Caminar por la vida
Me parece que escribo para los que se quedaron en casa y no salieron hoy a caminar hasta la Plaza de La Paz. Mientras ustedes leen por la mañana nosotros estaremos disfrutando un derecho ciudadano: reunirnos en el espacio público para manifestar nuestro deseo supremo: que se respete la vida. Pero no solamente caminamos por el derecho a vivir de los combatientes en guerra sino por la de cada uno de nosotros que, como la tuya, está permanentemente expuesta desde que en el país decidimos —en sinrazón total— que el primer argumento a esgrimir es amenazar la vida del contradictor y quitársela a la menor negación.
Es así como actúan por las más nimias razones desde el que te viene a atracar, pasando por quien te debe y no quiere pagar o devolver el bien hasta los poderosos cuando te conviertes en estorbo para sus ganancias. Por eso no me despelucó que un expresidente de la Corte Constitucional reconozca en público que siente mucho miedo de que el actual presidente lo quiera matar. Porque la verdad, nosotros hemos perdido el sentido de la vida y el placer de vivir, eso sí como consecuencia de haber estado en guerra permanente desde que nos reconocemos como personas. Mi primer recuerdo de esta atrocidad se remonta a mis cuatro años en Cali, cuando la negra hermosa que trabaja en casa, de regreso de su tierra hablaba de chulavitas y pájaros negros que obraban los horrores de la violencia (1954). Desde ahí no ha parado mi conocimiento de que nos estamos matando de todas las formas posibles, hasta llegar a las casas de pique de estos tiempos, que son otra versión de la extraña sevicia con que aplicamos la muerte, luego de los molinos y las motosierras.
Por eso es importante hacer presencia en estas convocatorias desde el amor, pacifistas, pero contundentes, para decir: ¡Paren la matazón! ¡Respeten la vida, que es sagrada! Es importante porque así llegará a oídos de los apasionados de la guerra, los sin escrúpulos, los vengativos que pueden optar por darle un segundo pensamiento al hecho mismo de matar a otro, en el momento que lo enfrente. De manera que comencemos a desescalar la violencia, para que otros expendientes, formas y prácticas reemplacen este horror, porque es así, vivimos bajo amenaza de muerte.
Y ni siquiera puedo decir que estamos a salvo en casa, porque ese es el lugar más peligroso para las mujeres, donde se originan a diario las escenas más violentas que terminan siempre en el feminicidio, porque el hombre que tienen al lado supuso que le era infiel, porque la comida no está lista, porque dejó a los niños donde su mamá. Especialmente nosotras deberíamos estar todas allí, porque ponemos el grueso de las cifras por asesinato, somos mayoría entre los desplazados, nos convirtieron en botín de guerra y territorio sin dueño. Y porque somos cuidadoras naturales de la vida, no debemos permitirnos la indiferencia, porque la violencia intrafamiliar no tiene clase social. Mejor conmemoración del Día de la Mujer, imposible.
Losalcas@hotmail.com
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