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Jueves, 12 de febrero de 2009
La Jornada de Oriente - Puebla - Cultura
 
 

 OPINIÓN 

La vanguardia poblana contra Vasconcelos

 
Javier Molina

La cultura en México, como en todo Hispanoamericana, ha experimentado a lo largo de su historia momentos de acercamiento y de rechazo a la producción cultural internacional. México se ha postulado alternativamente como igual o diferente a Europa, y por ende a Occidente. Si los intelectuales del porfirismo habían percibido la cultura europea como fuente de inspiración y razón de ser, tras el estallido revolucionario imperó el rechazo a la estética occidental. Los representantes de “la cultura de la Revolución”, a partir de los años 1920, orquestaron la cultura prehispánica como vehículo de autoafirmación nacional.

 Sin embargo, en los años 1920 existían varios Méxicos culturales, y no todos ellos se definieron por su nacionalismo. En pintura, el muralismo impulsado por José Vasconcelos desde la Secretaría de Educación se enfrentó a las actitudes eclécticas y “artepuristas” de la vanguardia, del mismo modo que ésta atacaba la tendencia mesiánica de los muralistas, a quienes acusaban de “salvar su conciencia con la enunciación retórica del compromiso”.

El ideario de Vasconcelos anunciaba la llegada de la era de “la raza cósmica”. El flamante secretario de Educación aludía al “horno de fundición de Hispanoamérica”, donde estaba refulgiendo la quinta raza, que definiría la humanidad del futuro. Vasconcelos teorizaba acerca de la predestinación del nuevo continente, cuyo designio era constituir la cuna de un hombre nuevo, fusión de todos los pueblos y razas conocidos hasta entonces. México, con su mezcla racial y cultural, sería el depositario del germen de la futura humanidad.

Contrarios a toda norma académica, los grupos de vanguardia se burlaban de la grandilocuencia y el romanticismo de Vasconcelos y del compromiso utópico de los muralistas. Dentro de las voces más feroces de esta vanguardia destacaba por su radicalismo la del movimiento “estridentista”, fundado el 31 de diciembre de 1921 en un café de la ciudad de Puebla y liderado por el poeta local Manuel Maples Arce. Anticipándose a la crítica, Maples Arce dirigió su diatriba contra los académicos “retardarios y específicamente obtusos” para recalcar que el estridentismo era “la síntesis de una fuerza radical opuesta al conservatismo solidario de una colectividad anquilosada”. El nuevo grupo buscó el apoyo en los jóvenes poetas de México que todavía no hubiesen sido “corrompidos con los mezquinos elogios de la crítica oficial y con los aplausos de un público soez y concupiscente”. Los estridentistas criticaban al arte amparado por los círculos oficiales y reivindicaban una autonomía y una libertad cultural propia.

No sólo se trataba de demoler héroes y conceptos históricos, sino también atacar directamente a personajes poblanos vinculados a la vida social y cultural de la ciudad; así, el escándalo sería más efectivo e inmediato. El manifiesto estridentista vio la luz el 1 de enero de 1923 en la ciudad de Puebla al grito de “¡Viva el mole de guajolote!”, y fue realizado con un propósito claramente provocador. Comenzaba de esta forma: “Irreverentes, afirmales, convencidos, excitamos a la juventud intelectual del estado de Puebla, a los no contaminados de reaccionarismo letárgico, a los no identificados con el sentir medio colectivo del público unisistematizal y antropomorfo para que vengan a engrosar las filas triunfales del estridentismo”.

El movimiento estridentista se concretó como una subversión en contra de los principios “reaccionarios” del proyecto vasconcelista, que estandarizaban el pensamiento de la juventud intelectual de la América. Se trataba de desmitificar el proceso cultural nacionalista; “la juventud es sólo un pretexto para hacer locuras, y la América una broma de Cristóbal Colón, una noticia de la Asociated Press, un chantaje literario del expositor vanguardista y teorizante intrépido José Vasconcelos”.

El afán de provocación que definió los orígenes del grupo poco a poco fue disminuyendo, y entrados los años treinta finalmente se diluyó. El impacto de la expansión del fascismo internacional y el estallido de la Guerra Civil española dieron lugar a un fenómeno de politización literaria sin precedentes en la historia de occidente. Los mismos vanguardistas comenzaron a engrosar las filas del comunismo y emprendieron las colaboraciones con los artistas politizados. En muchos casos ambas concepciones se fusionaron y evolucionaron juntas. Menguaba así el enfrentamiento entre los vanguardistas “cosmopolitas” y los muralistas “indigenistas”, y la literatura se enriquecía con nuevos matices. En las publicaciones estridentistas comenzaron a publicarse artículos de distintas corrientes artísticas e ideológicas; artistas multidisciplinarios, como Germán Cueto y Luis Quintanilla; poetas como el poblano Germán List Arzubide y Salvador Gallardo; artistas visuales como Jean Charlot, Fermín Revueltas y Leopoldo Méndez; músicos de la talla de Ángel Salas y Silvestre Revueltas, y fotógrafos como el bohemio norteamericano Edward Weston y la comunista italiana Tina Modotti. La mezcla de elementos vanguardistas y arte comprometido dio los mejores frutos a lo largo de toda esta década.

El movimiento estridentista decayó paulatinamente desde finales de los treinta; sin embargo, sus miembros continuaron produciendo una obra autodenominada estridentista. Fueron años significativos para el desarrollo de la literatura mexicana. A pesar del carácter aparentemente efímero del movimiento, hoy se reconoce que los estridentistas dieron novedosos frutos literarios que han de ser justamente integrados a la historia de la poesía poblana y mexicana. Investigadores de la talla de Mario Luis Schneider han destacado la importancia de que un grupo del interior del país se entregara a la difusión de una nueva estética a nivel nacional. Gracias al estridentismo, Puebla se puso a la cabeza de la vanguardia mexicana.

 
 
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