sigue sucediéndose y yo no me canso de observarlo: ¿se imaginan la comparsa al trote? Adelante el "ratero honrao", detrás el machete, después el cura blandiéndolo, y cerrando el cortejo la gente en algarabía.

Así este caso tenga también aire dramático de corrido mexicano, definitivamente encontré otro apasionante oficio en mi Caribe colombiano: el de “cazavallenatos”. Sí, buscador de vallenatos, de vallenatos vivientes en parques, calles, campos y familias, esperando que renazca otra estirpe de Escalonas que complete mi labor, o que resurjan más Gabos que los sumen en novelas mágicas.


lunes, 1 de agosto de 2011

Mi foto
Amables lectores: Los interesados en mi libro
"De Bolombolo a Aracataca" lo pueden adquirir en el link:
www.lalibreriadelau.com

Se trata de una librería de reconocida honorabilidad internacional y agilidad en los envíos a cualquier lugar de Colombia y del mundo. Deben escribir el nombre del libro o del autor al inicio de dicha página, en el espacio dispuesto para ello. Los derechos de autor del libro fueron cedidos por éste a la Universidad del Magdalena, universidad pública ubicada en la ciudad de Santa Marta, Caribe colombiano. El prólogo del libro, la presentación y el inicio los pueden leer al final de este blog. Muchas gracias.
Álvaro González Uribe
¿Balas perdidas?
Por Álvaro González Uribe
Julio 29 de 2011

Si vamos a eso, no solo las perdidas son las balas. También hay granadas perdidas, cilindros bombas perdidos, minas antipersonales perdidas, carros bombas perdidos, moto serrazos perdidos, violaciones perdidas, abusos de autoridad perdidos, estafas perdidas, secuestros perdidos, peculados perdidos, montajes perdidos, vacunas perdidas, gobiernos perdidos y decenas de atropellos perdidos.

Es que esas balas se llaman perdidas porque dicen los medios y las autoridades que no van dirigidas a la persona que las encuentra sino a otra, o dizque porque no van orientadas a ninguna persona ya que salen a dar un paseo por ahí. Por eso dicen que las balas son perdidas, porque salen escupidas de cualquier cañón a vagar sin rumbo por el aire colombiano a ver quién se les interpone en su ruta veloz para rasgarle la piel y después sus órganos y después el sosiego y la alegría de quienes lo quieren; o porque salen con nombre propio pero otro nombre propio se interpone en su camino; o porque salen solo a estirar las piernas sin rumbo en cualquier parte y encuentran a alguien que sin querer ni saber les da un destino en su cuerpo. Sea lo que fuere, cumplen puntualmente su cita a ciegas o prevista con la víctima.

(Para que lleguen a todas partes y sin discriminación alguna, y sean contundentes y precisas ¿por qué mejor no hay cartillas perdidas, medicinas perdidas, comida perdida, viviendas perdidas, ropa perdida, empleos perdidos, pensiones perdidas, paz perdida y felicidad perdida?).

Yo sé: es que se trata de la violencia perdida, de una violencia que sale de cualquier parte a herir, a matar, a desaparecer, a despojar, a desplazar, a robar, a violar, a obligar a votar o a no votar, a arrollar en calles y carreteras, a injuriar, a romper derechos. Es perdida, claro, perdida por donde se le mire, perdida por muchas razones: porque es una modalidad de violencia indiscriminada, sorda, ciega, muda “sin-mediar-palabra”, eso: una violencia sin sentido. Una violencia porque-sí; porque en últimas todo lo conseguido por la violencia es perdido.

Las balas circulan, toman el sol o el fresco; las balas salen de una casa y se suben a un bus, a una moto o toman un taxi. Navegan raudas encima de calles y aceras, a veces doblan esquinas y hasta respetan los semáforos, cazan en los bosques, ¡en los bosques de caperucita roja!, juegan veloces en los parques, ¡en los parques infantiles!, es que paradójicamente aciertan más en los blancos pequeños cuando se supone que a mayor volumen y extensión es menos difícil errar, como se comprobó una vez más con Valentina de seis años quien murió el lunes pasado en Medellín porque la encontró una “bala perdida”.

Las balas salen cualquier día y a cualquier hora y pagan un boleto cualquiera para entrar a cualquier parte y terminan su rumbo en cualquier ser humano. Entran a cualquier sitio porque no tienen lugar vedado: entran a un colegio, a una guardería, a una casa de familia, a un banco, a un carro, hasta a un avión han entrado.

Pero entonces es que el problema -la tragedia- no son las balas perdidas en sí, ni son las decenas de objetos contundentes, afilados y dentados perdidos que encuentran vidas y las vuelven perdidas, no. Y tampoco el problema -la tragedia- es esa violencia perdida durante 500 años, no: El problema -la tragedia histórica- somos millones de colombianos perdidos, deambulando como zombis, buscando un destino, errando en un paraíso perdido.

Eso: el problema es un país perdido, es Colombia como nación perdida desde hace 201 años. Perdida, qué digo, no es perdida porque no se puede perder quien nunca ha tenido un rumbo; no se extravía lo que nunca ha tenido sitio ni destino ni sendero. ¡Ay Valentina!, ¡Ay Valentinas y Valentinas! ¡Ay Colombialma!
Corrupción: más que un robo
Por Álvaro González Uribe
Julio 22 de 2011

La corrupción en altas proporciones y en tantos ámbitos, además del gran vacío que le deja al erario público -es decir, a los ciudadanos- genera tres perversas consecuencias: Primera, la mengua en la legitimidad del Estado y de los gobiernos; segundo, el desaliento de los ciudadanos hacia el pago de impuestos; y, tercero, el desprestigio de la democracia como sistema.

El robo es lo que primero se mira, se critica e indigna. Lógico, porque es el efecto inicial y la carne suculenta de los escándalos que se publican. Sin embargo, las secuelas posteriores son más dañinas.

Es muy difícil creer en un Estado tramposo y ladrón, en su autoridad para imponer normas, y en sus lineamientos y políticas. El desprestigio causado por la corrupción lleva a un descreimiento por las instituciones que puede ocasionar un desgobierno. Obviamente, la corrupción no es cometida por el Estado, persona jurídica que no actúa por sí sola sino por medio de funcionarios que la manejan, y que en conjunto se llaman gobierno que a su vez representa al Estado. Pero todos los conceptos quedan manchados.

Eso es lo mismo que busca la guerrilla hace mucho y que no ha logrado, pese a la ineficiencia en el tema de los últimos 18 gobiernos. Sin embargo, la corrupción en la magnitud y extensión que hoy estamos viendo puede lograr ese descrédito. Los funcionarios corruptos y sus cómplices privados le están haciendo el trabajo a la guerrilla, pese a que ésta además de sus medios inaceptables es también corrupta. Pero de la guerrilla no esperamos pulcritud porque además tampoco votamos por ella ni la queremos.

Así pues, la corrupción resulta siendo subversiva: carcome la legitimidad del Estado y mina su credibilidad hasta convertirlo en un fardo. Y no discuto acá bajo cuál gobierno ocurrieron los actuales hechos ni bajo cuál se investigan, quiero ir más hondo: la imagen general que está quedando es la de un Estado que no hace su trabajo, no vigila el dinero que le damos con el objeto de que nos haga obras y nos preste servicios, y que se lo deja robar de unos cuantos. ¿Entonces para qué sirve una cosa así?

Por otro lado, la corrupción origina desconfianza que a su vez genera cultura del no pago. ¿Quién va a querer pagar sus impuestos en la cantidad establecida y a tiempo, si sabe que se los robarán? ¿Quién quiere seguir trabajando para esos señores que están hoy en La Picota unos, en cargos públicos otros, o en empresas privadas los demás? Nadie. Los países menos corruptos tienen la mayor cultura de pago de impuestos.

Pero hay más: la democracia también sale muy maltrecha con tanta corrupción, quizás está herida de muerte. A fin de cuentas, la democracia es el camino por el que se llega a manejar el Estado y la cancha en la cual éste juega, y la corrupción también la desprestigia como sistema, tanto por ser el camino técnico hacia un fin y a la vez fin, como por estar impregnada de corrupción en su proceso. En campañas y elecciones empieza la ruta de la corrupción, el "iter criminis” que llaman los penalistas.

La corrupción vicia entonces el camino, el fin o poder que otorga, y el establecimiento que conforman: democracia, gobierno y Estado quedan desprestigiados y en duda, en una inmensa duda que los deja agonizantes; ¿quién los puede reemplazar? No quiero ni pensar en la respuesta.

Más atención, que aquí no solo estamos jugando a policías y ladrones: quizás asistimos al derrumbamiento de un sistema social y político sin que siquiera estemos pensando en idear un cambio democrático y legal profundo. Y hay buitres merodeando…

Ya están tejiendo la red
Por Álvaro González Uribe
Julio 15 de 2011

Faltan tres meses y medio. Decir que la trampa apenas se empieza a urdir sería ingenuo y un contrasentido histórico. Sin embargo, a pesar de esa aplicada labor de años, aún se puede reducir en algo el botín, así uno se sienta escribiendo la misma columna previa a todas las elecciones de Colombia.

Sin que tampoco sea un requisito ni eso me dé más credibilidad que otros columnistas -ni más faltaba-, sobre este tema puedo escribir sin que me digan “entonces métase usted y no hable tanto”, pues para mal o para bien pasé por varias campañas electorales como candidato, como cargaladrillos, como directivo y como veedor imparcial, muchas veces sin éxito, quizás por pensar así.

Por eso puedo y debo y tengo que escribir de nuevo esto, porque siento toda la autoridad que me dan la experiencia, la observación de la realidad política colombiana y, en especial hoy, las lecturas de las recientes investigaciones realizadas por organizaciones como la MOE y Nuevo Arco Iris, en buena hora escuchadas por el Gobierno.

Esta cosa meses antes de unas elecciones, en que publican y publican investigaciones, en que advierten y advierten, en que se observa en vitrina cómo trazan a la luz del día el mismo camino de siempre, me recuerda la voz de mi mamá cuando niño: “Mijo, cuidado, no se meta ahí, se va a caer, le va a dar gripa, mijo, hágame caso…”, pero nada: uno se metía ahí, y uno se caía y a uno le daba gripa.

Ya habló el Ministro. No sobra un primer dique trancado por el Estado, para que al menos no se vea tan vergonzoso, pero los peces gordos hace mucho entendieron que es mejor actuar con testaferros sin estrenar juzgados, a veces no tan testaferros porque son cónyuges, sobrinos, hijos, hermanos y prójimos con cien grados centígrados de consanguinidad, afinidad y complicidad. Así que como siempre casi todos llegarán indemnes a los tarjetones en retratos hablados o prestados.

Con validez jurídica dijo el Ministro que el Gobierno actuará hasta donde legalmente pueda, y que ya todo queda en manos de los partidos y la nueva ley. ¡Qué pena!, se actúa en derecho, sí, pero este asunto no le quedará a los partidos, y el Ministro lo sabe porque además éstos ya le protestaron pese a las dudosas o insuficientes purgas internas que están aplicando por ventanilla única.

Este asunto nuevamente le llegará vivo a los electores el día de elecciones, y quedará en las manos de nosotros. De nosotros tan débiles, tan ignorantes, tan picaritos, tan inmediatistas, tan necesitados, tan desesperanzados, tan desentendidos, tan trashumantes, tan bobos, tan confundidos, tan amenazados, tan deslumbrados, tan engañados, tan pueblo.

Qué más da que sean Bacrim, mafia, guerrilla, paracos, rancios caciques, politiqueros, ignorancia ciudadana, dineros públicos, bajas o altas presiones, violaciones a la inocua ley de garantías, fraudes, compraventa, permuta, superación de topes, nepotismo, pin uno, pin dos, pin tres…, pin ocho y candidatos mentirosos, qué más da, es lo mismo: democracia bajo presión, precio, engaño, nexos, error o molicie.

Algo harán: a algunos candidatos les impedirán que se postulen, a varios elegidos les quitarán la investidura (a veces después de cumplido el periodo), a otros pillarán en “conducta tipificada en el Código Penal como delito contra el sufragio”, en fin, algo harán, pero mínimo frente al lodazal gigantesco.

Yo prometo que no volveré a decir “se los dije” aunque advierto que es posible que no cumpla, si me dejan. Pero el problema no es este columnista gritando en el vacío, el problema hombre es Colombia cada vez más p’atrás, inequitativa y violenta por mal manejadita, por elegir tanta gente regularcita, mal, gracias.