Casa Blanca de Navarra

La primera piedra de la Casa Blanca la puso un navarro.

Dicha así, esta frase parece estar esperando la continuación de un chiste, ¿verdad? Pues no, no lo esperéis. La frase es estricta y literalmente cierta. Y tampoco es que contenga una enseñanza o una moraleja de ningún tipo: lo que sí encierra es una de esas bonitas historias que quedan ocultas o cuasiocultas en los grandes libros, y que de vez en cuando conviene rescatar.

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El chico se llamaba Pedro. La cuestión de su apellido ya es más complicada: en Estados Unidos se le conoce sobre todo como Casanave (y Peter de nombre), en España suele pensarse que la forma original del apellido era Casanova, pero por otras variantes que aparecen en la documentación del momento, yo me inclino a pensar que se trataba de Casenave o Cazenave, apellido de origen bearnés.

Quizás la única información sobre su origen que se sostiene con seguridad es que era de Navarra, sin que se haya podido precisar más… aunque indagando un poco, hay un dato curioso. En varias webs de etimología datan su nacimiento en «Navarreaux». Este lugar no existe, pero sí uno muy parecido: Navarrenx, que está en el Béarn, cerca de la frontera con Zuberoa. Un dato interesante, pero como no explican de dónde lo han sacado, poco concluyente.

Sí parece que era sobrino de Juan de Miralles, un importante comerciante (también de esclavos) afincado en Cuba, que fue escogido por Carlos III en 1778 como el observador y representante de la Corona española en los nacientes Estados Unidos de América. A raíz de su trabajo como lo que hoy diríamos «enlace diplomático», se cimentó una gran amistad entre él y el mismo George Washington, lo que probablemente ayudó a que su sobrino pudiera establecerse allí con mayor facilidad. Miralles nació en Petrer, por cierto, pero sus abuelos eran bearneses por las dos ramas (otra conexión bearnesa).

Parece que Pedro Casenave (volvamos a él) nació alrededor de 1763; no es un dato seguro, pero se dice que tenía unos treinta y tres años cuando murió en 1796. Se dice también que era el decimotercer hijo de un abogado y comerciante navarro, y ya se sabe: los hijos que no fueran el primogénito debían irse a Madrid, a la Iglesia o a la mar. Y Pedro optó por esto último. Desembarcó en los recientes Estados Unidos en 1785 (con 22 años, más o menos) y con 200 dólares en el bolsillo y chapurreando inglés.

Puso en marcha con ese dinero una tienda de importación de aceite, jamón y otros productos españoles (¡lo que vendría a ser un «ultramarinos» a la inversa!). Montó después una especie de «sala de baile nocturna para caballeros que no tienen tiempo durante el día» (¡!), y ya en 1790 se hizo agente inmobiliario, empezando a comprar y vender terrenos en lo que entonces se llamaba Georgetown (que había sido fundada no mucho antes, en 1751) y después sería parte de Washington DC.

También en 1790, Pedro se hizo «sponsor» de la primera Universidad católica de los Estados Unidos, Georgetown College. Administraba los fondos de sus alumnos, y llegó a ayudar de su propio bolsillo a estudiantes con problemas económicos. En 1791 casó con una joven católica llamada Ann Nancy Young, hija de un prominente empresario de la ciudad; y en algún momento de estos años pasó a formar parte de la Francmasonería americana, de cuya Logia nº 9 llegó a ser Maestro.

Mientras tanto pasaban cosas en la capital de los Estados Unidos, Filadelfia. El motín de un regimiento (que se atrincheró en la sede del Congreso exigiendo que se les pagara lo que se les prometió durante la Guerra) llevó al Congreso a abandonar la ciudad. Desde entonces se fue buscando un nuevo lugar para afincar la capital de la nueva nación. El debate era agrio: los estados norteños (representados por el Partido Federalista) querían que la capital fuera una de las grandes ciudades del norte; los sureños, por su parte, con el Partido Republicano, querían que no estuviera en ninguna ciudad y que se hallara en territorio del sur. Tal y como se cuenta en el musical «Hamilton», finalmente se impuso la opinión de los sureños Jefferson y Madison, tras aceptar ellos a cambio el plan del federalista Hamilton de crear una banca central que financiara la deuda de los estados.

El lugar que se escogió fueron las orillas del río Potomac, entre Virginia y Maryland. Se creó un Distrito que albergaría la nueva ciudad (porque quería evitarse que la capital perteneciera a un estado concreto), y ese Distrito (Distrito de Columbia, que es lo que significan las siglas DC) contendría un par de ciudades ya existentes: Alexandria y Georgetown.

El propio Washington escogió el lugar para la erección de la «Casa Presidencial» (no se le empezó a llamar «Casa Blanca» hasta 100 años después), aunque él mismo no llegó a habitarla, siendo su sucesor John Adams su primer habitante (como se ve en una maravillosa escena de la miniserie John Adams, de HBO).

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(Interpretación de un artista desconocido sobre la construcción de la Casa Blanca. Smithsonian Institute)

En 1792 todo estaba preparado para comenzar la construcción, y el encargado de dirigir la construcción fue… efectivamente: Pedro Casenave, el navarro que entonces tendría unos 30 años, de gran reputación en su ciudad, Maestro de la Logia número 9, y sobrino del gran amigo de Washington.

Y así ocurrió. Los obreros (una buena parte esclavos, como ha recordado Michelle Obama recientemente) cavaron un primer hoyo, y Pedro colocó en él la primera piedra de los cimientos, además de una placa que decía «Esta primera piedra de la Casa Presidencial se colocó el día 12 de octubre 1792, y en el 17 º año de la Independencia de los Estados Unidos de América» (sí, la Casa Blanca se comenzó a construir el día del Descubrimiento de América por Colón. En el Distrito de Columbia, recordemos). Después, con gran solemnidad, enterró la piedra con unas paletadas de arena, y probablemente volvieron a «The Fountain Inn», la taberna de Georgetown donde habían estado celebrando el evento ese mismo día.

La carrera de Pedro Casenave alcanzó su punto culminante el año siguiente (1793), cuando escogido alcalde de Georgetown (el quinto que ocupó el puesto desde la fundación de la ciudad). Lamentablemente, murió muy joven poco después, en 1796. Su hijo Peter llegó a estudiar en la misma Universidad a la que él había ayudado.

Y así son las cosas. Una historia curiosa, que cuenta cómo un navarro acabó siendo el protagonista de uno de los eventos más importantes de la historia de los Estados Unidos. Intrahistoria en toda su plenitud y en toda su belleza.

(para más datos interesantes sobre la ceremonia y la fuerte relación de los organizadores con la francmasonería, hay un buen artículo aquí)

(y se han escrito libros incluso sobre dónde está ahora la piedra, qué decía REALMENTE la placa que la acompañaba, y qué enigmáticos misterios ocultaron los francmasones en ella. ¡Apasionante!)

Nombres para un país: País Vasco

En anteriores posts he analizado dos de los nombres más conocidos actualmente con los que se ha denominado la tierra de habla vasca: Euskal Herria, primero, y Euskadi/Euzkadi, después. Pero en castellano, en nuestra época, el nombre que más se utiliza no es ninguno de estos dos sino otro que, pese a su apariencia natural, no está exento de complicaciones y curiosidades: «País Vasco».

Fui testigo de primera mano de esas complicaciones. Hace tiempo, hablando con dos chicas a las que acababa de conocer, mencioné que vivía en el País Vasco, y acto seguido me acusaron de apoyar al terrorismo y ser cómplice de sus crímenes. Esto, claro, me dejó un tanto perplejo. Les dije «¿Por ser vasco?», y me respondieron «No, por usar ese nombre, por defender que las Vascongadas son un país. Eso te delata como independentista, así que haces el juego a los terroristas».

Más allá de los saltos lógicos del argumento, esta reacción dejaba a la luz una dificultad, terminológica o etimológica, si se prefiere, a la hora de analizar y entender el término «País Vasco». ¿Qué significa?

«País Vasco» es, legalmente, la denominación oficial de la Comunidad Autónoma que reúne a los territorios de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. El Estatuto de Gernika lo explicita así: «El Pueblo Vasco o Euskal Herria, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado español bajo la denominación de Euskadi o País Vasco».

Es el nombre usado habitualmente en castellano (cuando no se emplea alguna de las denominaciones en lengua vasca ya comentadas por aquí). Pero no es especialmente histórico. El territorio de habla vasca se había llamado históricamente Vasconia en una época, Cantabria en otra, y estas tres provincias habían recibido también el nombre de «provincias vascongadas». La mención más antigua que he encontrado (en el interesante libro de cartografía histórica vasca Mapas para una nación) a «País vasco-navarro» es de 1866; «País vasconavarro» se puso de moda a principios del siglo XX; y «País Vasco» a secas ya se usó, por ejemplo, en el proyecto de Estatuto de Estella de 1931, englobando también a Navarra: «Se declara que el País Vasco, integrado por las actuales provincias de Álava, Guipúzcoa, Navarra y Vizcaya…». Arturo Campión (político y escritor navarro defensor del concepto «Euskal-Erría») firma un artículo en 1907 llamado «Sobre el nuevo bautizo del País Basko» (criticando el uso del término «Euzkadi»). Y, si vamos al a Hemeroteca Nacional, descubrimos usos de «país vasco» tan antiguos como 1837 (mayoritariamente, eso sí, referidos al «País vasco-francés»), pero no más allá.

Así que el término «País Vasco» es relativamente moderno, del siglo XIX como máximo. ¿Y cuál es su origen? ¿De dónde viene exactamente?

karte-baskenlandSi bien «País Vasco», como digo, surge en el siglo XX, ya en los siglos anteriores se usaban en otras lenguas términos como «Baskenland», «Basque Country» o, sobre todo, «Pays Basque». Y parece que el francés fue la lengua de la que se tomó, a modo de calco, el término en castellano. Pero ¿significa lo mismo? Pues «pays«, al menos hoy en día, tiene un significado dual en francés: si su primera acepción es la de «territorio de una nación», la segunda es simplemente «región», y de hecho se usa habitualmente para denominar zonas que en castellano podrían no merecer sino el nombre de «comarcas» (Pays de l’Adour, Pays de la Chalosse…). ¿Se construyó «Pays Basque» como un término que luego cada cual interpretó como «nación» o como «región» según le interesó, aprovechando su ambigüedad? No es descartable.

De todos modos ¿por qué hablamos del francés? Si bien la acepción «territorio de una nación» es la empleada de forma general hoy en día en castellano, no es éste tampoco el único significado del término «país». La Real Academia Española de la Lengua lo define en su diccionario oficial como «Nación, región, provincia o territorio«, y la acepción de «región» sigue siendo usada de forma general en expresiones como «vinos del país» (que no parecen translucir deseos independentistas en las comarcas vitícolas a que se puedan referir).

produit-au-pays-basqueEtimológicamente, la propia palabra «país» viene del francés «pays», y ésta del latín «pagensis», «propio del pago», siendo «pago» «pueblo pequeño, aldea».

Los habitantes del «país», en este sentido, eran los «paisanos» (que aún hoy en día tiene el doble significado de «natural del mismo país o región que otro» y «que vive y trabaja en el campo, campesino»). (También de «pago» en latín se creó la palabra «pagano«, que significaba «campesino», pero que, dado que la religión cristiana penetró más tardíamente en el campo que en las ciudades, pasó a tomar el significado de «gentil»).

Y no he entrado en la datación del segundo término de la expresión, «vasco», pero en los comentarios, Ricardo Gómez me apunta un post de Joseba Abaitua donde discuten esa cuestión (¡gracias!).

De manera que sí: la denominación «País Vasco», que pareciera natural y sencilla, tiene también su complicación (ilustrada, por ejemplo, en esta interesante discusión). Y es que esto de los nombres, a poco que se profundice en ellos, es siempre interesante.

Nombres para un país: Euzkadi / Euskadi

Continúo con la serie de posts sobre los nombres que se han dado a la zona habitada por las gentes de habla vasca a lo largo de la historia. En el post anterior hablamos de «Euskal Herria«, y hoy voy a tratar una denominación que surgió en un momento concreto, con una motivación muy específica, unas raíces discutidas, y que ha tenido una interesante evolución desde entonces. Hablaré de «Euzkadi/Euskadi».

La palabra «Euzkadi» como nombre para el País Vasco fue acuñada por Sabino Arana en 1896. No se trata de un término histórico, de significado más o menos definido, sino de una creación ex-novo, dentro de un proyecto político determinado (el del nacionalismo vasco original).

¿Por qué Arana considera necesario crear un nuevo nombre en vez de utilizar Euskal Herria, que, como vimos, estaba en uso desde hacía siglos, o alguna otras de las denominaciones empleadas en esa época, como Vasconia o Euskeria? Parece que su idea era la de distinguir los nombres que identificaban una «realidad cultural» (histórica, como Vasconia, o lingüística, como Euskeria) de los nombres que identificarían, a partir de ese momento, una realidad política que estaba por construirse. Por otra parte, consideraba «españoles» a nombres como los antedichos. Y por último, ese proyecto político no podía estar determinado por la lengua, dado que gran parte del país ya no la hablaba (y una de sus obsesiones había sido la de restar importancia al factor lingüístico en la construcción nacional). Esa necesidad de diferenciación le llevó a crear un nuevo término que automáticamente quedó cargado de las connotaciones propias de su origen.

Esa diferenciación tuvo éxito fuera incluso del ámbito de su partido: es conocida la cita de un censor español de 1973 (sacada del libro de Joan Mari Torrealdai, La censura de Franco y el tema vasco), y popularizada por este artículo:

«En opinión del lector que suscribe, es preciso fomentar, estimular y ayudar todas aquellas obras en las que aparece la vieja y gloriosa sana palabra Euskal Erria, usada todavía por los auténticos y nobles vascos. Es un criterio que no falla.

NOTA: La diferencia que existe entre decir GORA EUZKADI y GORA EUSKAL ERRIA es la siguiente:

GORA EUSKAL ERRIA: Viva España y Vasconia
GORA EUZKADI: Viva y fuera España»

¿Y cómo acuñó Arana la palabra? Hay mucha literatura al respecto, por lo que es muy posible que se me escape algún detalle. Pero en síntesis, compuso la palabra a partir de la raíz «euzko» y la terminación «di».

«Euzko» era una raíz que no existía hasta entonces. Como vimos, la raíz empleada históricamente para designar lo vasco había sido «eusk-«, con «s», y relacionada directamente con el nombre de la lengua, «euskera», que a su vez provenía simplemente de un verbo «hablar»: así, no existió, que sepamos, una raíz identificadora de la etnia, más allá de la identificación por medio de la lengua.

Siguiendo a Xabier Zabaltza en su interesantísimo artículo «El significado oculto de la palabra ‘Euzkadi’«, Arana originalmente crea «euzko» por etimología regresiva. Había interpretado «Bizkaia» como «be-euzko-dia» (de «behe», «bajo»: «conjunto de los vascos de abajo»), por lo que, dado que «Bizkaia/Vizcaya» aparece sistemáticamente con «z» en ambas lenguas, reinterpretó los términos de «vasco» para que «recuperaran» dicha «z». Posteriormente, en 1901, dio al término otra explicación: relacionó «euzko» con la palabra vasca para el sol, «eguzki» (en algunos dialectos, por caída de la consonante, «euzki»), al igual que, según se decía, el nombre de Grecia (Hellas) estaba relacionado también con el del sol (Helios), etimología que tampoco es correcta.

Y la terminación «-di», que para Arana era un sufijo colectivo, y que después fue empleado en otros neologismos (como «gaztedi», «juventud»), es también una invención, en este caso, de sentido: «-di» es un sufijo toponímico (proviniente de un antiguo «-doi») que designa colectivos habitualmente vegetales: «pagadi», «hayedal», de «pago»+»-di», o «harizti», de la que sale el apellido Aresti, «robledal», de «haritz»+»di», por ejemplo (se ha defendido que «-di» pudiera expresar otro tipo de colectivos, pero no he conseguido localizar ningún ejemplo aún). De ahí que, en expresión ridiculizante, se dijera después que «Euzkadi» significa realmente «conjunto de vegetales hijos del sol» o «bosque de plantas solares».

(Edito para decir que tanto por Twitter como aquí mismo en los comentarios me han dado algún ejemplo de -di usado anteriormente a Arana sin hacer referencia a los vegetales. En concreto, Ricardo Gómez me ha recordado la impresionante tesis de Inés Pagola sobre los neologismos aranistas, disponible en la web de Euskaltzaindia, y en cuya página 389 menciona bastantes ejemplos del uso de -di en no vegetales, como «arraindi» (conjunto de peces) o «aingerudi» (los ángeles), en autores como Etxeberri o Mendiburu. Así que el tema está más abierto de lo que yo creía. Aparte, Pagola recoge la opinión de Sarasola de que, incluso si el sufijo en origen fuera vegetal y se hubiera extendido su uso a otros campos semánticos, esto no tendría nada de excepcional, dado que ha ocurrido con otros tantos sufijos)

El nombre «Euzkadi» se fue popularizando, pero a partir de los años 60 muchos fueron adaptándolo ortográficamente, sustituyendo esa «z» antietimológica por la «s» de «euskal», dando así lugar a la adaptación «Euskadi». Como explica Iñaki Anasagasti, finalmente el Estatuto de Autonomía decide aceptar el nombre, pero con esta nueva grafía «Euskadi» (y obviamente referido sólo a las provincias de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, a las que se aplicaba dicho Estatuto). El PNV sigue empleando aún hoy en día la variante con «z» por motivos históricos e identitarios (de partido), aunque llegó a aceptar, por mor del consenso, la «s». La izquierda abertzale utilizó desde sus inicios la variante con «s» para diferenciarse del PNV (de ahí que el nombre de ETA fue desde el inicio «Euskadi ta Askatasuna», con «s»). Como recordó Jesús Eguiguren, esta discusión ortográfica fue «el primer amago de debate político, al constituirse el primer parlamento de nuestra autonomía», algo que para él era «más que una mera anécdota».

En los años 90, no obstante, comienza en la izquierda abertzale un proceso para abandonar por completo el nombre «Euskadi» (que quedaría asociado sólo a la Comunidad Autónoma del País Vasco) para pasar a reivindicar el uso de «Euskal Herria» como denominación política, superando la dualidad citada anteriormente (de «Euskal Herria» como realidad cultural y «Euskadi» como proyecto político). Iñaki Anasagasti ha escrito en su blog multitud de artículos criticando esta evolución, como éste o éste, en el que llega a decir «Ahora, a la Izquierda Abertzale, le parece que el nombre con el que hemos de referirnos al País Vasco, es el nombre que a Fuerza Nueva le parecía correcto» (Carlos Merino, responsable de Fuerza Nueva en Bilbao, había defendido en 1979 el uso del término «Euskal Herria»).

Esta nueva polémica entre «Euskadi» y «Euskal Herria» (que, en el fondo, en gran medida es una lucha por la hegemonía dentro del nacionalismo vasco) cobró visibilidad cuando en 2007 se cambió el nombre de la selección vasca de fútbol, de «Euskadiko Selekzioa» («Selección de Euskadi») a «Euskal Herriko Selekzioa» («Selección de Euskal Herria»), para enfado del PNV. Éste intentó forzar la vuelta al nombre original en 2008, lo que causó un boicot de los propios jugadores que llevó a la cancelación del tradicional partido amistoso de ese año, que no volvió a celebrarse hasta 2010, con un nuevo y consensuado nombre de «Euskal Selekzioa» («Selección Vasca»).

En cualquier caso, más allá de su origen incierto y de su polémica actual, el nombre Euskadi sigue usándose de forma habitual hoy en día, comprendiendo sólo los territorios de la Comunidad Autónoma Vasca para algunos, o el proyecto político de las siete provincias de habla vasca para otros. Veremos cuál es su evolución en los próximos años.

Nombres para un país: Euskal Herria

Llevo tiempo queriendo escribir una serie de posts sobre los distintos nombres que se han empleado a lo largo del tiempo para identificar a los vascos. Muchas veces hay detrás de un nombre más de lo que se imaginan los que lo usan, y muchas veces, ese «más» va en direcciones nada predecibles.

De manera que comienzo con un apelativo que, si bien está cobrando un uso mayor actualmente, tiene una larga historia y da claves interesantes sobre aquello que denomina. Uno de los nombres que los vascos se han dado históricamente a sí mismos: «Euskal Herria» (y variantes utilizadas a lo largo del tiempo, como «Euscalerría», «Euscal-Erria» o similares).

Empecemos por lo básico. «Euskal Herria» es un término en lengua vasca (euskera): un nombre compuesto, que se puede traducir aproximadamente por «País Vasco», y en cuya composición se detectan transparentemente dos términos: «Euskal» y «Herria».

«Herria» a su vez se compone de la «-a» final, a modo de artículo (como ya vimos), y de la palabra «herri». «Herri» tiene dos acepciones principales, por ejemplo según el diccionario Elhuyar: «país; tierra; región, comarca», o bien «pueblo, localidad». El Orotariko Euskal Hiztegia nos da más detalles: el significado más antiguo es el de «lugar, tierra, país», general a todos los dialectos; sólo después (sobre todo a partir del siglo XIX) va ampliándose su sentido para denominar a los «habitantes» de dicho país.

Esto es interesante, porque hay quien ha querido dar a «Euskal Herria» un sentido más «étnico» que «geográfico», una traducción más cercana a «Pueblo vasco» (como se tradujo en el propio Estatuto de Gernika), lo que no parece tener sentido: «herri» es «país» en el sentido territorial (no necesariamente político, si se quiere, pero desde luego no meramente poblacional).

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(c) Alfredo León

Y ahora vayamos al segundo elemento: «Euskal». Su significado es claro: es la forma compositiva (o sea, la forma usada como primer elemento de un nombre compuesto, como aquí) de la palabra «euskara», el nombre propio de la lengua vasca. No está claro el origen de este cambio de «-ra» a «-l», que ocurre en pocos casos: si aceptamos que «euskara/euskera» proviene de una forma antigua «*enuskara/enuskera» y que ese sufijo «-kara/-kera» es de origen románico (proviniente en última instancia de «-aria»), se hace difícil entender de dónde proviene la «-l». Por otra parte, observamos esa misma alternancia en otra voz de origen indubitablemente latino («abere», «animal, ganado», cuya forma compositiva es «abel-«).

Pero sea como fuere, de lo que no hay dudas es de que «Euskal Herria» significa «País del Euskera». Lo que nos indica que se trata de un topónimo delimitado por un idioma: si se quiere, «territorio donde se habla euskera».

¿Y quiénes llamaban a esta zona «territorio donde se habla euskera»? Bien, en primer lugar, está claro que el término es un endónimo, esto es, una denominación de un grupo humano dada por ellos mismos (lo contrario, un nombre dado a un grupo humano por otros, es un «exónimo»: por ejemplo, «vascones» es un exónimo dado por los griegos y romanos).

¿Y desde cuándo los vascos han usado «Euskal Herria» para definirse a sí mismos? La antigüedad exacta del término es difícil de definir, pero sí sabemos que se empleó desde los primeros textos largos del idioma: aparece ya en Álava, en el manuscrito de Lazarraga, del siglo XVI, en la forma «eusquel erria«, como pocos años después en Lapurdi, en la traducción del Nuevo Testamento de Leizarraga, de 1571, en la forma «heuscal herria»).

Una pregunta más: ¿y qué ha definido el término, históricamente? Nuevamente, es complicado asegurarlo. Pero sí sabemos que ya en 1643, Pedro de Axular escribió «Porque se habla diferente y de muchas maneras en Euskal Herria. En la Alta Navarra, en la Baja Navarra, en Zuberoa, en Lapurdi, en Vizcaya, en Guipúzcoa, en la tierra de Álava, y en otros muchos sitios». Esta famosa cita parece dejar claro que el término «Euskal Herria» comprendía para Axular estos siete territorios, que se corresponden con los que hoy en día se han dado en llamar las «siete provincias»: territorios en los que se habla o se ha hablado euskera de forma nativa hasta hace muy poco. A principios del XIX se continuaba usando esta misma lista de provincias para definir el término «Euskal Herria», y se ha seguido usando así hasta el día de hoy.

¿Y en qué se diferencia el uso de «Euskal Herria» del de otros términos que obtuvieron un gran éxito a lo largo del siglo XX, como «Euskadi»? Lo veremos en el próximo post.

Los reyes y los vascos

El reciente anuncio de Juan Carlos de Borbón de su próxima abdicación del trono que ocupa en España ha traído a los monarcas y las monarquías a la actualidad. Aprovechando tal coyuntura, he pensado en recopilar algunos datos curiosos sobre la institución monárquica en su relación con el País Vasco, o viceversa.

  • «Errege», el préstamo más antiguo. La palabra vasca para «rey» es «errege». Proviene directamente del latín; no del nominativo «rex», sino del acusativo «rege(m)», que fue la forma propia del latín vulgar y la que dio lugar a todas las variantes en las lenguas romances. En latín esta «ge» se pronunciaba como en castellano «gue», y muy tempranamente pasó a pronunciarse con una palatal, que en castellano en esta posición acabó evolucionando al sonido «y». Este cambio parece que se produjo alrededor del siglo V (aunque el proceso pudo durar varios siglos). Bien, pues el euskera debió de tomar esta voz del latín antes o alrededor de esa fecha, dado que mantiene el sonido velar (ocurrió lo mismo con otras voces latinas como «lege», de «lex», ley), lo que implica que es uno de los préstamos más antiguos del latín al euskera.
     
  • «Errege» como «aita». Hace poco, Semevadelalengua comentó una peculiaridad sobre la palabra «casa»: en determinados contextos funcionaba como un nombre propio. Así, se dice «me voy a casa» (igual que «me voy a Bilbao»), mientras que con cualquier otra palabra se usa el artículo (me voy «a la posada»). En una conversación posterior en Twitter, Ricardo de FiloBlogia recordaba que en algunos dialectos del euskera «etxe» (casa) también se usa así, y que en general esta característica peculiar aparece en otras voces «familiares» en euskera, como «aita» (padre) y «ama» (madre), que se usan sin artículo como si fueran nombres propios (cuando hemos visto que los nombres comunes en euskera deben llevarlo casi siempre). Y eso me hizo recordar que existía otra palabra que funcionaba de la misma forma en euskera: «errege», «rey», se usa sin artículo (como nombre propio, igual que «ama» o «aita»… pero, atención, sólo cuando se refiere al «rey propio», al rey que el vasco que habla siente como propio. De lo contrario, «errege» se declina con artículo («erregea»), como cualquier otra palabra. Así, un vasco podría decir «Errege etorriko da, Ingalaterrako erregeArekin»: el rey (nuestro) vendrá con el rey de Inglaterra (ajeno). Qué reyes sientan hoy unos u otros vascos como «propios» ya es otra discusión, desde luego.
     
  • El rey de Francia es navarro. La monarquía desapareció de Francia en 1870. Los últimos reyes (dejando aparte los emperadores Bonaparte) fueron de la efímera Casa de Orleans, que comenzó en 1830, y llevaban el título de «Rey de los Franceses». Pero la dinastía que reinó en Francia los dos siglos anteriores (desde 1589) fue la Borbón, y el título oficial de estos reyes era «Rey de Francia y de Navarra». ¿Y esto? Sencillo: tras las Guerras de Religión del siglo XVI, el trono de Francia recayó en quien ya era monarca de una nación vecina: Enrique III de Navarra. Su religión protestante hizo que su aspiración encontrara muchos obstáculos, hasta que finalmente abrazó el catolicismo, con la famosa frase «París bien vale una misa», pasando a ser reconocido como Enrique IV de Francia. La Navarra sobre la que gobernaba Enrique era la conocida como «Baja Navarra» o «Merindad de Ultrapuertos», que fue la parte de Navarra que se pudo mantener independiente tras la invasión de Fernando el Católico en 1512, que incorporó a la Navarra peninsular a Castilla. El Reino de Navarra mantuvo su existencia separada del de Francia hasta su abolición en la Revolución Francesa.
     
    Fernando_El_Catolico_Guernica[1]
  • Los reyes que juraron. El territorio de Vizcaya aparece en la Historia como un condado del Reino de Navarra, hasta que en 1072 Íñigo López «Ezquerra» se «autoinstituye» Señor de Vizcaya, dando lugar así a la denominación del Señorío de Vizcaya. Este Señorío pasó en 1370 al Infante Don Juan de Castilla, luego rey Juan I, y desde entonces se mantuvo asociado a la Corona de Castilla (y después de España). Pero esta asociación no diluyó su personalidad histórica, dado que mantuvo hasta 1874 sus leyes propias (Fueros), aduanas en la frontera con Castilla, etc. Uno de los requisitos de los Señores de Vizcaya, como ya vimos, era el de «jurar y prometer» dichos Fueros «en Guernica, so el árbol». Los Reyes de Castilla cumplieron este requisito: el dicho Juan I juró los fueros en Guernica en 1371; Enrique III «el Doliente» en 1393; Enrique IV (tras el intervalo de Juan II) en 1457; los Reyes Católicos en 1476; y desde Carlos I, estos Fueros fueron confirmados por escrito, si bien no en persona. Recordemos las palabras de Felipe II: «Decid á los bizcainos que antes me dejara cortar ambas manos que ponerlas en sus nobles libertades».
     
  • Carlos V, el Rey del Sombrero Colorado. El Rey de quien se conocen (o al menos al que se adscriben) más anécdotas referidas al euskera es, curiosamente, Carlos I, conocido como Carlos V. También en Twitter, Kapittanttan recordaba una de esas anécdotas, recogida por Luis Mitxelena en la importantísima obra Textos Arcaicos Vascos, y citado de aquí:

El emperador Carlos Quinto de gloriosa memoria gustaba de hablar Vascuence, que por tener al confesor, capellán y médico bascongados, como se nota en su lugar, o por curiosidad aprendió algunas palabras; y así de personas fidedignas he sabido, que encontrando en el camino a un arriero de Navarra le preguntó en bascuence:

-Mandazaya, nondic zatoz? Arriero, ¿de dónde venís?
Y respondió:
-Nafarroatic. De Navarra.
Y luego le preguntó más:
-Nafarroan gari asco? ¿En Navarra hay mucho trigo?
Y respondió,.
Bai, jauna, asco. Sí, señor, mucho.
Concluyó el Emperador diciendo:
Nafarroan gari asco; batere, batere ez neretaco.
En Navarra mucho trigo, pero nada para mí.

Y otra anécdota habla de un encuentro suyo con unos aldeanos guipuzcoanos:

Q(uand)o el emperador C(arlos) Quinto paso por Guipuzcoa, le salieron dos hidalgos de Sorabila al camino, y dizen q(ue) le dixeron lo siguiente:

Cosc, Erregue, capela gorri.
Achul ona, Sorabilan bost eche;
Bost echeac, bost urre.
Erregue jauna, eguiezu
Alcabalez merchede.

Ola, Rey del sombrero colorado.
Açeos aca. En Sorabila ay cinco casas,
y ellas cinco como cinco oros.
Senor Rey, azeldes
merçed de las alcabalas

Y el Emperador les otorgo la merçed y quedaron libres de pagar alcabalas.

  • Un último punto en tono musical. Existe una dinastía que fue muy querida en el País Vasco peninsular pero que nunca llegó a reinar: los carlistas, surgidos tras la decisión de Fernando VII de derogar la Ley Sálica para poner en el trono a su hija Isabel. El apoyo popular al hermano de Fernando (Carlos Isidro de Borbón, proclamado Rey por los carlistas con el nombre de Carlos V) es general en el País Vasco (y otras zonas), dado el apoyo decidido de estos reyes a las peculiaridades forales de cada territorio (los Fueros). Este conflicto da lugar a tres guerras (las llamadas Guerras Carlistas). A lo largo de los años se siguen produciendo manifestaciones de lealtad a estos reyes por parte de los vascos. Un ejemplo es esta canción, dedicada a Carlos María de Borbón o Carlos VII, y que ha sido publicada recientemente por el acordeonista Joseba Tapia en su disco de canciones carlistas «Eta tira eta tunba«, y cuya letra original en euskera y su traducción al castellano se puede consultar aquí.

Así que terminamos con música:

Viva Karlos Setimo, Doña Margarita,
laster ikusiko dira Tronuan jarrita!

 

Nociones de euskera – 1

Pensando sobre el objetivo de este blog, me ha parecido curioso no haber escrito aún nada sobre el que quizás es el tema vasco que más interés suscita fuera de Euskal Herria, y que también es, curiosamente, el único del que puedo decir que domino un poco: el euskera.

Así que he decidido empezar lo que, con suerte, acabe siendo una serie de posts para dar a los lectores algunas claves para que les sea más fácil entender el funcionamiento del euskera. No se trata de un curso ni nada parecido, ni pretende ser exhaustivo (sería imposible); simplemente quiere ayudar a que quien no esté familiarizado con esta lengua pueda tener algunas nociones sobre ella, y, a la vez, ayudar a que desaparezcan algunos de los mitos que desde hace siglos corren sobre el euskera.

Para que estas nociones puedan tener un uso práctico, me propongo ejemplificarlas, en la medida de lo posible, con elementos que puedan aparecerse a un no hablante de euskera (ni habitante de esa zona) en su vida cotidiana. El caso más típico serán apellidos; otros pueden ser nombres de empresas, eslóganes, etc.

Sin más, ¡comenzamos!

Empezamos sobre los mitos: el euskera es una lengua extremadamente parecida al español. Esto no quiere decir que sea fácilmente comprensible (obviamente no lo es, pero el francés tampoco, y es una lengua hermana del castellano), ni que sus palabras sean similares (aunque muchas lo son, dado que más de la mitad de las palabras vascas actuales son préstamos latinos y romances), sino que su estructura es similar a la de lenguas como el castellano, el inglés, etc; es una lengua marcadamente europea. Si queréis lenguas «diferentes», id a las semíticas (como el árabe) o las sínicas (como el chino). El euskera emplea sustantivos, verbos y adjetivos, pronombres y conjunciones, cosa que, aunque no lo creáis, no ocurre en todas las lenguas; tiene un «tono» indoeuropeo muy marcado, por los más de 2.000 años de contacto con lenguas de esta rama (aunque en su origen no lo sea); se lee de forma muy similar a como se escribe; etc. Así, con unas pocas ideas (y un diccionario), es muy fácil empezar a interpretar algunos textos sencillos en ella.

Pero hay diferencias, claro. Y hay dos principales, que una vez se entienden son extremadamente clarificadoras.

La primera gran diferencia es el orden de las palabras. Hay cosas que en castellano estamos acostumbrados a verlas en un orden, y que en euskera aparecen en el orden inverso. Un caso típico es el «artículo determinado», que en castellano es «el/la» en «el perro/la casa» (o en inglés «the»). Esta palabra aparece en castellano siempre antes del nombre al que afecta («la casa»). En euskera aparece después: es la terminación «-a»: si «etxe» (pronunciado «eche«) es «casa», «la casa» es «etxea». Esto no es tan inusual: el rumano, por ejemplo (lengua romance hermana del castellano) hace lo mismo.

Esto nos lleva a la segunda gran diferencia: la unión de las palabras. Hay cosas que en castellano se expresan con palabras separadas, y que en euskera se unen en la misma palabra (como hacen lenguas tan distintas como el latín o el finés). Veíamos en el ejemplo anterior que «la casa» era «etxea», y no «etxe a»: el artículo («-a» en singular, «-ak» en plural) va unido a la palabra a la que afecta. «Etxea» es «la casa», y «etxeak» «las casas».

Por eso, cuando veais una palabra suelta en euskera que termina en «-a» o en «-ak», hay muchas probabilidades de que esa «-a» sea la del artículo (a veces hay palabras que sí que terminan originalmente en «-a», pero bueno, se van aprendiendo). Lo que pasa es que el artículo se usa en euskera mucho más que en castellano. Si alguien te pregunta «¿de qué color es esa casa?», tú responderás «roja»; pero si lo preguntas en euskera, se responderá «gorria». La forma habitual de las palabras en euskera cuando van sueltas es con artículo. Así, si ves «gorria», sabrás que la palabra es «rojo» (o «roja»; no hay distinción de género en estos casos). Y si ves «Los euskaldunak hicieron…» sabrás que la palabra es «euskaldun» («vasco»), y que «-ak» marca el plural. ¿Has leído alguna vez en un texto deportivo «los txuriurdinak», para referirse a la Real Sociedad? («blanquiazules») Si sabes que «txuri» (recuerda, pronunciado «churi») significa «blanco», y «urdin» «azul», ahora lo comprenderás.

Como has visto, hemos empezado ya a ver adjetivos. Es importante un detalle sobre el orden de los adjetivos. En castellano, los adjetivos pueden ir antes o después del nombre («la casa roja» y «la roja casa»); aunque tengan matices diferentes, ambas formas son correctas. En inglés sabemos que no es así: el adjetivo siempre tiene que ir antes del nombre. Bien, pues en euskera, el adjetivo siempre tiene que ir después del nombre. Si «berri» es «nuevo», «(la) casa nueva» será «etxe berria». Y si lo juntas para hacer un apellido, tendrás el famoso «Etxeberria».

Y un último comentario. Cuando hay una terminación que afecta a un nombre (en este caso hablamos del artículo «-a», pero veremos que hay otras), se pega al final del nombre. Pero si este nombre va acompañado de un adjetivo (como en «casa nueva»), dado que el adjetivo, como acabamos de ver, va después, la terminación se pega al último adjetivo. O sea, «la casa nueva» no se dice «*etxea berria», ni «etxea berri»: se dice «etxe berria«. Si dijéramos «la casa nueva roja», diriíamos «etxe berri gorria«. La terminación siempre iría, bueno, eso, al final.

Esto sería fácil si «-a» o «-ak» fueran las únicas terminaciones… pero ¡hay más! Bueno, las veremos en un siguiente post.

¿Dudas? ¿Comentarios? ¿Sugerencias?

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¡Santiago y cierra, Euskadi!

La noticia surgió el 3 de diciembre, y dio lugar a ciertas (comprensibles) chanzas: el Gobierno Vasco modificaba el Calendario Laboral y declaraba como día festivo el 25 de julio, el día de Santiago, Patrón de España.

Pero más allá de las bromas, ¿qué había suscitado este cambio? Echemos la mirada hacia atrás.

Euskal Herria, como tal, no ha tenido una fiesta histórica tradicional, como ha podido ser la Diada en tierras catalanas. Para cubrir esa carencia, el PNV instituyó en 1932 el Aberri Eguna (literalmente «Día de la Patria»), tomando como fecha de celebración el Domingo de Resurrección. Se ha sostenido que se escogió esta fecha por tratarse del día en el que Sabino Arana «descubrió» el nacionalismo de la mano de su hermano Luis («Pero el Domingo de Resurrección de 1882, ¡bendito el día en que conocí a mi patria!»), pero esta explicación no es nada segura, pudiendo estar tras la elección de la fecha simplemente la voluntad de marcar el simbolismo del día (la «resurrección» de la Patria Vasca).

Esta fiesta siempre tuvo un carácter marcadamente nacionalista, aunque el PSOE se sumó a ella en los años 70 (dejó de hacerlo en 1979). Una vez se constituyó la Comunidad Autónoma Vasca, hubo sectores que siguieron echando en falta la existencia de una festividad «neutra» que pudiera celebrarse en dicha comunidad autónoma. Por ello, con la llegada de Patxi López a la lehendakaritza, el Gobierno Vasco decidió dejar de lado las fechas con significación religiosa e instituir una nueva festividad oficial: el 25 de octubre, conmemoración de la firma del Estatuto de Gernika (y del día de la abolición de los Fueros), a la que llamaron «Día del País Vasco«. Esta fecha nació por iniciativa del PP, y con el apoyo del partido en el Gobierno, PSE-PSOE, y UPyD.

Ya en 2011 el PNV avanzó su intención de contemplar su sustitución por una fiesta que gozara de mayor consenso. Y, tras recuperar el Gobierno Vasco en 2012, el 14 de noviembre de 2013, con varios votos de EH Bildu, el PNV derogó la ley que declaraba festivo el 25 de octubre, y comenzó un proceso de dilucidación sobre su posible sustitución.

Se discutieron varias opciones. EH Bildu, por ejemplo, propuso el 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier, en la que ya se celebra el Día de Navarra y, sin caracter festivo pero sí con cierta participación institucional, el Día Internacional del Euskera.

Pero finalmente se impuso una opción ligeramente sorprendente: el 25 de julio, Santiago Apóstol, sería el nuevo festivo oficial. Pero no sustituiría al «Día de Euskadi» como fiesta oficial de la Comunidad Autónoma, pues el PNV declaró que hacerlo sin un consenso suficiente sería volver a caer en el mismo error que achacaba a PSOE, PP y UPyD.

¿Y por qué Santiago? No tengo claras las razones por las que se han llegado a esta decisión, pero sí es cierto que no se puede decir que se trate de un día sin tradición en estas tierras. Santiago Apóstol es, por ejemplo, el copatrón de la villa de Bilbao (junto a la Virgen de Begoña), y da su nombre a su Catedral (probablemente por estar situada la villa en el ramal norte del Camino de Santiago). En Vitoria-Gasteiz se trataba también de una fiesta de especial significación, en la que se celebraba desde 1926 el «Día del blusa«, las cuadrillas que amenizan las fiestas patronales que se celebran poco después. El Alcalde de Vitoria, Javier Maroto, del PP, ya había insistido en que se declarara como festivo este día por su tradición en Vitoria. El día de Santiago marcaba también las fiestas patronales de pueblos como Busturia, Ermua, Etxebarria, Gordexola, Gorliz o Zalla (por mencionar sólo pueblos de Bizkaia).

En resumen: no se trata de que el PNV haya decidido sustituir el «Día de Euskadi» por el «Día de España», sino que se ha escogido, para el año 2014, una festividad de cierto arraigo, pero se ha dejado nuevamente pendiente el debate sobre una fiesta oficial unificada. Quien lo considere necesario tendrá que seguir insistiendo.

El euskera de Burdeos

Julio César, en sus Comentarios a la Guerra de las Galias, hizo una distinción principal al hablar de los pueblos del norte de los Pirineos, el famoso «Galia est omnis divisa in tres partes»: «Toda la Galia se encuentra dividida en tres partes: una de estas la habitan los belgas, otra los aquitanos, la tercera los que se llaman celtas en su lengua y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí por la lengua, costumbres y leyes. El río Garona separa a los galos de los aquitanos.» Estrabón, en su Geografía, incidía en esta diferencia: «Los aquitanos son completamente diferentes no sólo lingüística sino corporalmente».

Map_Gallia_Tribes_Towns[1]Parece claro que en el primer siglo de nuestra Era existía un pueblo diferenciado, con una lengua propia, en el triángulo situado entre el río Garona (que nace en Arán y muere en Burdeos, pasando por Toulouse), el oceano Atlántico y los Pirineos. Esta zona fue llamada «Aquitania» por César, y «Novempopulania» después, cuando Diocleciano dio el nombre de «Aquitania» a una zona mayor.

¿Hay forma de saber lo que se hablaba en esa zona, cuál era esa lengua que los diferenciaba del resto de «galos»? Una de las principales formas de llegar a ello es la de analizar las inscripciones romanas de esa época. Las inscripciones aquitanas son relativamente numerosas, están escritas en latín, pero contienen unos 70 nombres de divinidades y 400 nombres de personas (los difuntos, sus padres, o las personas que dedican las inscripciones). Y la mayor curiosidad es que un número elevado de estos nombres son perfectamente reconocibles como euskera antiguo.

Hay raíces como ANDERE (actual «andere», «mujer»), CISON («gizon», «hombre»), NESCATO («neskato», «niña»), UMME («ume», «bebé»), SEMBE («seme», «hijo»), HARS («hartz», «oso»), ASTO («asto», «burro»), SESEN («zezen», «toro»), GORRI («gorri», «rojo»), SAHAR («zahar», «viejo»), BERRI («berri», «nuevo»), ILUN («ilun», «oscuro»), entre bastantes otros (una lista mayor aquí). El género de estos nombres, cuando se puede deducir de la inscripción, coincide con el que esperaríamos por el euskera: NESCATO o ANDERE son nombres femeninos, CISON o SEMBE son masculinos, etc.

Estas inscripciones parecen indicar que, efectivamente, en el siglo I el territorio del euskera llegaba hasta Burdeos y Toulouse (aunque el mapa de las inscripciones localizadas actualmente no llega hasta la propia ribera del Garona, quedándose algo en el interior). Pero ¿existen otros indicios?

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Mapa de la interesante página Basque Medieval History

Sigamos con la historia de este territorio. La Aquitania de César (Novempopulania de Diocleciano), tras pasar a ser controlada por los francos y lidiar con los visigodos durante un tiempo, reaparece en los mapas sobre el año 600 con un Ducado otorgado por los francos, y su nombre es Ducado de Vasconia. De esta «Vasconia» surge el nombre actual de la región de «Gascuña» (todo ello en el mismo territorio).

Y hoy en día quedan ya pocos trazos de todo ello. Por supuesto, en el extremo suroeste hay tres pequeñas zonas donde se ha mantenido el euskera aún hoy: Lapurdi/Labourt (con capital histórica en Hasparne, y actualmente en Bayona), Zuberoa/Soule (con capital en Maule), y la merindad de la Baja Navarra, que se quedó fuera de Castilla cuando la anexión de 1512. En el resto de Gascuña quedan pocos rastros en la toponimia. Uno de los más destacables son los topónimos en -òs. El caso típico es Biscarrosse (en las Landas, cerca de Arcachon), que tiene un paralelo exacto en el pirineo aragonés, Biscarrués, proviniendo ambas de «Bizkarrotz», probablemente de «bizkar», «ladera», y, aunque la segunda parte ha sido relacionada con «hotz», «frío»; parece más bien provenir del sufijo aquitano -OSSU.

Pero existe un testigo mucho más importante. Hoy en día, en todo el territorio de la Gascuña se habla una lengua llamada «gascón», relacionada con las lenguas de oc (provenzal, languedociano, etc), pero que presenta grandes diferencias con ellas, diferencias que en gran medida se pueden trazar a un substrato vasco (como ya describió mi amigo Asier en nuestro blog FilóbLogos). Aunque se dice que el castellano es «el latín hablado por vascos», hoy en día no se ve tan clara esta influencia; el verdadero «latín hablado por vascones» es, precisamente, el gascón.

510px-CarteLimitesGascogne[1]¿Y qué pasaba en el siglo I al sur de los Pirineos? Esta es otra interesante discusión; baste por ahora decir que sólo se ha descubierto una inscripción similar a las aquitanas, en Lerga (Navarra). Pero de esto podremos hablar otro día.

Termino con un par de notas. Sí, el título del artículo es sensacionalista 🙂 Las inscripciones, y las configuraciones territoriales posteriores, parecen indicar que Burdeos no llegaba a ser parte de la zona aquitana (con Toulouse hay más dudas). Pero no se puede descartar que no lo fuera en un momento previo. Y, por supuesto, saber qué ocurría en toda esa zona antes de la llegada de los celtas está muy lejos de nuestras posibilidades.

Y la segunda nota: saber la extensión máxima del euskera nunca ha tenido la más mínima influencia en la reivindicación territorial del nacionalismo vasco (salvo alguna rara excepción). Los territorios que se identifican como propios son aquellos que, en su territorio actual, mantienen hablantes nativos de euskera. Por eso nunca se han llegado a reivindicar seriamente ni la Rioja, ni el norte de Burgos, ni la Gascuña; sólo las siete provincias en las que hoy en día, poco o mucho, aún se habla euskera.

Para más sobre el tema de las formas antiguas de euskera y sus posibles parientes, la referencia principal aún hoy es El euskera arcaico. Extensión y parentescos, de Luis Núñez Astrain, un libro muy serio y documentado y que recomiendo para profundizar en esta cuestión.

El hombre que creó todos los nombres

Me encantaría saber si existe un fenómeno similar en la historia, la verdad. En el año 2000, de los 25 nombres de pila masculinos más empleados entre los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca, el 40% habían sido inventados por una única persona, cien años atrás.

Muchos conocen el caso. Hasta el siglo XX, los vascos, como cualquier otro pueblo de alrededor, escogían los nombres de sus hijos basándose en dos criterios principales: nombres ya presentes en su árbol familiar, y nombres del santoral cristiano, en sus versiones tradicionales en euskera en un primer momento, y en la forma castellana después. Hay un buen artículo de Jose Mª Satrustegi, disponible en versión trilingüe en la página de Euskaltzaindia: Historia de los nombres de persona, que da detalles y ejemplos históricos de estas tendencias.

ImagenPero todo cambió en 1897. Sabino Arana, el padre del nacionalismo vasco, buscaba una forma de que los vascos pudieran seguir teniendo nombres “cristianos” sin tener que emplear las formas castellanas. Podía haber hecho entonces un estudio filológico y haber recuperado las formas vascas tradicionales de dichos nombres, pero detectó un problema: esas formas tradicionales muchas veces eran adaptaciones fonéticas de las formas latinorromances, y, en su afán de purismo para con la lengua, no podía aceptarlo.

De manera que en dicho año 1897 publicó su “Egutegi Bizkattarra” (“Calendario Vizcaino”), que fue completado en 1910 por Luis de Eleizalde, llamándolo “Deun-Ixendegi Euzkotarra” (“Santoral Vasco”). Y propuso para la práctica totalidad de nombres de santos versiones inventadas por él siguiendo un criterio específico: acudir no a la forma romance del nombre sino a la raíz de dicho nombre en su (supuesto) idioma original, y una vez encontrada ésta, aplicarle una serie de reglas fonéticas dudosas para “vasquizarlo”; por último, dada su opinión de que los nombres vascos de varón debían acabar en –a y los de mujer en –e (por una teoría presente en el siglo anterior de que eran éstos los primeros sonidos que niños y niñas aprendían a pronunciar), modificó así la terminación de muchos de ellos.

La polémica que causó dicho nomenclátor la describe bien Henrike Knörr aquí. El mismo Arana no tuvo confianza en que sus nombres fueran aceptados. Pero ya hemos dado el dato del año 2000; el artículo sobre Sabino Arana de la Wikipedia menciona un estudio según el que ya en 1935 en determinadas zonas la incidencia de estos nombres era del 24%; y hoy en día siguen estando muy presentes.

Comentaré pues aquí el origen de varios de los “nombres sabinianos” más usados actualmente.

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  • JOSU (es de justicia empezar con mi propio nombre). Equivale a “Jesús”. Arana y Eleizalde lo trazaron a «Jheossuang», y aplicaron la monoptongación de “eo” en “o” y de “ua” en “u”; curiosamente, aquí no mantuvieron la terminación en –a.
  • KOLDO. Forma acortada de la propuesta por Arana y Eleizalde “Koldobika”. Equivaler a “Luis”. Trazaron su origen en “Hlodovick” (evolucionó en romance por medio de “Ludovicus”). Asumieron que la «h» correspondía a una prounciación «k», disolvieron la secuencia de muta cum liquida “kl” con una vocal epentética, y modificaron la terminación a –a.
  • KEPA. Equivale a “Pedro”. Este nombre fue en su origen un pseudónimo dado por Jesús de Nazaret a su discípulo Simón, y significa “piedra”; pero en las primeras versiones de la Biblia no se usaba la forma latina sino la aramea, “Cephas” (pronunciado “Kefas”). Arana y Eleizalde tomaron esta forma, asumieron el cambio de grafía y la sustitución (relativamente habitual) de F>P y eliminaron la última consonante.
  • JOSEBA. Equivale a “José”. Arana y Eleizalde trazaron su origen en “Joseph”; sustituyeron en este caso PH>B (en vez de por P, como en otros nombres) y añadieron la –a final.
  • GORKA. Equivale a “Jorge”. Arana y Eleizalde buscaron su origen en “Georges” (con las dos “g” oclusivas), monoptongaron “eo” en “o”, cambiaron la segunda “g” por “k” y modificaron la terminación.
  • Otros nombres: Jon (equivale a “Juan”, proviene de “Ioannes”); Ander (equivale a “Andrés”,  proviene de “Andreas”); Julen (equivale a “Julián”, proviene de “Iuliannus”); Markel (equivale a “Marcelo”, proviene de “Marcellus”); Andoni (equivale a “Antonio”, proviene de “Antonius”); Imanol (equivale a “Manuel”, proviene de “Emmanuel”), etc.

Una nota adicional: otros de los nombres de su Nomenclátor no fueron creados por adaptación fonética de nombres anteriores, sino por la traducción literal (y muchas veces muy poco atinada) del significado del nombre equivalente. Esto dio lugar a nombres como Gaizka, equivalente a “Salvador”, por medio de un supuesto verbo “gaizkatu”, neologismo inventado por Arana para “salvar” (de “gaitz-“, “mal”), Unai (“pastor”, empleado por los autores como forma vasca de “Buen Pastor”) o Iker, forma masculina del femenino Ikerne, equivalente a “Visitación”, de la forma antigua “ikertu”, “visitar”.

Hago notar también que en los nombres femeninos, las variantes “sabinianas” tuvieron mucha menos aceptación: en la lista de 25 más populares del año 2000 sólo aparecen Ane (equivalente a “Ana”) y Jone (“Juana”).

Y una última nota: si bien el 40% de los nombres masculinos del año 2000 tenían este origen, en el otro 60% tenemos irreprochables nombres de origen medieval o anterior (Mikel, Íñigo/Eneko, Xabier/Javier, Oier, Beñat), nombres castellanos (como Adrián, Pablo, Álvaro o David), traducciones modernas (Ibai, “río”)… y sí, otros nombres también creados de la nada, pero por otros autores anteriores, como el caso de Asier y Aitor, de los que se podrá hablar otro día.

Para quien quiera leer el Deun-Ixendegi en su versión original, aquí tiene un facsímil: Deun-Ixendegi Euzkotarra.

Los once meses en que los vascos gobernamos España

El debate interno en el Partido Socialista sobre la necesidad de un cambio de líderes de cara a las próximas elecciones generales ha hecho surgir una posibilidad curiosa: la de que un vasco vuelva a gobernar España. Dos de los candidatos que llevan un tiempo sonando con fuerza para alzarse con el liderazgo del partido, y que serían Presidentes de Gobierno en caso de que el PSOE obtuviera una mayoría suficiente, son Patxi López (antiguo lehendakari del Gobierno Vasco) y Eduardo Madina, actualmente secretario general del grupo parlamentario en el Congreso. Y si esto ocurriera, nos encontraríamos ante una situación que ha ocurrido en contadas ocasiones en la historia de España.

De hecho ¿había ocurrido alguna vez? Por más que echara la vista (o la memoria) atrás, no recordaba ningún Presidente de Gobierno vasco (ni incluyendo navarros) en toda nuestra historia reciente. Así que decidí investigarlo. Fue sencillo: la Wikipedia tiene una magnífica página llamada “Presidente del Consejo de Ministros de España”  (que ha sido el nombre oficial del cargo de Presidente de Gobierno hasta la Constitución actual, con el solo paréntesis de la Dictadura franquista). En esta página encontramos listadas con todo detalle todas las personas que han sido cabeza del Poder Ejecutivo en España desde 1833.

Así que me puse a localizar en ella a los Presidentes que hubieran nacido en alguna de las actuales provincias de Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Navarra. Éste es el resultado.

Es sabido que ninguno de los Presidentes que ha habido desde el franquismo han sido vascos (ha habido un gallego, un andaluz, dos castellanos y dos madrileños). Durante el franquismo hubo varias figuras análogas a la del Presidente del Consejo de Ministros, pero ninguna de las personas que ocuparon esos cargos fueron tampoco vascos. Tampoco hubo más suerte en el gobierno republicano en el exilio, de hecho. La Segunda República no contó tampoco con ningún Presidente de estas provincias.  Pero alrededor de 1920 encontramos por fin al primero.

ImagenManuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar nació en Guernica en 1856. Su apellido denota su abolengo (fue el IV Conde de Montefuerte); pero antes de comenzar su carrera política se licenció como ingeniero agrónomo. Militó en el Partido Liberal-Conservador, y durante varias décadas ejerció primero como diputado y luego como ministro (llegando a ser incluso alcalde de Madrid). Finalmente el rey Alfonso XIII le encargó presidir el Gobierno durante un periodo corto: del 12 de diciembre de 1919 al 5 de mayo de 1920 (sí, del 12/12 al 5/5): 4 meses y 24 días. Pero ocurrió que su sucesor, Eduardo Dato, fue asesinado, con lo que tuvo que ocupar nuevamente el cargo el 13 de marzo de 1921, perdiéndolo definitivamente durante el Desastre de Annual el 14 de agosto: 5 meses y 2 días. En total, este guerniqués gobernó España durante 9 meses y 26 días.

No encontramos ningún otro Presidente vasco durante el reinado de Alfonso XIII, ni durante la Regencia de María Cristina, ni durante Alfonso XII (también es verdad que si no te llamabas Cánovas o Sagasta era muy difícil que llegaras a Presidente). No hay tampoco suerte en la Primera República, ni con Amadeo de Saboya (y ya estamos llegando a mediados del siglo XIX). Pero finalmente recordamos a un conocido político navarro que llegó a gobernar España durante el Gobierno Provisional que siguió al destronamiento de Isabel II.

Pascual Madoz, nacido en Pamplona en 1806, fue nombrado Presidente de la Junta Provisional Revolucionaria el 30 de septiembre de 1868. Pero es cierto que su labor de gobierno tampoco fue especialmente fructuosa: sus divergencias con el resto de dirigentes del Gobierno Provisional le hicieron abandonar el cargo el 3 de octubre… sí, 4 días después. Así que Madoz gobernó España durante 4 días. ¿De dónde le viene su fama entonces? De dos cosas: la Desamortización de Madoz, que aprobó cuando era Ministro de Hacienda, y el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, una importante obra que publicó en 1850. Pero sí, no aportó demasiado que digamos a la gobernación de España como Presidente.

Así que hay que continuar. Y nos fijamos ahora en el reinado de Isabel II. Y sí, durante estos años sí que tenemos dos aportaciones más a nuestro por ahora escaso listado: el tafallés Florencio García Goyena, y el oyonés Salustiano Olózaga.

Florencio García Goyena nació en Tafalla en 1783. Como jurista escribió varias obras sobre los Códigos criminal y civil de la época, y de hecho fue uno de los principales responsables de la redacción del Código Civil de 1851. Pero no tuvo la misma relevancia como Presidente: fue nombrado el 12 de septiembre de 1847, y duró en el cargo 22 días, tiempo en el que intentó pacificar la política española, lo que no gustó a Narváez, que maniobró para hacerle perder el poder. Hombre de vida muy interesante, pero nuevamente, de vida presidencial breve.

Salustiano Olózaga, por su parte, nació en la localidad alavesa de Oyón en 1805 (aunque residió en Madrid desde los 14 años). Participó en varias de las conspiraciones liberales de la época, y llegó a ser preceptor de la reina Isabel II (y, se rumorea, también su primer amante). Ésta, recién cumplida la mayoría de edad, le nombra Presidente el 20 de noviembre de 1843. Pero -¿alguien se sorprende?- el Notario Mayor del Reino, Luis González Bravo, le acusa de haber obtenido ese nombramiento violentando la voluntad y la persona de la Reina, con lo que, tras varios días tumultuosos, Olózaga decide huir a Francia el 29 de noviembre. Una vez más, un Presidente vasco había gobernado España durante 9 días.

Pero poco antes, durante la Regencia de Espartero, habíamos tenido nuestro último Presidente guipuzcoano.

Joaquín María Ferrer y Cafranga nació en 1777 en la localidad marinera de Pasajes de San Pedro. Fue militar en el Perú, diputado durante el Trienio Liberal, Ministro de Hacienda un solo día (ya sabíamos que la volatilidad en los cargos era habitual, pero esto parece demasiado), y el 10 de mayo de 1841 fue nombrado Presidente, ya con Espartero como regente. ¿Cuánto duró en el cargo? Pues más o menos lo de siempre: 10 días, hasta el 20 de mayo del mismo año. Desde entonces ejerció como senador vitalicio, puesto que no abandonó hasta su muerte en el año 1861.

Y uno más, finalmente, en la Regencia de María Cristina: el Géneral Álava. Sí, parece como el Capitán América en autóctono, pero es que se llamaba Miguel Ricardo de Álava y Esquível. Nació en Vitoria en 1772. Participó como militar en las batallas de Trafalgar y de Waterloo (se dice que es la única persona que participó en ambas). En la Guerra de la Independencia apoyó al bando patriota, pero no sin muchos titubeos. Apoyó la destitución de Fernando VII; y su Presidencia fue, no sólo breve, sino además simbólica: fue Presidente del 14 al 25 de septiembre de 1835, pero en realidad nunca llegó a aceptar el cargo, permaneciendo en Londres como embajador durante todo este tiempo. Aún así, como nuestras cifras no nos permiten desechar ni un solo día, incluiremos también este periodo en este listado: 11 días.

Así que recapitulemos. Éstos han sido los Presidentes de Gobierno de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra que ha tenido España desde la muerte de Fernando VII y el fin del Antiguo Régimen:

Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar

Entre 1919 y 1921

9 meses y dos días
Pascual Madoz

1868

4 días
Florencio García Goyena

1847

22 días
Salustiano Olózaga

1843

9 días
Joaquín María Ferrer y Cafranga

1841

10 días
Miguel Ricardo de Álava y Esquível

1835

11 días

Total de tiempo en que un vasco-navarro ha gobernado España: diez meses y veintisiete días. Y eso porque Allendesalazar rompe bastante la media, vaya.

Pero conste que no pretendo extraer ninguna conclusión de todo esto, ¿eh? Simplemente me ha parecido un conjunto de datos curioso, y una simpática mirada a nuestra historia cercana. Cualquiera de estos personajes, a pesar de sus cortas carreras presidenciales, han tenido vidas interesantísimas y en las que merece la pena profundizar. Pero ya es mucho por hoy.